Aquello de "una imagen vale más que mil palabras" es un eslogan que viene que ni pintado para defender el cine mudo, pero aun cuando los actores fueran capaces de decir prácticamente todo con sus rostros y los movimientos de sus cuerpos, a veces era del todo necesario intercalar rótulos que ponían en situación al espectador y hacían más inteligible la trama. Esta no era la solución definitiva en esta época de minoría de edad del cine en la que no eran pocas las personas que no sabían leer, motivo por el que muchos cines añadieron la figura del explicador, un tipo con gran facilidad de palabra, voz potente y sobre todo mucha imaginación para ir relatando lo que ocurría en pantalla y a veces un poco más.
Nuestro querido Pepe Isbert, como Alcalde nuestro que es y siempre deudor de una explicación desde aquel "Bienvenido Mr. Marshall", nos da en sus memorias unas pinceladas sobre este asunto de los explicadores. Cuenta que en cierta ocasión, estando en el cine, la sala se quedó totalmente a oscuras al cortarse la película, el explicador, tan resuelto como se esperaba de él, dijo sin inmutarse: "Batalla de negros en un túnel". En otra ocasión salió en la pantalla una playa con una parejita de novios. El explicador queriendo abundar en detalles dijo: Santander... "La Concha"... e inmediatamente los listillos del cine lo pusieron verde recordándole que "La Concha" es la playa de San Sebastián y no la de Santander. El explicador mantuvo la calma hasta que todos los presentes calmaron sus críticas y este, con mucho oficio y como si no hubiera ocurrido nada, sentenció: "La Concha y su novio festejando en la playa".
En ocasiones incluso acompañaban la proyección tocando un piano mientras hablaban o hacían efectos de sonido con una verdadera colección de cachivaches a su alrededor, o se repartían estas funciones entre dos o más personas. El sonido del piano servía para tapar los huecos e insuficiencias de la película además de ayudar a mitigar el molesto ruido del proyector y lo que no es menos importante, el pianista según su forma de tocar debía ayudar a identificar más fácilmente quien era el héroe, quien el malvado, el grado de peligro de la escena o la fuerza del amor de los tortolitos, moviendo así las emociones de los espectadores.
Harpo Marx fue en sus inicios, cuando cualquier dólar ganado era bienvenido, uno de aquellos pianistas que amenizaban las películas; al respecto contaba en su libro "Harpo Habla", siempre picarón, como eran todos los Hermanos Marx, la siguiente anécdota:
“Conseguí un empleo como pianista en un cine de barrio. Había aprendido un montón de imaginativas variaciones sobre mis dos piezas, suficientes para acompañar cualquier tipo de películas sin que la gente se diera cuenta de que me repetía. El local estaba mal ventilado y apestaba. La gente hablaba, comía y roncaba durante las películas. Los niños gritaban y se perseguían por los pasillos. Por alguna razón, las madres que daban el pecho preferían sentarse delante, cerca del piano. Tal vez pensaban que la música era un buen acompañamiento tranquilizador para los bebes que mamaban. De cualquier manera me divertía con ellas. En medio de una escena apacible tocaba un acorde con todas mis fuerzas, sólo para ver los pezones saltar de la boca de los bebés.
Una tarde, en medio de la película, mi madre bajo por el pasillo de la sala hasta el piano. Me ordenó que dejara de tocar inmediatamente y fuera con ella. Sin preguntar nada, me levanté del taburete y la seguí fuera del cine. No creo que el público se diera cuenta de que la música se había detenido. Siguieron hablando, comiendo, roncando y dando el pecho a los bebés”.
Imagen: (Una noche en la Opera) Cortesía de Doctor Macro - Fuente Original
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