Así se expresaba, Antonio Trueba, criado de nuestro admirado Francisco de Goya y Lucientes. El pintor, que dedicó decenas de grabados al mundo del toro, tenía, a parte de otros motivos, una tendencia muy personal a recoger parte de sus recuerdos taurinos en todas aquellas obras, un afán que mantenía incluso a edad ya avanzada, no en vano, Goya en su juventud había sido maletilla y novillero, habiendo recorrido gran parte de Andalucía enrolado en una cuadrilla; de hecho no dudó en autorretratarse, vestido de torero y con el capote en la mano en la obra titulada "La novillada" (Museo del Prado). Más inesperada es su relación con las faldas, pues más allá de su más que probable romance con la Duquesa de Alba y ese espectacular desnudo de "La maja" (Pepita Tudó) en el que por primera vez en la historia de la pintura aparece el vello púbico de la mujer, Goya debía ser un hombre ciertamente apasionado. Se cuenta que encontrándose Goya en su estancia en Roma, donde viajó por sus propios medios para estudiar los clásicos, se enamoró perdidamente de una jovencita. Con sus veintipocos años el hecho de que su severo padre la encerrara en un convento para ponerla a salvo de sus anhelos, no supusieron un obstáculo definitivo para el joven pintor, quien sin encomendarse a Dios ni al diablo se introdujo de noche en el convento con la intención de raptar a su amada. No tuvo suerte y descubierto en el intento fue retenido por las monjas. En las primeras biografías del pintor se dice que este incidente motivó que "solamente" fuera expulsado de Roma tras la intercesión del embajador de España en la Santa Sede.
En la fotografía podemos ver una ilustración de la revista "Blanco y Negro" (nº 847) titulada "Una modelo de Goya", obra de Enrique Esteván (con v).
Imagen: Tomada de Wikimedia Commons (CC0). Se enlaza la fuente original:https://commons.wikimedia.org/wiki/File:1907-07-27,_Blanco_y_Negro,_Una_modelo_de_Goya,_Enrique_Estevan.jpg
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