"El divino Marat, con un brazo colgando fuera de la bañera, del que pende sin fuerzas su última pluma, traspasado el pecho por la herida sacrílega, el divino Marat acaba de rendir el último suspiro. Sobre el verde pupitre que frente a él se extiende, todavía está en su mano la pérfida misiva. (…) El agua de la bañera está enrojecida por la sangre, y el papel ensangrentado; yace en el suelo un gran cuchillo de cocina embebido de sangre (...) Lo más asombroso de este insólito poema es que está pintado con extrema rapidez, cosa que, teniendo en cuenta la belleza del dibujo, es motivo sobrado de estupor. Es el pan de los fuertes, y el triunfo del espiritualismo; este cuadro, cruel como la naturaleza, tiene todo el perfume del ideal. ¿Cuál era esa fealdad que tan rauda ha borrado la Muerte con la punta de un ala? En adelante, Marat podrá desafiar a Apolo; la Muerte viene a darle un beso con sus enamorados labios, y ahora Marat descansa en la calma de su metamorfosis. Tiene esta obra algo de tierno, a la par que de conmovedor; en el aire frío de esta estancia, sobre estos fríos muros, en torno a esta fría y fúnebre bañera, revolotea un alma"
Son palabras de Charles Baudelaire recogidas en "El museo clásico del Bazar Bonne-Nouvelle" (1846) sobre la obra "La muerte de Marat" (1793), y no seré yo el que intente superarlas para describir el cuadro. Puntualizar que el pintor, Jacques-Louis David era íntimo amigo de Marat y que resulta evidente que idealizó la imagen del asesinato de este a manos de Charlotte Corday haciendo de su figura todo un mártir, siendo tal su logro que la obra es conocida por algunos como "La piedad de la Revolución".
De los motivos que movieron a Charlotte Corday a cometer su acción (siempre inexcusable) no se suele hablar, aunque son detalles que facilitan una mirada distinta sobre el cuadro y restan algo de la pretendida beatitud otorgada al retratado. Marat sufría graves problemas de piel, según algunos debido a una grave dermatitis y según otros a una grave infección que cogió mientras hubo de esconderse en las cloacas de Paris, al correr su vida peligro por su carácter combativo contra los más poderosos en los primeros compases de la Revolución. Los intensos picores que esta enfermedad le producían intentaba calmarlos con un turbante alrededor de su cabeza empapado en vinagre y tomando largos baños de agua durante los cuales solía ocuparse, ayudándose de un escritorio improvisado a su lado, de sus quehaceres políticos y de sus publicaciones en el periódico "El amigo del pueblo". Marat, muy cercano a la facción jacobina a la que pertenecía Robespierre durante la tenebrosa época revolucionaria conocida como el Terror, empleaba parte de ese tiempo dedicado al reparador baño a escribir sus listas con los nombres de las personas que debían ser ejecutadas por crímenes de Estado, de hecho, Charlotte Corday logró acceder al mismo lugar donde tomaba su baño Marat con la treta de presentarle una supuesta lista de girondinos (facción revolucionaria más moderada que los jacobinos y a la que pertenecía la propia Corday), que deberían ser ejecutados como enemigos de Francia. Tras dictarle los nombres que Marat escribió diligentemente, le dijo (según la crónica de Lamartine): "¡Está bien!" dicho con el tono de un hombre seguro de su venganza, "¡en menos de ocho días irán todos a la guillotina!", momento tras el cual, reafirmada en su propósito, Charlotte sacó un puñal que llevaba escondido entre sus ropas y lo hundió en el cuerpo de la persona que por ella era percibida como una "bestia". "He matado un hombre por salvar cien mil" alegó en su juicio. Cuatro días después fue ajusticiada en la guillotina y cuando su cabeza cayó en el cesto el verdugo la cogió de los pelos y delante de todos la abofeteó. Charlotte, en unas últimas palabras escritas a su padre se despedía así:
"Perdonadme, querido papá, decía, de haber dispuesto de mi existencia sin vuestro permiso; he vengado muchas víctimas inocentes e impedido otros desastres. El pueblo, algún día desengañado, se regocijará de verse libre de un tirano... No olvidéis estos versos de Corneille: La deshonra está en el crimen y no en el cadalso". Mañana a las ocho deben juzgarme".
David supo imprimir a su obra una atmosfera un tanto tenebrista, llena de dolor y contención, pero puede que por que su arte estuviera más en los pinceles que en la oratoria o por la gran amistad que le unía al fallecido, cuando presentó el cuadro ante la Asamblea que se lo había encargado lo hizo con estas grandilocuentes palabras:
"¡Acudid todos! Madres, viudas, huérfanos, soldados oprimidos… ¡Acercaos, todos aquellos a quienes defendió poniendo en riesgo su vida! Y contemplad a vuestro amigo. El que velaba ya no existe. Su pluma, terror de los traidores… su pluma se le escapa de las manos. ¡Oh, desesperanza! ¡Vuestro infatigable amigo ha muerto! Ha muerto siendo amigo vuestro, dándoos su postrero pedazo de pan; ha muerto sin tener bastante ni para su entierro. Tú, posteridad, lo vengarás; les dirás a nuestros nietos de cuántas riquezas podría haber sido dueño si no hubiese preferido la virtud a la fortuna"
La obra, que actualmente se expone en los Museos Reales de Bellas Artes de Bélgica (Bruselas) fue admirada y reproducida mientras que vivió Robespierre, pero tal y como este fue guillotinado la obra cayó en desgracia e incluso David fue perseguido por sus cercanías al ala jacobina. Por suerte para el artista Napoleón estaba a la vuelta de la esquina, deseoso de un gran pintor que lo inmortalizara y con él, David volvería a tener un papel protagonista, pero aun así su óleo de la muerte de Marat seguiría siendo una obra maldita imposible de vender hasta que en 1846 Charles Baudelaire reivindicó el cuadro con sus palabras, parte de las cuales se recogen al inicio de esta entrada. La familia de David terminó donando el cuadro a la ciudad de Bruselas en 1886, ciudad a la que tuvo que exiliarse el pintor tras la muerte de Napoleón.
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