El Maratón, en el que hace pocas fechas Eliud Kipchoge se hacía con su segundo triunfo consecutivo en esta prueba olímpica, tal y como ya hicieron en el pasado Abebe Bikila y Waldemar Cierpinsky, se corre sobre una distancia oficial de 42 kilómetros y 195 metros, una distancia un tanto curiosa y aparentemente arbitraria que tiene mucho que ver con el capricho de una reina.
La distancia original de esa prueba en los primeros Juegos Olímpicos de la edad moderna, la celebrada en Atenas en 1896, fue de sólo 40 kilómetros, distancia que tiene su razón de ser en la que recorrió Filípides (para otros Tersipo o Eucles) desde las playas de Maratón a Atenas para comunicar la victoria sobre los Persas. Tras llegar a Atenas, totalmente exhausto solo tuvo tiempo de decir "Alegraos, vencimos" y murió, momento que se recoge en el cuadro de cabecera, obra de Luc-Oliver Merson. Con su aviso evitó que Atenas fuese arrasada por el fuego, cosa que pretendían hacer los propios atenienses si la marcha de los Persas hacia la ciudad no hubiese sido frenada y se hubiesen visto forzados a abandonarla, algo que en la ciudad se daba por seguro. Para Heródoto fue el propio ejercito Ateniense el que hubo de hacer una marcha forzada de 40 kilómetros hasta Atenas, totalmente exhausto después de ganar la batalla de Maratón (490 a. C.), para evitar que las fuerzas persas, aun habiendo sido vencidas, marcharan, tras su retirada por mar, hacía la indefensa Atenas.
Sea como fuere, esos cuarenta kilómetros son los que inspiraron a Michel Breal para proponer a Pierre de Coubertin una carrera sobre esa simbólica distancia en los primeros Juegos Olímpicos modernos, los ya citados de Atenas en 1896 que por cierto ganó el griego, Spyridon Louis, para orgullo nacional de los creadores de los Juegos.
Otro cantar es de donde salen esos 2.195 metros de más. En los Juegos Olímpicos de París y San Louis las distancias fueron un tanto variables y en la Olimpiada de Londres en 1908, la Maratón había de disputarse en el trayecto desde la ciudad de Windsor al estadio olímpico White City de Londres con un recorrido que se anunciaba de 25 millas, poco más de 40 kilómetros, pero a la esposa de Eduardo VII, la reina consorte Alejandra de Dinamarca, tuvo el antojo de ver la salida del maratón desde el balcón de la residencia oficial de los Windsor junto a sus hijos. Como no era cosa de hacerle un desaire a la corona, le añadieron 1 milla y 385 yardas al inicio de la carrera para satisfacer el capricho real, un añadido que daba al maratón un recorrido total de 42 kilómetros y 195 metros, que en 1921, se convirtió en la distancia oficial de la prueba. Las cosas de los ingleses en los tiempos en que eran ellos los que cortaban el bacalao...
Pero ese cambio trajo sus consecuencias. La prueba de esa Maratón Olímpica de Londres entregó al imaginario popular uno de los primeros grandes héroes olímpicos, el esforzado Dorando Pietri, que encontrándose ya en el interior del estadio, totalmente exhausto por un golpe de calor, tuvo que ser ayudado (entre otros por Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes) para poder alcanzar la meta en primer lugar (foto de abajo), motivo por el que fue descalificado. Sin duda le sobraron esos "metritos" del final que se colaron por deferencia a la realeza, unos centenares de metros sin los cuales, a buen seguro, Pietri podría haber alcanzado la meta de forma legal. Su llegada fue tan agónica, tan sufrida, tanta admiración causó en el público y en el olimpismo que alcanzó más fama que el propio vencedor. La propia Reina Alejandra, quien sabe si sintiéndose un pelín culpable de esos metros de más que por su culpa tuvo que correr el pobre Dorando, le entregó una copa en reconocimiento a su esfuerzo y en compensación por la perdida del título olímpico (foto de la derecha).
Al inicio se arrojó en esta entrada cierta sombra sobre la gesta de Filípides, algo en cierto punto injusto con un personaje mítico para cualquier aficionado a las carreras. Y si bien es cierto de que hay muchas dudas de que fuera él quien hizo esos cuarenta kilómetros (parece que fue todo el ejército ateniense en realidad), si que hizo otra proeza aun mayor, antes de la batalla recorrió en dos días los 240 kilómetros necesarios para, por un terreno ciertamente difícil, ir desde Atenas a Esparta, para solicitar apoyo y tropas con las que poder contener a los persas en la batalla que se avecinaba. Esa gesta no se la quita nadie y actualmente, cuando ya el maratón se ha quedado corto para algunos, ha dado origen al espartatlón, una carrera de 250 kilómetros entre Atenas y Esparta, que se celebra desde 1983.
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