Mucho antes de que el ubetense Joaquín Sabina escribiera, allá por 1980, aquellos versos destinados al álbum "Malas compañías" que decían: "Allá donde se cruzan los caminos, donde el mar no se puede concebir, donde regresa siempre el fugitivo, pongamos que hablo de Madrid", otro genio de las letras españolas, nada más y nada menos que Lope de Vega, escribió otros de espíritu similar, el soneto nº 142, también dedicado a Madrid, en este caso su ciudad natal y que había de abandonar camino de Valencia por una condena de destierro motivada por problemas amorosos que el escritor no supo solucionar de manera elegante. Tampoco el Fénix de los ingenios, como admirativamente Cervantes llamaba a su vecino Lope, fue condescendiente con la ciudad, toda una Babilonia a sus ojos, que como a Sabina, le provocaba sentimientos encontrados. El poema dice así:
Hermosa Babilonia en que he nacido
para fábula tuya tantos años,
sepultura de propios y de extraños,
centro apacible, dulce y patrio nido;
cárcel de la razón y del sentido,
escuela de lisonjas y de engaños,
campo de alarbes con diversos paños,
Elisio entre las aguas del olvido;
cueva de la ignorancia y de la ira,
de la murmuración y de la injuria,
donde es la lengua espada de la ira;
a lavarme de ti me parto al Turia,
que reír el loco lo que al sabio admira,
mi ofendida paciencia vuelve en furia.
Por supuesto, Lope de Vega no tardó en volver a Madrid, al lugar donde regresa siempre el fugitivo, allí murió y allí quiso quedarse, pongamos que Madrid, aún tenía un sitio para él.
Imagen: De Wikimedia Commons - (CC0) - Dominio Público - Fuente Original
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