"A veces he hecho películas que no alcanzaban el nivel que me exijo, pero es que lo único que se puede decir de un mediocre es que toda su obra alcanza el nivel que se exige"
Son palabras de Ernst Lubitsch, uno de los grandes directores de Hollywood, de esos genios que siempre buscaba -y lograba- dejar un sello propio de calidad en sus películas. Samson Raphelson, uno de los guionistas que solía trabajar con él, recuerda como a la hora de enfrentarse a un problema de guion, era muy habitual escuchar al director frases como:
“- ¿Qué hacemos aquí? ¿Cómo solucionamos esto? ¿Cómo podríamos decirlo con estilo? ¿Cómo podríamos decirlo de una manera diferente?”
Y es que lo importante para Lubitsch era sobre todo eso, que se hiciera con estilo, de forma elegante y que además fuera “diferente", una fórmula secreta con la que pretendía sugerir más que mostrar y que con el tiempo sería conocida como "El toque Lubitsch", algo sobre lo que el genial Billy Wilder, que empezó a trabajar con él, lanza una sombra algo escatológica (por decirlo de alguna manera) cuando recordaba que Lubitsch solía tener sus mejores ideas en el cuarto de baño:
“Si nuestro trabajo no avanzaba, se iba al cuarto de baño. Si se quedaba allí más de cinco minutos, podíamos estar seguros que volvería con una idea salvadora. A menudo hacíamos chistes sobre esto diciendo que probablemente tenía allí escondido a un “escritor fantasma” para sorprendernos.”
Billy Wilder, que participó en los guiones de éxitos de Lubitsch como "La octava mujer de Barba Azul" o "Ninotchka" (a la derecha aparece Greta Garbo, Melvyn Douglas y Lubitsch retocando el guion), admiraba profundamente a este director berlinés y siempre contaba cosas buenas de él:
(…) “Lubitsch dirigía sin esfuerzo. También en su caso, solo se percibía la facilidad, la ligereza, una vez terminada la película. Durante el rodaje, se trabajaba más bien en silencio, de un modo poco llamativo y discreto. Esto se debía también a que Lubitsch solo empezaba a rodar cuando habían terminado del todo los trabajos anteriores: el rodaje se llevaba a cabo siguiendo estrictamente el guion y no dejaba nunca que los actores se desviaran del diálogo escrito. Todas las reflexiones y discusiones acerca de las posibles variantes y dificultades se llevaban a cabo antes, mientras se escribía el guion. El rodaje era simplemente la conversión del guion en película.”
Cuando con tan solo 55 años, falleció Lubitsch, el mismo Billy Wilder y Charles Brackett le escribieron una necrológica que decía:
“Era elegante sin Frou-Frou ni Chi-Chi. Tenía más estilo que Schiaparelli, chispeaba con más fuerza que Lanson, tenía más bouquet que un mercado de flores en Grasse. Fundó su propia escuela. Mucha gente buena estudió con él; han intentado imitarlo, pero siempre ha permanecido inalcanzable. Lo que queremos decir con esto es que sus discípulos, enfrentados a la tarea de tener que filmar una noche de bodas, habrían apostado por los violines. Habrían escrito alusiones y pensado picardías. Lo habrían teñido todo de la luz azulada de la luna y lo habrían rematado con una luz crepuscular. Lo habrían cubierto todo con un fino velo. Pero el maestro, no; Lubitsch, no. A él le importaba un bledo la noche de bodas. La pasó completamente por alto. En lugar de esto, filmó el desayuno de la pareja al día siguiente. Y puso más esmero en la sensualidad con la que la novia abre un huevo pasado por agua, más sensualidad de la que habría provocado el encuentro de dos pares de labios, todavía húmedos, en un beso muy sospechoso para la censura. Comparados con él, nosotros somos de lo más burdo. A él le bastaba con filmar una puerta cerrada, para que nosotros nos partiéramos de risa imaginando a Chevalier haciendo, detrás de la puerta, las cosas más disparatadas. Él era la mano que movía cuidadosamente una pluma recorriéndonos el espinazo.”
Sobre el día de su entierro, Wilder recordaba la siguiente anécdota:
“Lubitsch murió en 1947. Al salir del cementerio, Brackett me dijo, sombrío:
-Se acabó Lubitsch.
-Todavía peor –le contesté-, se acabaron las películas de Lubitsch.”
Lo bueno es que, las que hizo, las podemos ver una y otra vez, maravillas como: "Una hora contigo", "Remordimiento", "Un ladrón en la alcoba", "Una mujer para dos", "La viuda alegre", "Ángel", "La octava mujer de Barba Azul", "Ninotchka", "El bazar de las sorpresas", "Lo que piensan las mujeres", "Ser o no ser", "El diablo dijo no" o "El pecado de Cluny Brown"
El toque Lubitsch, en "Días de Cine"
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