Marco Porcio Catón, apodado el Joven o el de Útica para
diferenciarlo de su bisabuelo —Catón el Viejo—, fue una persona realmente singular. Su austeridad era de todos conocida y su vida un ejemplo de
estoicismo.
En una época en la que en Roma los lujos eran lo habitual para los
de su posición, él prefería la ropa sencilla, se mezclaba sin miedo entre las
gentes y caminaba a pie sin hacer uso de las literas como los demás senadores.
En esa línea apuntaba Plutarco cuando le dedicaba estas palabras: «Se
distinguía por su frugalidad y por la dureza consigo mismo; no buscaba placer
alguno en el vestido, la comida o el descanso».
Pareciera que en su persona hubieran encontrado refugio todas las virtudes republicanas. Insobornable como era, no dudó en enfrentarse al poder desmedido sin importarle los riesgos, ya fuera con Sila, Pompeyo o Julio César.
Frente a César, su oposición no solo se mostraba con su
voto, y para hacerla más patente ante todos se atrevió a presentarse en el Senado
vestido con túnica de lana negra —toga pulla— en señal de duelo y desaprobación
por una de las medidas que requería del Senado, un gesto que a partir de él
sería puntualmente imitado.
Según Plutarco, Catón era capaz de controlar sus emociones
hasta límites insospechados: «Nunca fue visto cambiar de color, ni siquiera en
las circunstancias más tensas; mantenía siempre la misma expresión serena».
Su inflexible forma de pensar, su oposición a cualquier
concentración de poder, incluso dentro de su propia corriente de pensamiento,
terminó por aislarlo. La verdad suele ser incómoda. Cicerón dijo de él en un
discurso: «Catón habla como si viviera en la República de Platón, no en los
excrementos de Rómulo».
Puede que fuera un referente moral, pero esa posición no le
ayudaba. Cuenta una leyenda —sin eco en los autores clásicos— que en cierta
ocasión, mientras paseaba por una Roma adornada con incontables estatuas de los
prohombres de su historia, su acompañante le preguntó:
—¿Qué ocurre contigo? ¿Cuál es la razón de que todos los
romanos ilustres tengan una estatua y tú no?
—Cuando tantas se erigen, prefiero que no esté la mía —dijo
humildemente Catón
—¿Por qué?
—Por la misma razón que tú me preguntabas. Prefiero que mis
contemporáneos me pregunten por qué razón no me levantan una estatua, a que la
posteridad se pregunte por qué me la levantaron.
Pero el tiempo no olvidó su figura y, siglos después, una
escultura suya, obra de Jean-Baptiste Roman y finalizada por Rude a mediados
del S. XIX, está ahora presente en el Louvre junto a la de todos aquellos que
merecen ser recordados. La estatua, en mármol de Carrara, recoge los momentos
previos a quitarse la vida, empujado por una Roma que
consideraba un inconveniente su virtud. Antes diría: «No soy esclavo, y no me
someteré a otro hombre».
Séneca no dudó en señalarlo como el paradigma del hombre libre.
Imagen: De Wikimedia Commons - Dominio Público CC0

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