"Adoro no ser yo. No soy muy buena siendo yo. Es por eso que adoro tanto actuar"
Antes de convertirse en una estupenda y camaleónica actriz, Deborah Kerr era una jovencita muy tímida, una verdadera rosa inglesa, como la apodarían más tarde, y tras renunciar a una inicial vocación de bailarina fue narradora de cuentos infantiles en la radio. Su tía era profesora de interpretación y con la idea de ayudarla a superar su timidez, la introdujo en el mundillo del teatro londinense en el que llegó a realizar algunos pequeños papeles. La manera en la que dio el salto al cine no deja de ser bastante curiosa.
En 1940 Gabriel Pascal buscaba una cara nueva para su película "Major Barbara". La elegida habría de dar vida a una angelical chica del Ejército de Salvación. El descubrimiento surgió en un restaurante donde Pascal explicaba a un invitado ese matiz de inocencia y pureza que necesitaba para su nueva protagonista, y mientras hablaba paseaba la vista por los rostros de las demás personas presentes en el lugar hasta que, milagrosamente, detuvo su mirada en una de las chicas que se encontraba sentada en una mesa contigua y vio la mirada más pura y etérea que imaginarse pueda. Aquel rostro y aquella mirada eran la sublimación de su propia idea, y como quien encuentra un tesoro se dirigió decidido a hablar con aquella maravilla de mujer. Las primeras palabras que le dirigió a aquella tímida chica fueron de antología: "¿Eres virgen?"
Deborah Kerr se puso como un tomate, pero antes de que ella pudiera dar una respuesta a la altura de su insolencia, el propio Pascal le explicó lo que andaba buscando. Tras normalizar con su tranquilizadora explicación el encuentro, le pidió que le recitara algo, y Deborah que como ya hemos dicho tenía experiencia en la radio, empezó a recitarle "Canción de cuna".
Deborah Kerr se puso como un tomate, pero antes de que ella pudiera dar una respuesta a la altura de su insolencia, el propio Pascal le explicó lo que andaba buscando. Tras normalizar con su tranquilizadora explicación el encuentro, le pidió que le recitara algo, y Deborah que como ya hemos dicho tenía experiencia en la radio, empezó a recitarle "Canción de cuna".
A las pocas palabras, de nuevo Pascal la interrumpió y le preguntó "¿Conoces el evangelio?" y ella nuevamente asintió. Era sin duda la candidata perfecta para aquel papel, un papel con el que Deborah Kerr tuvo éxito y que la convirtió rápidamente en una incipiente estrella del cine británico de la mano de la compañía cinematográfica Rank. No tardarían en llegar inolvidables papeles, como el de la virginal monja de "Narciso Negro", por decir solo uno que tenga algo que ver con estos curiosos y virginales orígenes. Por aquellos entonces la actriz estaba un tanto encasillada en papeles de dama decente e intachable y según contaba Lawrence Olivier, Debora Kerr tenía fama de mujer "irrazonablmente casta".
Desde luego eso de revolcarse en la arena junto a Burt Lancaster mientras las olas chocaban sensualmente contra sus cuerpos en "De aquí a la eternidad" estaba lejos todavía. Una muestra más de que no es posible ponerle puertas al campo. Tras aquella tórrida escena de una mujer ávida de atenciones, Los Ángeles Times sentenció: "Era una época de arquetipos: había mujeres que eran sex-symbols como Marilyn Monroe y otras que ejercían de grandes damas como Audrey Hepburn. Deborah Kerr podía ser las dos".
Entre sus películas figuran maravillas como: "Quo Vadis", "Julio Cesar", "El rey y yo", "Té y simpatía", "Buenos días, tristeza", "Tres vidas errantes", "La noche de la iguana"..... y por supuesto "Tu y yo" de Leo McCarey, otra deliciosa historia de amor que dejó en nuestra memoria a una enamorada Deborah Kerr. Ella misma diría de la película:
"Cary y yo sabíamos cómo besar. Cuando hacíamos una escena de amor no nos intentábamos engullir el uno al otro, pero por esos breves instantes, nos amábamos. Creo que entiendo lo que las mujeres ven en esa película. Hay una dulzura muy atractiva y que está alejada de la crudeza de hoy. Les hace entender que el mundo ha perdido algo entrañable"
Estuvo nominada seis veces a los premios Oscar y solo en 1994 le fue concedido uno honorario en cuya entrega la definían con las siguientes palabras:
"Una artista de impecable gracia y belleza, una actriz dedicada que a lo largo de toda su carrera siempre ha defendido la perfección, la disciplina y la elegancia".
En definitiva, una pelirroja maravillosa por la que no me importaría subir a la terraza del Empire State, aunque fuera por la escalera, para encontrarme con ella.
Algunos momentos para recordar:
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