sábado, 1 de mayo de 2021

Los leones de "Quo Vadis" y el exceso de realismo


 
Según la tradición, cuando las cosas empezaban a ponerse feas para los cristianos en Roma por la persecución que de ellos hacía Nerón e incluso el apóstol Pedro se apresuraba a abandonar la ciudad, este tuvo una visión de Cristo a quien le preguntó: "Quo vadis domine" (¿A dónde vas Señor?). La respuesta de Jesús fue definitiva para que Pedro supiera cuál era su verdadero camino: "A Roma, la ciudad que tu abandonas, para hacerme crucificar de nuevo". Pedro por supuesto volvió a Roma y tras ser martirizado fue crucificado, aunque esta vez boca abajo. 

Este es el origen del título de la película "Quo Vadis", y siempre que hablamos de ella todos pensamos en la magnífica película rodada en 1951 por Mervyn LeRoy, en la que pudimos disfrutar del acusado histrionismo de Peter Ustinov haciendo de Nerón (inolvidable como guardaba sus lágrimas por Petronio), de Robert Taylor y de la preciosa Deborah Kerr. Pero antes hubo otros "Quo Vadis". Uno en 1924 dirigido por Gabrielle D'Annunzio y en la que el encargado de dar vida a Nerón fue el gran Emil Jannings, y aún antes, en los albores del cine, encontramos otra versión, la dirigida en 1913 por Enrico Guazzoni. No queda claro según el anecdotario de IMDB a cuál de estos dos últimos filmes se refiere la sorprendente historia que paso a contaros.

Parece que con aquello de que la película era muda, la ambientación tenía que ser lo más espectacular posible y para contribuir a ello se contrataron 47 leones para las escenas en el Circo romano. Para que los leones mostraran una adecuada fiereza se les dejó varios días sin comer, con la idea de que cuando los soltaran en el escenario, totalmente hambrientos, se cebaran con unos muñecos rellenos de carne cruda, que hacían las veces de sufridas víctimas. Llegado el momento la mayoría de los leones se contentaron con los muñecos y la carne que contenían, pero uno de los felinos tenía más amplitud de miras y saltó la barrera que separaba a las fieras de los extras que hacían de público, logrando arrastrar a uno de los espectadores hasta el resto de la manada donde lo destrozaron totalmente antes de que los encargados de los animales los ahuyentaran haciendo uso de rifles. En la crónica de la obra de D'Annunzio se le pone incluso nombre al extra, sería Augusto Palombi, el desgraciado espectador que sufrió este percance. En las referencias de la otra, la de Enrico Guazzoni (1913), película a la que pertenece la fotografía que acompaña el texto, se comenta que las imágenes fueron filmadas y que se discutió mucho tiempo si mantenerlas en la película. Los productores lo negaron siempre, pero algunos de los actores intervinientes manifestaron que la secuencia se había mantenido integra en el metraje final. Algo que es difícil saber al no conservarse ninguna copia con todo el metraje de la película original.

Imagen: De Wikimedia Commons - Dominio Público (CC0) - Fuente Original

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