"Me estremeceré. Me echaré a llorar. El día siguiente me levantaré al alba. Saldré por la puerta de la cocina. Pasearé por el páramo. Los grandes caballos de los jinetes fantasmales atronarán el aire con sus cascos a mis espaldas y se detendrán bruscamente. Veré la golondrina rasando el césped. Me arrojaré al suelo en la orilla del río y veré el pez entrando y saliendo de los manojos de plantas acuáticas. Las agujas de pino dejarán huellas en las palmas de mis manos. Entonces me abriré y arrancaré de mí cuanto aquí he hecho; algo duro. Sí, porque algo se ha formado en mí aquí, a través de los inviernos y los veranos, en escaleras y dormitorios."
"Me sentaré en la temblorosa orilla del río y contemplaré los nenúfares, anchos y luminosos, que con su aguada luz de luna iluminan en haces el roble que se cierne sobre el agua. Cogeré flores. Formaré con ellas un ramo, lo tomaré en la mano y lo ofreceré… ¡Oh! ¿A quién? Hay un obstáculo en el fluir de mi vida. Una profunda corriente tropieza con algo. Y este algo se estremece. Tira. Un nudo en el centro opone resistencia. Es-dolor, es angustia. Me debilito, cedo. Mi cuerpo se reblandece. Quedo abierta, quedo incandescente. Ahora la corriente se desborda en una profunda marea fertilizante que abre lo antes cerrado, forzando lo antes prietamente plegado, y fluye sin limitación. ¿A quién daré cuanto ahora me recorre, cuanto nace y fluye de mi cuerpo cálido y poroso? Recogeré las flores y las ofreceré… ¡Oh! ¿A quién?"
"A todos os temo. Temo el choque de la sensación que salta sobre mí, debido a que no puedo darle el tratamiento que vosotros le dais; soy incapaz de conseguir que un momento se funda con el siguiente. Para mí todos los momentos son violentos, todos están separados. Y caigo derribada por el choque del momento, en su salto, en que os cebaréis en mí. No hay una finalidad prevista. No sé cómo pasar de un minuto a otro, de una hora a otra, resolviendo minutos y horas, gracias a cierta fuerza natural, hasta que constituyan esa masa indivisible y unitaria a la que vosotros denomináis vida. Debido a que tenéis una finalidad prevista -¿será una persona a cuyo lado estar, será una idea, será vuestra belleza?; no lo sé- vuestros días y vuestras horas pasan como las ramas de los árboles del bosque, pasan como el suave verde del bosque junto al perro que corre tras su presa. Pero no hay presa, no hay ni un solo cuerpo, que me incite a ir en su busca. No tengo rostro. Soy como la espuma que se desliza sobre la playa, o como los rayos de la luna que caen como flechas ora en una lata, ora en un manojo de algas, o en un hueso o en una carcomida barca. Un torbellino me hunde en las profundidades de las cavernas, me lleva en volandas como un papel que choca con las paredes de interminables corredores, y he de apoyar la mano en el muro para retroceder."
"Quiero salir de estas aguas. Pero se amontonan sobre mí. Entre sus grandes hombros me llevan. Me obligan a dar un giro sobre mí misma, me derriban, estoy tendida entre esas largas luces, esas largas olas, esos interminables senderos, esas gentes que me persiguen, me persiguen"
Los fragmentos forman parte de un monólogo de Rhoda en "Las olas", obra de Virgina Woolf publicada en 1931. Aunque la novela se escribió 10 años antes de la muerte de la autora, uno no puede evitar, al menos yo, encontrar en las palabras del monólogo un motivo para el recuerdo del triste final de la escritora en el rio Ouse. Aunque, todo hay que decirlo, los fragmentos citados no se presentan con esa continuidad en la novela y entre uno y otro hay paginas enteras de por medio.
Imagen: De Wikimedia Commons (CC0) - Fuente Original
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