“—Muy bien —replicó el visitante—. Lanyon, recuerda tu
juramento. Lo que vas a ver debe quedar bajo el secreto de nuestra profesión. Y
ahora, tú que durante tanto tiempo has mantenido las opiniones más estrechas de
miras, tú que has negado la existencia de la medicina trascendental, tú que te
has reído de los que te superaban en saber, ¡mira!
Y diciendo esto se llevó el vaso a los labios y se bebió el
contenido de un golpe. Dejó escapar un grito, giró sobre sí mismo, dio un
traspié, se aferró a la mesa y allí quedó mirando al vacío, con los ojos
inyectados en sangre y respirando entrecortadamente a través de la boca
abierta. Y mientras le miraba, me pareció que empezaba a operarse en él una
transformación. De pronto comenzó a hincharse, su rostro se ennegreció y sus
rasgos parecieron derretirse y alterarse. Un momento después yo me levantaba de
un salto y me apoyaba en la pared con un brazo alzado ante mi rostro para
protegerme de tal prodigio y la mente hundida en el terror.
—¡Dios mío! ¡Dios mío! —repetí una y mil veces, porque allí,
ante mis ojos, pálido y tembloroso, medio desmayado y tanteando el aire con las
manos como un hombre resucitado de la tumba, estaba Henry Jekyll.”
El fragmento pertenece a "El extraño caso del Doctor Jekyll y el Señor Hyde", escrita en 1885 por Robert Louis Stevenson, una obra que, más allá de consideraciones psiquiátricas, identidades múltiples o trastorno disociativo de identidad, habla ante todo del bien y el mal que anidan a la vez en cada uno de nosotros, un tema que interesaba de forma especial al escritor y que quiso integrar en un mismo relato.
Sobre la génesis de la obra, la señora Stevenson contaba:
"A altas horas de la mañana fui despertada por gritos de horror de Louis. Pensando que tenía una pesadilla le desperté. Él me dijo furioso '¿Por qué me has despertado? Estaba soñando un dulce cuento de terror.' Yo le había despertado en la escena de la primera transformación".
Stevenson estaba convencido de que sus “duendecillos” hacían
la mitad de su trabajo como escritor mientras él dormía, así que anotó su sueño
de inmediato para no olvidar nada.
Según contaba su esposa en una carta a W.E. Henley, cuando leyó
el primer borrador de la historia, todo le pareció "un manojo de absoluto
disparate" (“a quire full of utter nonsense) y lo quemó. Stevenson,
convencido de que tenía una gran historia que contar reescribió la obra desde
cero a un ritmo frenético. Su hijastro Lloyd Osbourne, recordando
posteriormente aquel momento, lo describió así:
"No creo que haya habido antes una hazaña literaria como la escritura de Doctor Jekyll. Recuerdo su primera lectura como si fuera ayer. Louis bajó enfebrecido, leyó casi la mitad del libro en voz alta; y luego, cuando todavía estábamos jadeando, él ya estaba otra vez lejos ocupado en la escritura. Dudo que la primera versión le llevara más de tres días".
Cuando la obra se publicó, en enero de 1886, se convirtió en un éxito inmediato. Se predicaron sermones sobre el bien y el mal inspirados en el relato, pronto llegaron las adaptaciones teatrales y, con el tiempo, las cinematográficas. Los beneficios fueron abundantes y sacaron a la familia de algunos apuros. Seguro que Fanny, la esposa de Stevenson, se alegró de que la determinación de su marido evitara que toda aquella gran historia se quedara en tan solo un mal sueño.
Imagen: De Doctor Macro - Cartel de la película de 1931 dirigida por Robert Mamoulian
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