En los rodajes de escenas de acción no son nada raros los accidentes y el de la película "Murieron con las botas puestas" (1940) se encuentra entre los más moviditos. Tanto que algunos extras podrían haber utilizado el título de la película como epitafio. El director del film, Raoul Walsh, deseaba dar el mayor realismo posible a las escenas de acción y conseguir que las cargas de caballería que aparecían en esta película superaran a las de "La carga de la Brigada Ligera" (1936) que unos años antes había rodado Michael Curtiz.
No hacía mucho que, para escenificar las caídas de los caballos, se había dejado de usar un método ciertamente cruel llamado "W rodande", con el que se hacía tropezar al caballo y caerlo en el momento adecuado por medio de un alambre disimulado que se colocaba en su camino. El especialista sabía cuando iba a ocurrir aquello y podía preparar la caída, el caballo no tanto, no siendo raro los animales que al caer de bruces se partieran las patas o el cuello provocando su "humanitario" sacrificio. Para el rodaje de "Murieron con las botas puestas" se contrataron especialistas que sabían hacer caer s sus caballos sin necesidad del tenebroso cable. El jinete ponía su pie izquierdo bajo el caballo y después lo zancadilleaba. Era un gesto aquel que al caballo, ya entrenado, le hacía saber que iba a ser derribado y preparaba también la caída evitando los daños de antaño y "humanizando" un poco el rodaje de estas escenas. En aquella época destacaba especialmente un especialista llamado George Dolan, que es al que vemos caer derribado en cada toma en la que el soldadito de turno se gira sobre su caballo y dispara sobre un indio de los que le persiguen.
En cualquier caso, el rodaje de las escenas fue un verdadero desastre y hubo más de un accidente mortal. Uno de los jinetes murió al caer mal de su caballo mientras montaba borracho, otro jinete murió como consecuencia de una mala caída, y en sus memorias, Errol Flynn nos cuenta la historia del tercero de los especialistas muertos en el rodaje, su amigo Bill Meade, aunque mezclando de forma evidente recuerdos de "La carga de la brigada ligera" de Curtiz y "Murieron con las botas puestas" de Walsh, ambas protagonizadas por él:
"Yo estaba otra vez trabajando con Mike Curtiz. Dirigía una carga contra los indios, a mi espalda una brigada de cuatrocientos soldados de caballería. Cruzamos una larga extensión de terreno, una llanura del Valle de San Fernando. El terreno era abrupto, al fondo había montañas, y un hombre con una cámara nos seguía mientras cargábamos. En una acción como ésta no conocías el terreno, y el caballo tampoco. Esperabas salir vivo…
A mi lado cabalgaba un mozo que me caía simpático, Bill Meade. Era de una familia muy conocida de California, y acababa de heredar un millón de dólares. Se había casado con una bella muchacha y acababa de ser padre. Quería ser actor y tenía todas las cartas para conseguirlo. Era muy bien parecido, un atleta, un excelente jugador de polo. Siempre quería cabalgar a mi derecha, o detrás de mí. Bill no lo sabía, pero yo me habría cambiado por él alegremente. Él podría haber sido el actor, hacer esas películas en las que yo no creía, y yo hubiera tenido su millón. Me seguía a todas partes, como un perrito. Yo quería verlo hacer algo en el cine. Él tenía todo lo que la vida puede ofrecer… salvo fama como actor. Ahora cabalgábamos juntos, detrás de los indios, y Mike Curtiz detrás de nosotros… Repetimos la carga dos veces, pero el perfeccionista despiadado, Mike Curtiz, gritaba: «¡Otra, otra! ¡Hay que hacer otra!
Notaba el cansancio a mi alrededor. Los soldados, con sus uniformes plateados, estaban fatigados. Al caballo de Bill Meade le salía espuma por la boca. En mi interior bullía esa rabia que casi siempre me provocaba Curtiz, de que había que dejarlo antes de que ocurriera algo terrible. Con tantas tensiones en el aire, caballos cansados debajo de todos nosotros, cuatrocientos hombres cruzando la llanura como rayos, ruidos, estampidos de pisadas de unos y otros, gemidos, relinchos, caballos doloridos, espadas agitándose enloquecida-mente, y la voz del director chillando sobre todo ello… Me parecía que pintaban bastos, que nos habíamos pasado, que debíamos abandonar. Pero no. Pistoletazo, la señal de acción… Curtiz nos incita a emprender la tercera galopada. Cuesta controlar a los fatigados animales. Noto lo nerviosos que están por los nuevos ruidos crispados que hacen. Oigo al cámara-car avanzar a toda velocidad junto a nosotros, levantando una nube de polvo que nos fastidiaba. Sé que me están encuadrando de perfil cuando grito: – ¡Como rayos, soldados!. ¡Adelante!. Me vuelvo sobre mi caballo y agito la espada ante mi brigada. En un momento así uno desea estar en la retaguardia de la caballería, no delante, porque puede pasar cualquier cosa. Bill Meade avanzaba a mi lado. Llevaba la espada desenvainada, y la empuñaba ante él, al estilo de la caballería. Era el hombre más cercano a los indios. Por el rabillo del ojo vi tropezar a su caballo. Él, como un buen jinete, tiró la espada y se preparó para la caída. Arrojó la espada frente a él, a veinte pies de distancia. Con el impulso del caballo detrás del lanzamiento, la espada hizo una cosa curiosísima. Aterrizó sobre su empuñadura, con la punta hacia arriba. Mientras el caballo completaba su traspié, Meade cayó hacia delante, hacia el suelo… una posibilidad entre un millón de que ocurriera algo así. La espada estaba orientada para el asesinato. Bill aterrizó sobre ella, de manera que la hoja le atravesó de pecho a espalda, a través del pulmón, sin descuidar el corazón».
El rodaje terminó por convertirse en algo tan peligroso que cuando Antohny Quinn, que hacía del jefe indio Caballo Loco, se presentaba en el rodaje para las escenas de carga a caballo de los indios sobre los hombres del General Custer, lo hacía, a modo de broma macabra, montado en un coche fúnebre.
Imágenes: Cortesía de la estupenda página Doctor Macro. Imagen 1 - Imagen 2
No hay comentarios:
Publicar un comentario