“El arte no tiene nada que ver con mercados de consumo, doctrinas, democracia, comunismo, etc. No tiene nada que ver con el odio entre los pueblos, sea cual sea la razón, el lugar y el modo en que aparezca”.
Son palabras de uno los más grandes directores de orquesta de la historia, el berlinés Wilhelm Furtwängler (1886-1954). Su visión de la música de Beethoven parece no haber sido alcanzada posteriormente por ningún otro director y a pesar de ello, su figura todavía está marcada por la controversia que causó el que permaneciera en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial y se convirtiera en el mayor activo cultural del nazismo. En el proceso de desnazificación que hubo de superar después de la guerra dijo las siguientes palabras:
"Yo sabía que Alemania se encontraba en una terrible crisis; me sentía responsable por la música alemana, y que era mi misión el sobrevivir a esta crisis, del modo que se pudiera. La preocupación de que mi arte fuera mal usado como propaganda ha de ceder a la gran preocupación de que la música alemana debía ser preservada, que la música debía ser ofrecida al pueblo alemán por sus propios músicos. Este público, compatriota de Bach y Beethoven, de Mozart y Schubert, aun teniendo que vivir bajo el control de un régimen obsesionado con la guerra total. Nadie que no haya vivido aquí en aquellos días posiblemente pueda juzgar cómo eran las cosas. ¿Acaso Thomas Mann [quien fue crítico de las acciones de Furtwängler] realmente cree que en la Alemania de Himmler a uno no le debería ser permitido tocar a Beethoven? Quizás no lo haya notado, pues la gente lo necesitaba más que nunca, nunca antes anhelaba tanto oír a Beethoven y a su mensaje de libertad y amor humano, que precisamente estos alemanes, que vivieron bajo el terror de Himmler. No me pesa haberme quedado con ellos"
Ciertamente Furtwängler siempre rechazó dar el saludo nazi, e incluso hay grabaciones en las que se le observa limpiando su mano después de dársela a Goebbels, y que su rechazo al Partido Nacionalsocialista prevaleció hasta su muerte. El director defendió a muerte a algunos componentes judíos de su orquesta impidiendo que marcharan a campos de concentración, manteniéndolos a salvo en el seno de la Filarmónica de Berlín. A pesar de ello y tras la guerra, algunas figuras judías de la música como Arthur Rubinstein o Vladimir Horowitz se negaron a tocar con él. Otros como Bruno Walter, Nathan Milstein, Sergiu Celibidache, Ernest Ansermet, o su secretaria judía Berta Geissmar lo defendieron siempre. Curioso es el caso de Yehudi Menuhin que en un principio se negó a tocar con él pero que después de realizar una investigación personal sobre Furtwängler se convirtió en un abierto defensor de la figura del director alemán.
Hay quien achaca la permanencia de Furtwängler en Alemania a la extremada dificultad para expresarse del director y a su carácter retraído. En los años previos a la guerra estuvo a punto de marchar a la Filarmónica de Nueva York, pero tras meditarlo mucho, optó por no seguir los pasos de otros grandes directores como Bruno Walter, Otto Klemperer, Erich Kleiber que abandonaron Alemania y decidió quedarse. Como hemos dicho era una persona de carácter apocado y pacífico, que vivía por y para la música, sin grandes habilidades sociales, tan necesarias para emprender una aventura como la de marchar lejos de su entorno de siempre. Era un artista a la antigua, se limitaba a hacer su trabajo y estaba muy alejado del papel de "divo" que atesora una opinión válida sobre todo, de hecho consideraba que sus opiniones personales o políticas no eran de interés para nadie. Pensaba que su única misión era regalar la más bella de las músicas a todos aquellos que quisieran escucharle. Puede que eso explique un poco su actitud pasiva ante el nazismo. Parafraseando a Ortega, Furtwängler también era él y sus circunstancias.
Imagen: De Wikimedia Commons - Dominio Público (CC0) - Fuente original
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