Si bien es totalmente cierto que el humo del tabaco es seriamente perjudicial para la salud, en el caso de Picasso se puede decir que le salvó la vida. Con la de guerra que daría más adelante, lo cierto es que los primeros pasos del futuro genio fueron muy poco alentadores. Al venir al mundo, el recién nacido Picasso no respiraba ni se movía, vamos, que en ese famoso Test de Apgar que todos los padres conocemos el niño habría sacado un clamoroso suspenso, tanto que después de intentar la partera que reaccionara y no conseguirlo abandonó su cuerpo sin vida aparente en una mesa y se dedicó a ofrecer toda su atención y cuidados a la madre. Picasso había sido dado por muerto. Pero la fortuna quiso que en la sala se encontrara entre los familiares, Don Salvador Ruiz, hermano del padre del pintor y médico de reconocido prestigio, quien ni corto ni perezoso, se acercó al abandonado cuerpo del recién nacido mientras fumaba su puro habano y de manera poco ortodoxa quiso comprobar el estado del bebe que había sido desahuciado soplándole una bocanada del humo del puro que fumaba en su rostro, un aire poco saludable, que cuando llegó a los pulmones resultó para Picasso el aliento vital que le hizo reaccionar y que empezara llorar. Norman Mailer se hizo eco de la historia en su biografía "Picasso, retrato del artista joven".
No cabe duda que todos los Santos intercedieron por el pintor malagueño en el último momento, puede que por eso sus padres lo bautizaran con uno de los nombres más largos que encontrarse puedan: Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Cipriano de la Santísima Trinidad Ruiz y Picasso. Curiosamente, del verdadero “Salvador” del pequeño, su tío, no quedó eco en el kilométrico nombre del futuro artista.
Imagen: Tomada de Wikimedia Commons. Dominio Público (CC0). Se enlaza la Fuente Original
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