"Estoy de acuerdo con lo que dices
sobre la pérdida del impulso de la primera juventud. Pero cuántas macanas se
hacían en su nombre. (...) Es curioso, yo guardo el recuerdo de mi juventud con
tanta triste ternura como vos, pero hoy en día me siento tanto o más ávido que
entonces. La diferencia es que trato de pegar el tarascón de una sola vez, y no
dar vueltas mordiéndome la cola como los cachorros. Yo creo que la única gran
pérdida son las ilusiones, y a veces las certidumbres, por hermosas que sean,
no alcanzan a reemplazarlas. De todos modos, hay algo innegable: de muchacho
uno no sabe realmente lo que hace. (...) Toda la conciencia vigilante de este
mundo no paga, quizá, aquellos deslumbramientos de los dieciocho años, aquel
valor increíblemente mágico de un pocillo de café en su momento, de una playa,
de una página de un libro. ¿Te acuerdas lo que era recibir entonces el regalo
de un amigo? Era como una salpicadura de divinidad. Las más pequeñas cosas, una
cita, un cumpleaños, un banco de plaza, todo estaba cargado de infinito, no sé
decirlo de otra manera. Uno reía y lloraba de otra manera. No sabes, no puedes
saber lo que despierta en mí el recuento de pasado que haces al final de tu
carta. Cada nombre, cada música, cada episodio que mencionas. Tú eres el único,
ya que los comparte conmigo. Cuántos muertos, cuántos ausentes y cuánto olvido
preparándose en el tiempo. Creo que después de todo tu carta me ha hecho un
poco de daño, del cual no eres culpable."
Fragmento de una carta escrita por Julio Cortázar el 27 de noviembre de 1954 a su amigo, el pintor, poeta y escritor bonaerense Eduardo Jonquières.
Imagen: De Wikimedia Commons - Dominio Público (CC0) - Fuente Original
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