lunes, 15 de marzo de 2021

Clarice Lispector: "Pertenecer"

 

"Un amigo mío, médico, me aseguró que desde la cuna el niño siente el ambiente, el niño quiere: en él el ser humano desde la cuna ya comenzó. Estoy segura de que en la cuna mi primer deseo fue el de pertenecer. Por motivos que ahora no importan, debía de estar siendo que no pertenecía a nada ni a nadie. Nací por nacer.

Ya en la cuna sentí esta hambre humana y ha seguido acompañándome toda la vida, como si fuese un destino. Hasta el punto de que mi corazón se contrae de envidia y de deseo cuando veo a una monja: ella pertenece a Dios.

Precisamente porque es tan fuerte en mí el hambre de entregarme a algo o a alguien me volví bastante arisca: tengo miedo de revelar cuánto lo necesito y lo pobre que soy. Sí, lo soy, muy pobre. Solo tengo un cuerpo y un alma. Y necesito más que eso. Quién sabe si empecé a escribir tan pronto porque, al escribir, por lo menos me pertenecía un poco a mí misma, aunque eso sea solo un triste facsímil.

Con el tiempo, sobre todo en los últimos años, he perdido la capacidad de ser persona. Ya no sé cómo se hace. Y una forma nueva de la “soledad de no pertenecer” ha empezado a invadirme como la hiedra de un muro.

Si mi deseo más antiguo es el de pertenecer, ¿por qué entonces nunca he formado parte de clubes o de asociaciones? Porque no es eso a lo que yo llamo pertenecer. Lo que yo quisiera, y no consigo, es por ejemplo que todo lo que de bueno surgiese en mi interior pudiese entregarlo a aquello a lo que perteneciese. Incluso mis alegrías, qué solitarias son a veces. Y una alegría solitaria puede volverse patética. Es como quedarse con un regalo envuelto en papel bonito en las manos y no tener a quién decirle: toma, es tuyo, ¡ábrelo! Como no quiero verme en situaciones patéticas y, por una especie de contención, evito el tono de tragedia, raramente envuelvo con papel de regalo mis sentimientos.

Pertenecer no resulta solo de ser débil y de necesitar unirse a algo o a alguien más fuerte. Muchas veces mi intenso deseo de pertenecer surge de mi propia fuerza, quiero pertenecer para que mi fuerza no sea inútil y haga más fuerte a una persona o a una cosa.

Aunque tengo una alegría: pertenezco, por ejemplo, a mi país, y como millones de otras personas pertenezco tanto a él que soy brasileña. Y yo que, muy sinceramente, nunca he deseado o desearé la popularidad -soy demasiado individualista para poder soportar la invasión de la que es víctima una persona popular-, me siento sin embargo feliz de pertenecer a la literatura brasileña por motivos que no tienen nada que ver con la literatura, porque ni siquiera soy una literata o una intelectual. Soy feliz solo por ‘formar parte’.

Casi consigo visualizarme en la cuna, casi consigo reproducir en mí la vaga y sin embargo permanente sensación de necesitar pertenecer. Por motivos que ni siquiera mi madre o mi padre pudieron controlar, nací y me quedé así: nacida.

Sin embargo fui planeada para nacer de una manera tan bonita. Mi madre ya estaba enferma, y, según una superstición bastante extendida, se creía que tener un hijo curaba a las mujeres de una enfermedad. Entonces fui deliberadamente creada: con amor y con esperanza. Pero no curé a mi madre. Y hasta hoy siento la carga de esta culpa: me hicieron para una misión determinada y fallé. Como si contasen conmigo en las trincheras de una guerra y hubiese desertado. Sé que mis padres me perdonaron haber nacido en vano y haber traicionado su gran esperanza. Pero yo, yo no me lo perdono. Desearía que simplemente se hubiese producido un milagro: nacer yo y curar a mi madre. Entonces sí: habría pertenecido a mi padre y a mi madre. No podía confiar a nadie esa especie de soledad de no pertenecer porque, como un desertor, mantenía el secreto de una huida que por vergüenza no podía ser conocido.

La vida me ha hecho de vez en cuando pertenecer, como si lo hiciese para darme la medida de lo que pierdo cuando no pertenezco. Y entonces lo supe: pertenecer es vivir. Lo sentí con la sed de quien está en el desierto y bebe con ansia los últimos tragos de agua de una cantimplora. Y después la sed vuelve y camino realmente por el desierto."

Este ensayo, titulado "Pertenecer", es obra de Clarice Lispector una escritora, novelista y periodista brasileña de origen ucraniano (se llamaba en realidad Chaya Pinjasovna Lispector). Llegó a Brasil con tan solo 2 meses y de este país tomó la nacionalidad y la lengua para sus obras. El texto se publicó en el Jornal do Brasil el 15 de junio de 1968 y ha sido recogido por ejemplo en el libro "Aprendiendo a vivir" que no es sino una selección de sus crónicas publicadas en ese periódico entre septiembre de 1967 y diciembre de 1973. Clarice Lispector, arriba retratada por Maureen Bisilliat en 1969, parecía tener un "no-estilo" que la hacía incalificable, algo que no le impidió convertirse en una de las escritoras más influyentes del pasado siglo XX. Murió en 1977 con tan solo 56 años.

Imagen: De Wikimedia Commons - (CC BY-SA 4.0) - Fuente Original

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