lunes, 1 de enero de 2024

Anton Bruckner: Mucho más que "El de la trompeta"

 

El compositor austríaco Antón Bruckner (1824-1896), siempre ávido de reconocimiento, intentó desesperadamente asomar la cabeza en un mundo en el que ya resplandecían, por lugares opuestos, Brahms y Wagner, compositores que polarizaban el paisaje musical de aquellos momentos. No ayudaban a los propósitos de Bruckner, de humildes orígenes campesinos, su tendencia a la melancolía, su carácter solitario, sus muchas manías y su complejo de inferioridad.

Siempre fue considerado un extraordinario organista pero no lograba el aplauso que esperaba para sus sinfonías, obras por las que ahora es recordado. Su timidez y a veces falta de seguridad hacía que permitiera intromisiones en sus obras impensables en otros compositores, así, algunos grandes directores de orquesta amigos suyo, con buena intención y buscando que lograra el éxito que tanto ansiaba, le impulsaban a retocar sus obras para hacerlas más accesibles al gran público, lo que hace que algunas de sus sinfonías tengan hasta cuatro versiones. No obstante, Bruckner, siempre cuidadoso, guardó celosamente la partitura original a buen recaudo de cada obra suya, la idea inicial, aquella que solo se debía a su talento. 

Con su estilo de vida monacal y como católico devoto que era, estaba convencido de que la música que salía de su cabeza se la debía solo a Dios, así en cierta ocasión dijo: "Quieren que escriba de otra forma. Podría, desde luego, pero no debo hacerlo. Dios me ha elegido entre miles de personas y me ha dado, precisamente a mí, ese talento. Es a él a quien debo rendir cuentas. ¿Cómo podría después enfrentarme a Dios Todopoderoso si obedeciera a los demás y no a Él?". En esta línea, el propio Bruckner decía de su "Te Deum" una de sus grandes obras: "Le mostraré a Él (Dios) la partitura de mi Te Deum, y Él se mostrará clemente conmigo".

Bruckner era un ser meticuloso y perfeccionista en extremo y también condicionado por sus muchas manías, desde acumular botines en su armario a su obsesión por los títulos y diplomas o la compulsión con los números que le hacía contar ávidamente las cuentas de los collares, los ladrillos de los edificios, las hojas de los árboles o las ventanas de un edificio. Su mente estaba siempre inquieta y alerta.

Su amor por la música de Wagner le impulsó a enviarle las partituras de la segunda y tercera de sus sinfonías con la intención de dedicarle una de estas (a gusto del consumidor). Impaciente decidió visitarlo para saber su elección. Cuenta la leyenda que Wagner y Bruckner marcharon juntos a tomar unas copitas para cambiar pareceres y en el transcurso de la charla Wagner le comunicó su elección. Las copas serían más de una y más de dos, de modo que el atribulado Bruckner olvidó cuál era la sinfonía que finalmente había elegido el compositor de Tristán e Isolda. Ni corto ni perezoso, Bruckner le escribió a Wagner una carta en la que le confesaba su olvido y le preguntaba nuevamente cuál era su preferida: "¿La sinfonía en re menor, donde la trompeta empieza la melodía?". Wagner le contestó escuetamente: "Si. Saludos. Richard Wagner". Desde entonces Wagner se refería a su olvidadizo amigo como "Bruckner el de la trompeta".

La dedicatoria fue la que se esperaba de alguien tan apocado como Brukner y se refería a Wagner en la misma como "el inalcanzable, mundialmente famoso y sublime maestro del arte de la poesía y la música, con la más profunda reverencia de Antón Bruckner". La sinfonía nº 3 paso a ser conocida, como era de esperar, como la "Sinfonía Wagner", algo que no le valió precisamente los elogios de los partidarios de Brahms. 

El honor recibido por Wagner de su rendido admirador tuvo su eco y más allá de una buena amistad que mantuvieron, Wagner dejo escrito en sus memorias: "Si alguien tiene ideas sinfónicas después de Beethoven, ese es Bruckner"

Al final, el respeto y la admiración, tan ansiados por este oscuro y tímido compositor y que en cierta medida ya tuvo en vida, llegaron de forma unánime y sus sinfonías, definidas por algunos como "catedrales de sonido" que llevan la sinfonía romántica al límite de sus posibilidades, son actualmente muy respetadas y admiradas y siguen programándose habitualmente en los grandes auditorios de la música.

Queda en representación de la obra sinfónica de Bruckner este vídeo de su Cuarta Sinfonía, la denominada "Romántica", dirigida por Claudio Abbado al frente de la Filarmónica de Viena, de la que os recomiendo que al menos no os perdáis su maravilloso inicio.


Imagen: De Wikimedia Commons - CC0 en Fuente Original

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