"Envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena" (Ingmar Bergman)
En "El séptimo sello" (1957), la fascinante película del director sueco Ingmar Bergman, asistimos a la partida de ajedrez más famosa e inquietante de la historia del cine, aquella en la que el caballero Antonius Block (Max von Sidow) se juega su alma ante la Muerte (Bengt Ekerot). Es curioso ver que en el desenlace de esa partida de ajedrez, hay un momento en el que el caballero, para distraer la atención de la Muerte y proteger a un inocente matrimonio que le acompaña, tira, simulando un descuido, las piezas del tablero, diciendo después que no recuerda la posición que ocupaban antes del accidente. La Muerte, menos desmemoriada, se encarga de ponerlas de nuevo en el tablero, pero si se está atento y se observa cual es la posición inicial y final de las piezas (el director enfoca el tablero antes y después) uno puede percatarse de que la Muerte las cambia de sitio, de forma que con esta ventaja, la Muerte, puede finalmente ganar la partida al caballero y llevarse su alma. Y es que la muerte, de una forma u otra, siempre nos hace trampas.
Ingmar Bergman falleció en 2007, (el mismo día que Antonioni) y entonces intentamos hacerle un homenaje jugando con el título de sus películas que hoy repescamos para esta entrada:
Se había roto "El huevo de la serpiente" y ésta había logrado salir de su "Prisión". Su universo entraba en "Crisis" y ahora, en "El umbral de la vida", se enfrentaba a su propia partida de ajedrez, a "La noche eterna", sintiéndose siempre vigilado por "El ojo del diablo" o por la misma muerte que no dudaría en hacerle trampas a él también para robarle la vida. Sólo, "Cara a cara" consigo mismo, "Como en un espejo", escrutaba "El rostro" en busca de respuestas, y solo encontró el vago recuerdo de "Las sonrisas de una noche de verano" y el dulce sabor de las "Fresas salvajes".
"La carcoma" ya lo había destruido todo, incluso el azogue del espejo y ya sólo quedaban algunos recuerdos. "El silencio" había desaparecido de repente y su lugar lo ocupaba una "Sarabanda" que sonaba muy lejana, quizás desde "El manantial de la doncella" por el que tantas veces paseara "Un verano con Mónica" que nunca pudo olvidar.
Siguiendo "El rito" ancestral de "Los comulgantes" que fueron, se enfrentaba al igual que cualquier otra "Persona" a "La hora del lobo", y debía quitar, él también, "El séptimo sello" que le permitiría abrir el sobre que contenía la historia de su vida y verla en conjunto, sus momentos de "Pasión" y sus momentos de "Vergüenza" y concluir que toda ella no fue más que "Una sonata de otoño" en la que de vez en cuando aparecía la alegría propia de "Los juegos de verano". Le pareció suficiente, y no tuvo reparos en entregarse al "Sueño", acompasado de los trinos de "La flauta mágica", y en sus recovecos y delirios se vio, entre "Gritos y susurros", afanándose por discutir con "Fanny y Alexander" sobre "La vida de las marionetas", "En presencia de un clown" que "Tras el ensayo" previo a "Una noche de circo" se había unido a ellos.
Y hablaban como quien habla de "Los secretos del matrimonio", buscando quizás "Una lección de amor", una postrera respuesta. Por último se vio a si mismo, en su último día, viajando en un "Barco a la India", acompañado de Antonioni, y charlando alegremente con "Tres mujeres"; "¡Esas mujeres!" que tan importantes fueron siempre en su vida. ¿Acaso hay mejor compañía?
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