Diógenes tenía y sentía su independencia como su más preciado tesoro personal y procuraba, con el mayor celo, no depender de los demás en nada, ni tan siquiera de los objetos que pudieran resultarle innecesarios, algo que ilustra muy bien aquella anécdota que recogía el momento en el que vio a un niño beber agua de una fuente ayudándose del hueco que formaban sus manos para recogerla, instante mismo en el que se dijo a sí mismo: "Este muchacho me ha enseñado que todavía tengo cosas superfluas", tras lo cual rompió la escudilla con la que hasta entonces se ayudaba para beber, momento que es el representado en la escultura que ilustra esta entrada, obra de Émile André Boisseau y que se expone en el Museo Nacional de Bellas Artes de Rio de Janeiro. No era una persona fácil Diógenes y a pesar de su extrema pobreza autoimpuesta y de ser admirado por la mayoría de los atenienses, no contaba con demasiados amigos, resultando una de las excepciones la del filósofo Platón, que le llamaba "Sócrates delirante". En cierta ocasión Platón, el de las anchas espaldas, encontró a Diógenes en una fuente, lavando las verduras que ese día tenía por alimento, y le dijo:
- "Ya lo ves amigo mío, si hubieses adulado a Dionisio, el tendero, hoy no tendrías tú mismo que lavar tus verduras"
- "Y si tú te pusieras a lavar tus verduras, no tendrías que estar adulando a Dionisio", fue la respuesta del siempre cáustico, pero también admirable Diógenes de Sinope.
Imagen: De Wikimedia Commons - (CC BY-SA 4.0) - Fuente Original
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