jueves, 25 de noviembre de 2021

Beethoven y la romántica leyenda sobre el origen de la sonata "Claro de luna"

 

Una de las maravillas que surgieron de la prodigiosa imaginación musical de ese genio que es Ludwig van Beethoven, es la arrebatadora sonata "Claro de Luna". Acerca de su composición existe una vieja leyenda, que si bien ha sido totalmente desmentida por la mayoría de estudiosos de la figura y obra del compositor de Bonn, tiene tal encanto que ya forma parte de la propia mitología de la pieza e invita a escucharla de una forma totalmente distinta.

Cuenta la leyenda, que una noche, Beethoven, siempre amante de los paseos, caminaba junto a un amigo por las calles de Bonn, su ciudad natal. Cuando cruzaban una de las zonas más humildes de la villa, una deliciosa melodía llegó hasta el compositor; eran unas notas familiares y tan bien interpretadas que abrieron la curiosidad del maestro. Impetuoso como siempre y arrebatado por lo que oía, se encaminó a la casa de donde provenía la música y sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, empujó la puerta y sin llamar ni ser invitado entró en la sencilla estancia en la que, iluminados por la débil luz de una vela, un hombre joven se encontraba trabajando sobre un banco de zapatero y a su lado, una jovencísima mujer se encontraba tocando un sencillo piano, hilvanando delicadamente aquellas notas que tanto excitaron a Beethoven.

Ni que decir tiene que la entrada del compositor de aquella manera en la vivienda provocó el lógico sobresalto en sus moradores. Beethoven, un tanto atribulado por su comportamiento, se disculpó de inmediato por su arrebato y lo achacó al irresistible impulso de saber quién tocaba de manera tan delicada a aquellas horas de la noche y, todo hay que decirlo, en un lugar tan inesperado como aquella precaria zona de la ciudad. Sin duda el compositor ya sería muy conocido en la ciudad y pronto, el hermano de la joven, presente en la estancia, se tranquilizó y perdonó su atrevimiento. Fue entonces cuando la sorpresa le fue devuelta al compositor, al saber que aquella joven mujer que estaba sentada al piano y que tan diestramente lo tocaba, era totalmente ciega. Queriendo saber más le preguntó cómo había aprendido a tocar y la joven mujer, casi una adolescente, le explicó que tiempo atrás vivió junto a la casa de una estudiante de piano, que pasaba las horas practicando las obras del propio Beethoven y que había aprendido a tocar muchas de ellas con tan solo escuchar a su vecina.

Beethoven, cuya identidad todavía era una incógnita para la mujer invidente, dio unos pasos adelante y se sentó al piano. “¡Escucha!” dijo y empezó a tocar las primeras notas de una de sus sonatas. No tardaron las lágrimas en bañar los ojos de la joven, que reconociendo la pieza y la maestría con la que era interpretada, con voz entrecortada y llena de emoción preguntó si sería posible que fuera el maestro en persona el que se encontraba en su casa y tocaba su piano. Beethoven asintió y le dijo que esa noche tocaría solo para ella.

No tardó mucho en producirse un momento mágico; la débil vela que iluminaba el cuarto se apagó dejando la estancia a oscuras, lo que hizo a Beethoven detener poco a poco su interpretación. Se levantó y abrió la ventana, iluminando la pieza con la maravillosa luz de la luna. Tras reflexionar unos instantes, se dejó llevar por un momento de refulgente inspiración y le dijo a la joven: "Improvisaré una sonata a la luz de la luna", momento en el que, según la leyenda, tuvo carta de nacimiento la "Sonata Claro de Luna".  

Sin embargo, y para introducir un frío y desilusionante aspecto a este relato tan poético, debemos recordar que debido el método de escritura de Beethoven y a su hábito de retocar, revisar y pulir una y otra vez sus manuscritos hasta lograr la perfección, es probable que la improvisación de aquella noche, si la historia hubiera ocurrido así, fuese mucho menos elaborada y exquisita que el trabajo final. 

El primer movimiento de la sonata “Claro de Luna”, un adagio sostenuto, es lento, majestuoso y sombrío, casi "un lamento" como diría Berlioz, que añadía: "El adagio es uno de esos poemas que el lenguaje humano no acierta a calificar". Czerny, alumno de Beethoven, lo definió así: "una escena nocturna, en la que una lastimera voz fantasmal suena en la distancia". El tema tuvo tanto éxito que incluso provocó cierto descontento en el compositor, que ante los elogios contestaba: "seguramente he escrito cosas mejores". El segundo movimiento, un minueto, resulta más alegre y sirve de discreto puente para llegar al soberbio y complicadísimo tercer y último movimiento, (presto agitato) una maravillosa joya pianística que rebosa esa explosiva energía beethoviana tan propia de sus obras más notables. Cuando hablamos de la infinita delicadeza de esta sonata, puede que pensando solo en el famosísimo adagio inicial, olvidamos por completo que en esa misma obra brilla con la misma, o puede que con más fuerza aún, este vertiginoso y embriagador movimiento, la delicia de todo pianista que quiera sentirse dueño y señor del instrumento. 

Y aunque resulta claro que el origen que aquí se nos cuenta de esta maravillosa sonata, la número 14 de las del genial músico de Bonn, es más propio de las leyendas que de la realidad. como ya avanzábamos inicialmente, también lo es que la historia está bien trenzada y que uno se puede dejar llevar por ella, para imaginar, mientras la escucha, a Beethoven en aquella humilde vivienda, a la luz de la luna, regalando esta joya a una pobre mujer ciega. Sin duda sonará distinta a nuestros oídos. Lo que no es óbice para recordar que esta Sonata en do sostenido menor, opus 27.2, tiene en realidad el nombre de "Quasi una fantasía" y fue compuesta en 1801, cuando Beethoven tenía 30 años, y estaba dedicada a su alumna, la joven condesa Giulietta Guicciardi (retrato de la derecha), de 17 años, de quien se dice que Beethoven estaba enamorado. En una carta se refería a ella así: "Ahora vivo más feliz. No podrás nunca figurarte la vida tan sola y triste que he pasado en estos últimos tiempos... Este cambio es obra de una cariñosa, de una mágica niña que me quiere y a quien yo amo". Con lo que no cabe duda de que una joven dama, "damigella" como la llama Beethoven en la dedicatoria, ciega o no, rica o pobre, estaba detrás de la inspiración de este gran compositor para esta obra.

El nombre popular de esta pieza -"Claro de luna"- no se debe al compositor y es un apodo que se haría popular tras la muerte de este, surgiendo a raíz de una comparación que el poeta y crítico musical alemán Ludwig Rellstab realizó entre el primer movimiento de la pieza y el claro de luna que era visible en el Lago de Lucerna.

La escultura de Beethoven es obra de Caspar von Zumbusch y se encuentra en el Konzerthaus (salón de conciertos) de Viena.

La historia inicial de la leyenda toma como fuente, sobre la que se construye el propio relato, la siguiente página: Piano red

Imágenes: De Flickr - Imagen 1 - (CC BY-SA 2.0) - Imagen 2 - Wikimedia Commons (CC0)

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