lunes, 11 de abril de 2022

Milan Kundera y la Inmortalidad

 

“La inmortalidad de la que habla Goethe no tiene, por supuesto, nada que ver con la fe religiosa en la inmortalidad del alma. Se trata de otra inmortalidad distinta, completamente terrenal, de la de quienes permanecen tras su muerte en la memoria de la posteridad. Cualquiera puede alcanzar una inmortalidad mayor o menor, más corta o más larga, si desde muy joven le da vueltas al asunto en sus pensamientos. (…)

Claro que ante la inmortalidad no hay igualdad entre las personas. Tenemos que diferenciar la denominada pequeña inmortalidad, el recuerdo del hombre en la mente de quienes lo conocieron (…) de la gran inmortalidad, que significa el recuerdo del hombre en la mente de aquellos a quienes no conoció personalmente. Hay trayectorias vitales que sitúan al hombre, desde el comienzo, ante esa gran inmortalidad, ciertamente insegura, incluso improbable, pero innegablemente posible: son las trayectorias vitales de los artistas y los hombres de Estado.

(…) El presidente norteamericano Jimmy Carter siempre me cayó simpático, pero fue casi amor lo que sentí por él cuando lo vi en la televisión en chándal corriendo con un grupo de colaboradores suyos, entrenadores y gorilas; de pronto se le empezó a cubrir la frente de sudor, su cara se contrajo en un espasmo, los demás corredores se inclinaron hacia él, lo cogieron y los sostuvieron; era un pequeño ataque al corazón. El jogging debía haberse convertido en una oportunidad para exhibir ante la nación la eterna juventud del presidente. Por eso se había invitado a las cámaras y no fue culpa suya si, en lugar de un atleta pletórico de salud, tuvieron que exhibir a un hombre envejecido que tiene mala suerte.

El hombre ansía ser inmortal, y la cámara un buen día nos enseña su boca estirada en un triste gesto como lo único que recordamos de él, lo que nos queda de él como parábola de toda su vida. Entra en una inmortalidad que denominamos ridícula.

Tycho Brahe fue un gran astrónomo, pero hoy sólo sabemos de él que durante una cena de gala en la corte imperial de Praga le dio reparo salir para ir al retrete, de modo que se le reventó la vejiga y salió para unirse a los inmortales ridículos, como mártir del pudor y de orina.”

El fragmento pertenece a "La inmortalidad" , obra del escritor de origen checo y luego nacionalizado francés Milan Kundera. Para acompañarlo, nuestra amiga Celia Valdelomar eligió en su día el busto de Nefertiti, que sigue en la memoria de todos, miles de años después de su muerte, por su belleza.

Imagen: De Wikimedia Commons - Dominio Público (CC0) - Fuente original

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