"Ellas, con marcha firme, se lanzan hacia Laocoonte; primero se enroscan en los tiernos cuerpos de sus dos hijos, y rasgan a dentelladas sus miserables miembros; luego arrebatan al padre que, esgrimiendo un dardo, iba en auxilio de ellos, y lo sujetan con sus enormes anillos: ya ceñidas con dos vueltas alrededor de su cuerpo, y dos veces rodeado al cuello el escamoso lomo, todavía exceden por encima sus cabezas y sus erguidas cervices. Pugna con ambas manos Laocoonte por desatar aquellos nudos, mientras chorrea de sus vendas baba y negro veneno, y al propio tiempo eleva hasta los astros espantables clamores..."
Así relataba Virgilio en su Eneida, el ataque a Laocoonte, un sacerdote troyano muerto trágicamente junto a sus dos hijos, Antifantes y Timbreo, por dos enormes serpientes llamadas Porcis y Caribea. El relato mitológico del castigo tiene muchas versiones sobre los motivos del mismo y sobre que Dios o Diosa fue quien envió a las serpientes a por el sacerdote y sus hijos. Una de ellas, puede que la más conocida, dice que fue por que intentó alertar a los troyanos acerca del engaño que encerraba el famoso caballo de madera que habían dejado a las puertas de la ciudad de Troya, después de que los aqueos y sus aliados aparentaran retirarse del ya largo asedio.
Los escultores Agesandro, Atenodoro y Polidoro, de la escuela de Rodas, realizaron una escultura sobrecogedora y maravillosa sobre el momento en el que Laocoonte y sus hijos son atacados por las serpientes, una obra rebosante de virtuosismo, fuerza, sufrimiento y dinamismo que al ser descubierta en 1506 revolucionó el mundo del arte. El Papa Julio II inmediatamente envió a Miguel Ángel a inspeccionar aquella joya que había aparecido en un viñedo cercano al monte Esquilino, donde aproximadamente se ubicaban las Termas de Trajano y antes la Domus Aurea de Nerón.
Al grupo escultórico le faltaban trozos, principalmente el brazo derecho de Laocoonte y el de uno de sus hijos así como la mano derecha del otro hijo y partes de las serpientes. Todos los escultores empezaron a divagar sobre cual debía ser la posición del brazo perdido de Laocoonte. Para Miguel Ángel el grupo escultórico resultó todo un impacto y quedó abrumado por la fuerza de la obra, tanto que tuvo un gran eco en su obra posterior y hay quien mantiene que el Cristo que preside su Juicio Final en la Capilla Sixtina tiene una posición muy parecida al Laocoonte, aunque también es innegable la influencia del Torso Belvedere, obra que también obsesionaba a Miguel Ángel. El caso es que en contra de la mayoría de sus colegas escultores, Miguel Ángel, gran conocedor de la anatomía humana, sostenía que el brazo de Laocoonte que faltaba debía encontrarse doblado hacia atrás, como si intentara arrancarse a la serpiente de su espalda. No le hicieron caso.
Cuando se emprendió la primera de las restauraciones de la obra se decidió poner el brazo extendido hacia arriba y esa fue la imagen que del Laocoonte se tuvo durante mucho tiempo.
Pero a veces las providencia hace que las cosas se pongan en su sitio y en 1905, cuatrocientos años después de que se encontrara el grupo escultórico, apareció milagrosamente el brazo perdido; su estilo, proporciones y encaje lo delataba así y en 1957 se logró demostrar que ciertamente era parte del grupo escultórico. Como no podía ser de otra manera estaba flexionado en la misma posición que había predicho el genial Miguel Ángel. No quedaba otra que trasladarlo a la escultura y retirar los añadidos que se colocaron en el pasado, dándole al grupo la apariencia actual (imagen de cabecera). Actualmente se expone en el Museo Pío-Clementino de la Ciudad del Vaticano. Una maravilla de la que con razón, Plinio el Viejo, que por aquella época pudo disfrutar de muchas esculturas hoy perdidas, mantenía:
"Debe ser situada por delante de todas, no solo del arte de la estatuaria sino también del de la pintura."
Imágenes: Tomadas de Wikimedia.- Imagen 1 - Imagen 2 - Ambas CC BY-SA 4.0
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