domingo, 30 de mayo de 2021

Charles Laughton: El rey de los actores


Es realmente llamativo el caso de Charles Laughton, uno de los mejores actores de la historia del cine y que ahora para la mayoría de las personas, si es recordado, es por su única incursión en el mundo de la dirección con "La Noche del cazador", una soberbia película que curiosamente en su día fue un completo fracaso. El admirado Billy Wilder, que lo tuvo a sus órdenes en "Testigo de cargo" dijo de él que era el mejor actor con quien nunca había trabajado, de hecho, añadía Wilder con entusiasmo que en su opinión, Laughton era "el más grande de todos los actores", y no cabe duda de que la opinión de Wilder es muy cualificada.

Laughton, gracias a la intensa implicación con la que abordaba los personajes, hacía de su trabajo, tal y como el defendía, algo más que una profesión, y lo asemejaba a un verdadero arte a la altura de la literatura, la pintura o la música. No es de extrañar que cuando irrumpe en el panorama actoral alguien tan sobrado de facultades como James Manson comentara que su llegada había sido una verdadera revolución en su mundillo y llegó a definirlo como "Un actor del método sin tonterías". El propio Laughton daría una visión todavía más certera al referirse al Actors Studio en los siguientes términos: "Un actor del Método te ofrece una fotografía: yo prefiero hacer una pintura al óleo".

La mayoría de los directores caían rendidos ante las habilidades de este actor, tal es el caso de profesionales tan destacados como: Ernst Lubitsch, Jean Renoir, James Whale, Leo McCarey, Robert Siodmak, Otto Preminger o el ya citado Billy Wilder, maestros que en no pocos de los casos llegaron a entablar una fecunda amistad con el actor. También es cierto que había otros directores de renombre que lo sentían como una piedra en el zapato, tal era el caso de Josef Sternberg o Alfred Hitchcock. Este último le dedicó una frase de lo más ácida: “Nunca se te ocurra hacer una película con animales, ni con niños, ni con Charles Laughton”. Otro gran director, Alexander Korda, harto de ver como el actor necesitaba estar de buen humor antes de abordar una escena y que además cada una de ellas era tan dificultosa como un parto, llegó a decirle: "Lo que necesitas es una comadrona". No es de extrañar que con estos directores lo que en realidad existiera es una incompatibilidad de caracteres y Laughton se resistiera a regalarles su mejor sonrisa a quien estimaba que no la merecían. Así, según el ambiente, dirigirlo podía ser lo más fácil del mundo o la más arduas de las tareas. Por su parte, cuando le toco estar detrás de la cámara en "La noche del cazador" se cuenta que trataba a todo el equipo y actores con exquisito respeto hacía sus personas y trabajo, y lejos de imponer sus formas, intentaba siempre que potenciaran su propia creatividad. A mi entender debía ser buen tipo, me fío de la admiración que le profesaba el gran Billy Wilder.

Laughton era el referente para las esperanzas de muchos actores que no eran precisamente unos galanes de la pantalla. Con todas las limitaciones de sus marcados y exagerados rasgos -él mantenía que tenía la cara como el trasero de un elefante-, su mediana estatura y de su voluminosa envergadura, supo a través del puro y simple arte de saber actuar romper con todos los clichés y barreras que podían haberlo confinado a la sombría tarea de un mero actor secundario; muy al contrario sus habilidades en las tablas o ante la cámara le hicieron convertirse en una figura estelar dentro de cada película en la que participaba. Ciertamente no le fue fácil. Laughton era un actor de teatro y era sobre las tablas donde encontraba la esencia de la actuación; era tal esta tendencia, que se negó a participar en cualquier película como secundario y solo aceptaba papeles de calidad y de primera línea, más como medio de ganarse bien la vida que por otros considerandos. Su único Oscar lo ganó en 1933 por su interpretación en "La vida privada de Enrique VIII" a las ordenes de Alexander Korda,  en un año en el que, cobrando muchísimo menos que en el cine, estaba complementamente volcado en sus actuaciones teatrales en el Old Vic con obras de Shakespeare, Wilde o Chejov, que era lo que verdaderamente, como ya decíamos, le hacía sentir la grandeza de ser actor.

Si absurdamente borráramos de nuestra memoria todas sus demás interpretaciones, bastaría recordar su interpretación en "Testigo de Cargo" para que si todavía estuviera de moda llevar sombrero -benditos años 50- tuviéramos que descubrirnos ante él. De su relación con su esposa, Elsa Lanchester (La novia de Frankenstein) ya hablaremos otro día.

Imágenes: De Wikimedia Commons (Imagen 1) (CC0) - Cortesía de Doctor Macro: Imagen 2 e Imagen 3

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