Antes de que se lanzaran las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, la ciudad de Tokyo sufrió bombardeos sistemáticos que causaron más daño y mortandad que el sufrido en aquellas ciudades. El bombardeo de la capital japonesa del 9 de marzo de 1945 fue especialmente duro, para muchos historiadores el más cruento de la historia. Aquel día se arrojaron sobre Tokyo casi 1700 toneladas de bombas con la particularidad de que estas eran bombas incendiarias de napalm de muy poco peso. Así, un total de 496.000 artefactos explosivos de tan solo 2'7 kilos cada uno fueron lanzados sobre una ciudad en la que muchas de sus construcciones eran de madera, suficientes para crear un sin fin de incendios que terminaron por arrasar la ciudad. Si en Hiroshima murieron de forma inmediata 80.000 personas y en Nagasaki fallecieron 74.000, en Tokio, ese fatídico día fueron la friolera de 105.000 personas las que perdieron la vida. Gran parte de la ciudad quedó destruida y 260.000 hogares arrasados.
Georges Beck, artillero de uno de los bombarderos B-29 que participó en aquella misión, anotó en su diario: “Se formaron nubes de humo negro y apestoso, de hasta 20.000 pies de altura, causando corrientes de aire caliente muy poderosas que hacían tambalearse fuertemente nuestros aviones y traían consigo el horrible olor de la carne que se quema”. Y no fue este el único bombardeo que sufrió la ciudad, únicamente fue el más cruento. El efecto mediático de los hongos atómicos dejó en el olvido estas barrabasadas de los americanos, al parecer, según cuenta la siguiente anécdota, incluso para ellos mismos.
En abril de 1982, George H. Bush, futuro presidente de los Estados Unidos, en compañía de su esposa Barbara, hicieron una visita a Japón y fueron recibidos por el Emperador Hirohito. El encuentro fue relatado por Barbara Bush en su libro de memorias. En la entrada de los días 23 al 25 de abril de 1982 puede leerse (traducción propia y seguro que deficiente):
"Durante una vista a Japón, George y yo almorzamos en el Palacio Imperial con el emperador Hirohito. Mientras esperábamos a que apareciese, recuerdo permanecer frente a unas dobles puertas cerradas y pensar que detrás de ellas estaba el hombre que de pequeños pensábamos era el diablo. Él era al que acertada o equivocadamente culpamos por Pearl Harbor. Cuando las puertas se abrieron se presentó ante nosotros un ser diminuto de aspecto amable. Durante ese memorable almuerzo, me senté junto al emperador y encontré la conversación algo dificultosa. (...) Él tenía un "si" o un "no" como respuesta para todo, entre los que intercalaba algún ocasional "gracias".
Estábamos sentados en el glorioso y relativamente nuevo Palacio, así que desesperada por hablar sobre algo, dije que el nuevo palacio era encantador. "Gracias" me respondió. Entonces insistí "¿Es nuevo?". "Si" contestó. Finalmente comenté: "¿Era el antiguo palacio tan viejo que se vino abajo? Él se giró con una encantadora sonrisa y me dijo: "No, me temo que vosotros lo bombardeásteis".
El maravilloso castillo palacio original de la era Meiji quedó destruido en un bombardeo la noche del 25 de mayo de 1945, para ser reconstruido en 1968 con el nuevo nombre de "Kökyo" (Residencia imperial).
En otras entradas se hablará de las barbaridades que también cometió el ejercito imperial japonés. En la guerra todos los bandos tienen siempre acciones ignominiosas a sus espaldas.
En la foto se puede ver al Emperador Hirohito el día de su entronización en 1928.
Imagen: De Wikimedia Commons - Dominio Público (CC0) - Enlace a la Fuente Original
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