Pocos actores han obtenido tanto cariño y fama como Charles Chaplin gracias a su personaje de "Charlot" y como ya os podréis imaginar, esa fama no siempre era oportuna y más de una vez le supuso graves trastornos. Cuenta David Niven que en cierta ocasión que se encontraba haciendo un crucero por el Mediterraneo en compañía del mentado Chaplin y de Douglas Fairbanks tuvieron una cena a base de mejillones que no le sentó nada bien a nuestro Charlot . La cosa fue cada vez a peor y cuando se encontraban de excursión por el pequeño pueblecito pesquero de Grasse (Francia) Chaplin estaba desesperado por encontrar un retrete donde aliviar su malestar. Parte del problema era que ninguno de ellos sabía francés y para colmo los lugareños reconocieron a los famosísimos actores, haciendo un corro alrededor de ellos mientras coreaban sus nombres. El momento no era evidentemente el más indicado para ponerse a firmar autógrafos ni para dedicar sonrisas o muecas charlotescas por mucho que a los admiradores no pararan de corear su nombre ¡Charlot!, ¡Charlot!, ¡Charlot!, ¡Charlot!
A falta de francés y como buen actor de cine mudo que era, Charlot empezó a intentar explicarse con gestos, llevándose la mano al estomago y haciendo como si tirara de la cadena…. Pero de nada sirvió, el improvisado público empezó a reír y a aplaudirle pensando que les estaba dedicando una pantomima a lo Charlot en atención a todos ellos. Entre los gritos de ¡bravo!, Chaplin, doblado como una alcayata, desesperaba y Fairbanks acudió a su rescate y chapurreando dijo algo así como "Le retrete pour Charlot". Un quesero, entendió finalmente el "problema" y apiadándose de él, le ofreció el retrete que tenía detrás de su tienda. Según se cuenta, unos minutos después de que entrara Charlot, los admiradores no pudieron contenerse y se abalanzaron sobre la casetilla de débil madera que se derrumbó por completo ante el empuje de un gentío que quería ver y tocar a su estrella favorita, aunque fuera en un momento tan delicado. A Chaplin, absolutamente abrumado, supongo que se quedaría sin ganas de sonreír en aquel trance y solo le quedó una solución, la que tantas veces ponía en práctica en sus películas, agarrar fuerte sus pantalones y poner pies en polvorosa para huir de aquella marabunta. Parece que los vecinos del pueblo se pelearon por conseguir algún resto del retrete en el que estuvo Charlot "pensando" en sus cosas. El caso es que algunas de las bisagras de aquel rústico aliviadero se llegaron a vender por hasta 53 francos de entonces…. Como decía Don Quijote: "Cosas veredes Sancho, que non crederes".
Imagen: Cortesía de la estupenda página "Doctor Macro" - Fuente Original
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