"Los diplomáticos piensan dos veces lo que van a decir, sólo para después no decir nada."
Son palabras de Talleyrand (arriba retratado por François Gerard) del que se cuenta que cuando estaba a punto de estallar la Revolución de 1830, atrincherado en su casa a la espera de acontecimientos, miraba por la ventana las calles, intentando descifrar a que bando debía dar su apoyo y volver a caer -como siempre- de pie como los gatos. En uno de esos días de incertidumbre le dijo a su mayordomo:
- "Los nuestros ya están venciendo".
El mayordomo que todavía parecía estar ajeno a las habilidades estratégicas de su señor preguntó: - ¿Y quiénes son los nuestros?
- Eso te lo diré mañana - sentenció Talleyrand.
Y es que Charles -Maurice de Talleyrand-Périgord (1754-1838), el maestro supremo del camuflaje, si de ajedrez se hubiese tratado, hubiera podido fácilmente jugar de caballo de blancas o de negras en la misma partida y saltar por encima de quien hubiese necesidad, sin enfadar además a ninguno de los dos contrincantes. Como político, y contradiciendo el axioma que hizo famoso Alfonso Guerra, Talleyrand era un experto en moverse y a pesar de ello seguir saliendo en las fotos, por mucho que en aquella época no existieran.
El talentoso político, sufría una acusada debilidad física debido a su padecimiento de la enfermedad de Marfan, motivo por el cual tuvo que renunciar a la carrera militar que para él tenía preparada su poderosísima familia, de esta manera y adaptándose a las circunstancias, comenzó su escalada al poder desde dentro de la Iglesia, su segunda opción, lugar donde ya demostró sus incontestables dotes diplomáticas, no resultándole excesivamente difícil dar el salto al mundo de la política y la diplomacia internacional. Fue un maestro, durante las tres décadas más convulsas de la historia de Francia, en nadar y guardar la ropa, en cambiarse de atuendo con habilidad y oportunidad y en ocultar sus emociones y verdaderos pensamientos, un camaleónico superviviente político del estilo de Fouché, pero con la salvedad de que Fouché no logró acabar sus días en la espuma de la fama y consideración general y Talleyrand sí. De hecho ocupo puestos de relevancia tanto en el reinado de Luis XVI, como durante la Revolución Francesa, por supuesto al lado de Napoleón, pero también con la posterior restauración monárquica, la nueva Revolución de 1830 y el posterior reinado de Luis Felipe I. Todo un genio del equilibrismo político. Sus posicionamientos nunca eran absolutos, medraba en la zona de los grises, olvidándose de los rotundos blancos y negros: "La oposición es el arte de estar en contra tan hábilmente que, luego, se pueda estar a favor" decía y se definía a sí mismo como "Servidor fiel, pero reservándome el derecho de mudar de amo". Sin duda debía tener la mejor colección de chaquetas jamás conocida. Por supuesto, en sus memorias, alguien que decía: "La palabra se ha dado al hombre para que pueda disfrazar o encubrir el pensamiento", mostraba una visión muy positiva de su servicio a Francia durante todos aquellos años y vaivenes políticos:
"...de todos los gobiernos a los cuales he servido, no hay ninguno de quien haya recibido yo más de lo que he dado; que no he abandonado a ninguno antes que él se hubiera abandonado a sí mismo; que no he puesto los intereses de ningún partido, ni los míos personales, ni los de mis allegados, en contrapeso con los verdaderos intereses de Francia, los que a su vez, nunca he creído en oposición con los verdaderos intereses de Europa"
Ciñéndonos al puro terreno de la anécdota, hay una que cuenta que encontrándose ignominiosamente desterrado el Rey español Fernando VII en Valençay, se dio la circunstancia de que la hermosa esposa de Talleyrand, Catherine Noele Grand (a la derecha retratada por François Gerard), que hacía las veces de anfitriona del monarca español, tuvo un romance con el ayudante de este, el Duque de San Carlos, idilio que acabó llegando a los oídos del Emperador. Napoleón no supo ocultar este escándalo de forma elegante y terminó por comentarle el "affaire" de Catherine al esposo de esta. Un hombre de los recursos de Talleyrand sabía todos los chismes que circulaban por la corte y cuando le dijo a Napoleón que ya sabía de los devaneos de su esposa, este le contestó: "¿Por qué no me lo había dicho?". Talleyrand le respondió con sencillez: "Sencillamente, sire, porque la cuestión no aportaba ningún tipo de gloria ni a vos ni a mi"
En otra ocasión, cuando se hacía evidente que estar cerca de Napoleón ya solo podría traer un futuro menos luminoso que el que disfrutaba a su lado, empezó a preparar sus "nuevas ropas" y a intrigar contra él en compañía del también incombustible Fouché. Napoleón llegó a intuir la jugada y encausó a ambos por traición. Fouché logró maniobrar para evitar el juicio público, pero Talleyrand, renunciando a la posibilidad que tenía de haberse evitado el trance, acudió al juicio y haciendo gala de sus dotes argumentativas y de su conocimiento de los resquicios de las leyes termina por alejar de su persona cualquier tipo de sospecha, humillando de camino al todopoderoso Napoleón, quien no puede refrenar su genio y le grita: "Mentiroso, usted es un montón de estiércol forrado en una media de seda". Talleyrand no movió un sólo músculo, se mantuvo imperturbable, impasible y solo cuando el Emperador abandonó la sala dijo ante todos los presentes su famoso: "Es una lástima que un hombre tan grande sea tan maleducado".
Con este gesto marcó distancias públicamente con el Emperador, preparando el terreno para el futuro y aun así, Napoleón siguió contando con él hasta el final. Ante un personaje tan maniobrero como este, siempre resulta curioso ver cómo pensaba y releer alguna de sus citas más famosas:
"Con las bayonetas, todo es posible. Menos sentarse encima."
"Conozco a alguien que tiene más espíritu que Napoleón, que Voltaire, que todos los ministros presentes y futuros: la opinión pública."
"Cuando es urgente, ya es demasiado tarde."
"El café debe ser caliente como el infierno, negro como el diablo, puro como el ángel y dulce como el amor."
"El espíritu sirve para todo, pero a nada conduce."
"El hombre es una inteligencia contrariada por unos órganos."
"El matrimonio es una cosa tan bella, que es preciso pensar en él toda la vida."
"En materia de negocios, nada hay efectivo mientras no estén terminados."
"Existe un arma más terrible que la calumnia; es la verdad."
"La vida privada de un ciudadano debe ser recinto amurallado."
"Lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible."
"Nada tiene más éxito que el éxito."
"Nadie puede sospechar cuantas idioteces políticas se han evitado gracias a la falta de dinero."
"Nunca debe cometerse la imprudencia de demandar al presente lo que el porvenir nos aportará con menos esfuerzo."
"Siempre en tus retiradas no olvides dejar establecida una cabeza de puente en la orilla abandonada."
"Siempre hay que estar en condiciones de escoger entre dos alternativas."
"Todo lo que es exagerado es insignificante."
"Un arte importante de los políticos es encontrar nombres nuevos para instituciones que bajo sus nombres viejos se han hecho odiosas al pueblo."
"Un hombre es digno para todo empleo la víspera del día en que es nombrado."
"Una monarquía debe ser gobernada por demócratas, y una república por aristócratas."
No hay comentarios:
Publicar un comentario