Demóstenes fue el mejor de los oradores de la antigüedad y lo hizo luchando contra una tartamudez que hacía ininteligibles los argumentos y palabras que salían de su boca. Su primer discurso fue un fracaso y alguien, ante sus atropelladas palabras le gritó: "¡Ponga el aire en sus pulmones y no en su cerebro!"
En realidad, el ateniense Demóstenes (384 a. C - 322 a. C), lo que menos tenía en el cerebro era aire, de hecho era una persona altamente instruida, capaz de los mejores argumentos. Solo le faltaba hacerse oír con claridad.
Después de muchos ejercicios realizados en soledad para mejorar su forma de hablar y que entran casi en el terreno de la leyenda, logró superar su tartamudez y modular su voz para hacerla clara y potente, convirtiéndose desde entonces en el mejor de los oradores. No es de extrañar entonces aquella anécdota que cuenta como un amigo se acercó a Demóstenes y le preguntó cuál era a su entender la cualidad imprescindible para ser un buen orador. No dudó un instante en decirle:
- La forma de emitir la voz
- ¿Y cuál sería entonces la segunda?
- La forma de emitir la voz
- ¿Y la tercera?
- La forma de emitir la voz
- ¿Y es que acaso lo que dices con tu voz no es importante?
- Es que si no lo dices con una voz clara y bien emitida, nadie se enterará de lo que dices.
Plutarco decía de él: "Demóstenes, cuanto talento tuvo, recibido de la naturaleza y acrecentado con el ejercicio, todo lo empleó en la oratoria, llegando a exceder en energía y vehemencia a todos los que compitieron con él en la tribuna y en el foro"
En la fotografía podemos ver un busto en mármol de Demóstenes que es una obra de arte romana, inspirada en una estatua de bronce de Polyeuctos (ca. 280 a. C.). Pertenece a la colección del Museo del Louvre (París)
Imagen: La fotografía ha sido tomada, sin modificaciones, de los fondos de Wikimedia Commons donde figura con la etiqueta CC BY-SA 2.5
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