"Me gustaría que la gente pensara que más allá de Newman, hay un espíritu que actúa, un corazón y un talento que no proviene de mis ojos azules"
Y es que Paul Newman era un actor que a veces llamaba más la atención por el intenso color azul de sus ojos que por sus sensacionales interpretaciones. Curiosamente, sus ojos, que resultaban perfectos de cara al exterior, no lo eran tanto para el propio actor dado el daltonismo que sufría. Nada es lo que parece. Por supuesto tampoco era capaz de comerse cincuenta huevos de una sentada como se contaba en aquella película titulada "La leyenda del indomable" (1967 - Staurt Rosenberg), de hecho una vez lo intentó en la realidad y no pasó de ocho. Nuestra compañera Celia Valdelomar nos traía hace tiempo la siguiente anécdota de este actor que muestra la turbación que podía causar en una mujer encontrarse con esa mirada azul frente a frente.
Una señora que pasaba sus vacaciones en un pueblecito de Nueva Inglaterra, se levantó un domingo muy de mañana para hacer un poco de ejercicio; al terminar su larga e intensa caminata pensó que se tenía merecida una apetitosa recompensa en forma de helado doble, por supuesto de chocolate, así que se encaminó a una confitería del centro de la ciudad a darse el capricho. En la tienda solo había otro cliente que resultó ser Paul Newman; quien solía veranear por allí con su familia. En una visión casi irreal, la mujer observaba al actor sentado en el mostrador desayunándose una rosquilla con un café. El corazón le empezó a latir aceleradamente con la emoción, más aún cuando su mirada hizo contacto con aquellos profundos ojos azules del actor, quien cortésmente la saludó con un ligero movimiento de cabeza y una cálida sonrisa que la señora le devolvió derretida, como si estuviera sobre un tejado de zinc caliente, y antes de tomar el camino a la perdición se dijo:
La dependienta le tomo el pedido, le alargó su ansiado cono doble de chocolate y le dio el cambio. La mujer se dirigió hacia la puerta, todavía turbada por la situación y con el corazón palpitante, pero intentando mostrarse digna, indomable y dueña de si, de modo que avanzó sin mirar en la dirección de Paul Newman con la mirada muy fija en la puerta de salida. Ya fuera del establecimiento se dio cuenta de que tenía en una mano el cambio que le habían dado en la tienda, pero ni rastro del helado doble. "¿Dónde está mi helado de chocolate? ¿Lo dejé en la tienda?", se preguntó.
Asombrada, la mujer regresó a la confitería esperando ver su cono en el mostrador o en las manos de la empleada..., pero el helado no se veía por ninguna parte. Sintiéndose todavía más intrigada, miró entonces en dirección a Paul Newman. El rostro de él se iluminó con esa expresión tan suya, cálida y familiar y con una amplia sonrisa le indicó: "Búsquelo en su bolso, usted lo guardó allí".
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