miércoles, 2 de julio de 2025

Frédéric Chopin y la muerte


"Tengo los nervios agotados y no puedo terminar esta carta. Padezco de una nostalgia estúpida; a despecho de mi resignación, no sé qué hacer con mi persona y eso me atormenta... Ya no puedo estar triste o feliz; ya no siento realmente nada, vegeto, sencillamente, y espero con paciencia mi fin... ¡Ah, si pudiera saber que la enfermedad no me acabará aquí el próximo invierno!"

Eso le escribió el admirado Frédéric Chopin a su amigo Grzymala, apenas un año antes de morir. Ya llevaba tiempo conviviendo con las sombras de la muerte a su alrededor y por tanto pensaba a menudo en su legado, en su música y el recuerdo que podría quedar de ella. Son varios los testimonios que muestran su deseo de deshacerse de aquellas obras pianísticas que consideraba que no estaban del todo a la altura: “No son para el público. No están listas para salir a la luz. Preferiría que se olvidaran.” -decía el compositor. Diez años antes de su muerte, en una de sus recaídas, ya era ese un pensamiento que le atormentaba: “Si muero, por favor, quema todos mis manuscritos que no hayan sido publicados. [...] No quiero que lo que no he dado por bueno vea la luz con mi nombre.”

Sus amigos, cuando llegó el momento de su muerte, no le hicieron caso (algo parecido a lo que ocurrió con los escritos de Kafka que también pidió que se destruyera la mayor parte de su obra a su muerte) y gracias a ello podemos hoy disfrutar de algunas mazurcas, nocturnos y polonesas realmente deliciosas y que de haberse seguido el ruego de Chopin se habrían perdido. Respetuoso con el compositor, cuando Julian Fontana se decidió a publicar aquellas desconocidas maravillas lo hizo con esta presentación:

“Estas piezas no estaban destinadas a la publicación por el autor, pero fueron revisadas por él en diversas ocasiones, y creo que merecen no ser olvidadas.”

Pero había otro asunto que horrorizaba a Chopin más aún si cabe que su legado y sobre el que dejó instrucciones claras y precisas:

“Si esta tos acaba asfixiándome, os suplico abráis mi cuerpo para que no sea enterrado vivo” le escribía Chopin a su hermana Ludwika al encontrarse mortalmente enfermo; tal era el pavor que sentía el compositor de abrir los ojos y encontrarse aún vivo dentro de un ataúd, algo comprensible debido a los múltiples casos ocurridos en aquellos tiempos en que se enterraban prematuramente a personas a causa de errores médicos. Tal era el miedo que había en la sociedad a este hecho, que hasta se inventaron dispositivos para que una persona que fuera enterrada por error pudiera avisar desde dentro del ataúd.   

Con tan solo 39 años, fallecía Chopin a causa de las complicaciones de su tuberculosis. La prensa parisina de la época se despedía del compositor así: "Fue miembro de la familia de Varsovia por nacionalidad, polaco de corazón y ciudadano del mundo por su talento, que hoy se ha ido de la tierra"

Durante la autopsia que se le realizó se le extrajo el corazón que fue guardado en una jarra de coñac. Su hermana, cumpliendo los deseos del compositor se lo llevó consigo a su añorada Polonia natal, prácticamente de contrabando, escondiendo la jarra entre su equipaje de mano y sorteando a la guardia rusa que por entonces ocupaba el país. Finalmente el corazón de Chopin quedó depositado en el interior de una de las columnas de la Iglesia de la Santa Cruz de Varsovia, donde aun se encuentra, mientras su cuerpo descansa en el exclusivo cementerio Père-Lachaise de París.

Siempre fue Chopin un hombre triste, devorado por la nostalgia y la melancolía, que tuvo su corazón más en Polonia que en París y así continúa siendo tras su muerte. Su música, esta sí, luminosa y evocadora, todavía sigue hablando de él.

La escultura de la entrada, dedicada a Chopin, es obra del escultor francés Jacques Froment-Meurice (1864-1947) y se encuentra en el parisino Parc Monceau.

Fuente: A partir de Muertes ilustradas de la humanidad - Polvo eres II - Nieves Concostrina
Imagen: Tomada de Pinteres - Fuente Original

martes, 1 de julio de 2025

John Singer Sargent y el "escandaloso" tirante de "Madame X"

"Retrato de Madame X" "La indecencia disfrazada de arte" (J.K. Huysmans)

Para muchos, la arriba retratada es solo "Madame X", la del escándalo, pero esa incógnita no era tal en la época en que fue retratada por John Singer Sargent, aquella distinguida mujer era de todos conocida, la singular Virginie Amélie Avegno Gautreau, una acaudalada dama que pronto se convirtió en toda una sensación en los exclusivos salones parisinos. Su belleza era singular, su figura llamativa y sugerente pero supo añadirle la magia de sus afeites; de ella se decía que se empolvaba la piel con polvos de arroz lavanda hasta parecer de porcelana, pero con un misterioso matiz azulado; su cabello tomaba el color de la caoba gracias a tintes con henna y además de usar tintes oscuros en las cejas y los labios, tenía la curiosa costumbre de aplicar un toque de colorete en sus orejas. Podría parecer una mezcla desafortunada, pero Virginia lograba lucir espectacular, logrando un resultado equilibrado, original y sobre todo atrevido, que la hacía resaltar allá a donde se presentara.

Sargent, ante aquella mujer que ya de por sí parecía una obra de arte en movimiento, se obsesionó por pintarla y lograr captar con su arte la belleza de una mujer que consideraba todo un reto. En esta ocasión no era la modelo la que acudía al pintor, sino todo lo contrario. Así lo decía en una carta: "Tengo un gran deseo de pintar su retrato y tengo razones para pensar que ella lo permitiría, y está esperando que alguien se lo proponga como un homenaje a su belleza... debes decirle que soy un hombre de un talento prodigioso."

Y sin dudas lo era. Sargent, aunque estadounidense, había nacido en Florencia y pasó toda su vida en Europa, hablaba cuatro idiomas y sus modales eran exquisitos; su forma de atender los largos y tediosos posados era novedosa y lograba hacer de la elaboración del retrato una experiencia diferente. No solo tocaba el piano de forma excelente durante los descansos en las sesiones o daba conversación inteligente a las damas que acudían a su estudio, es que además su forma de entender el retrato y su forma de manejar los pinceles resultaba totalmente nueva y moderna, con todo lo cual, pronto se convirtió en un codiciado retratista entre las clases acomodadas que por entonces demandaban imágenes que supieran captar el glamour y alta posición de sus personas.

Sargent sabía sacar el mejor partido a sus modelos, buscaba la luz más adecuada y se esforzaba por conseguir poses originales y favorecedoras que hicieran de cada retrato algo único. En el tratamiento del rostro tenía el don de hacer aflorar la personalidad y distinción del retratado, dándole una viveza muy apreciada por todos. Como decía Warhol de Sargent: 

"Había hecho que todos parecieran más glamurosos. Más altos. Más delgados. Pero todos ellos tienen carácter, cada uno de ellos tiene un carácter diferente"

Consciente de la importancia que tenía para las retratadas, Sargent no olvidaba los detalles como las joyas y complementos e inteligentemente daba un tratamiento especial a los lujosos vestidos de las modelos para que lucieran como era debido en todo su esplendor. Y ni que decir tiene, era muy cuidadoso en atenuar cualquier detalle que pudiera ensombrecer el resultado y la dignidad de la modelo. 

Por supuesto, Virginie Gautreau, aceptó la propuesta del pintor. Como recién llegada a la élite, esperaba que el retrato la ayudara a ser aceptada entre la vieja nobleza. Todo detalle era importante y la modelo eligió un espectacular vestido de noche en terciopelo negro, que a la par que provocaba un intenso contraste con su blanquísima piel, entallaba magníficamente su cintura. El amplio escote, parecido a un palabra de honor, dejaba desnudos sus hombros, realzaba su elegante cuello y se encontraba rematado con unos finos tirantes, en los que centelleaba un cierto brillo metálico o de pedrería que contrastaban con la negrura absoluta del vestido.

Una vez finalizado el retrato, no fueron aquellos hombros desnudos o el amplio escote que mostraba la dama los que llamaron la atención del público, fue el simple hecho de dejar caído el tirante izquierdo, el que doto al cuadro de una sensualidad inesperada, una pequeña frivolidad, una muestra de sugerente abandono de una altiva dama, el que desato el escándalo. Un vendaval de inesperadas críticas arreció contra la modelo y el pintor, entre las que se encontraban afirmaciones como las del escritor Joris-Karl Huysmans que definió la obra como: "La indecencia disfrazada de arte". Se llegó a decir que, si uno se paraba ante el retrato durante su exposición en el salón de 1884, "oiría cada maldición en lengua francesa", tal era la indignación que provocaba. Todo suena muy exagerado, pero por lo visto, en aquella época la honra podía pender de un simple tirante.

El escándalo fue a mayores y John Singer Sargent se vio en la necesidad de repintar la obra para recolocar el conflictivo tirante en su sitio. Virginia Gautreau, abochornada, se vio empujada a abandonar la ciudad, evitando así de los hirientes comentarios de los que era objeto. Pero con el tiempo el cuadro se convirtió en lo que ella esperaba, en su mejor embajador, en una muestra de elegancia, distinción y atrevimiento. Curiosamente, Virginia Gautreau terminó por posar, unos años después, nuevamente con un tirante bajado, esta vez para el pintor Gustave Courtois. Ya no hubo escándalo alguno. Aquel detalle, aquella frivolidad del tirante caído, acabó por convertirse casi en su enseña, en un símbolo.

John Singer Sargent, que hubo de quedarse durante un tiempo con el "escandaloso" retrato en su estudio, pudo con los años venderlo al Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, donde ahora se expone, diciendo: "Supongo que esto es lo mejor que he hecho" (con permiso de su fabuloso retrato de Lady Agnew de Lochnaw del que ya hablamos en este blog)


John Singer Sargent

Imágenes: De Wikimedia Commons - Dom. Público (CC0) - Fuentes a Imagen 1 - 2 -