Más allá del mito, la fotografía resulta encantadora por la absoluta dedicación del chico a su pareja, por el embobamiento que le hacía olvidarse del mundo que le rodeaba. Solo tenía ojos para ella, inocentemente ignorante de la tentación que se había posado a unos centímetros de él. Una de blanco y la otra de negro, una rubia y la otra morena, una con el pelo recogido y la otra suelto, una recatada y la otra la expresión terrenal del deseo, las dos caras de una misma moneda, sentadas en el mismo banco de un parque. Una foto que cuando la viera la chica y se reconociera como la única que acaparó la atención de aquel hombre teniendo tan cerca a la Venus rubia, se convertiría a buen seguro en un singular piropo. Según tengo entendido, esta foto de 1957 no es ningún montaje; simplemente Marilyn hacía un reportaje con el fotógrafo Sam Shaw por el Central Park neoyorkino y repentinamente y con su habitual desparpajo llegó y se sentó intuyendo que la foto podía tener miga, y Sam Shaw captó de inmediato la idea que había cruzado la mente de Marilyn e hizo su trabajo con la cámara.
Os dejo un trocito de texto del libro que Arthur Miller "Vueltas al tiempo" (Tusquets) en el que habla de Marilyn y como era envidiada por las demás mujeres:
“En aquella estancia llena de actrices y esposas de próceres, todas deseosas de vestir y comportarse con la ostentosa discreción de una señora, Marilyn Monroe parecía ridículamente provocativa, un pájaro extraño en medio del gallinero, aunque sólo fuera porque el vestido se le ceñía de un modo descarado, afirmando más que sugiriendo que tenía un cuerpo debajo y que era el más apetitoso de la estancia. Y parecía más joven e infantil que cuando la había visto por vez primera. El resentimiento femenino que la rodeaba en casa de Feldman era casi tan sólido como un gas lacrimógeno. Una excepción fue la actriz Evelyn Keyes, ex mujer de Huston, que se la llevó al exterior y se sentó con ella en un banco y que, más tarde, mientras miraba cómo bailaba con no sé quién, me dijo en voz baja: «La despellejarían viva». En vano buscaba el ojo el menor defecto en la arquitectura de sus formas mientras bailaba con su pareja, ya que su perfección parecía inducir a buscar la lacra inevitable que la asemejara a los demás mortales. Era pues una perfección que suscitaba el deseo de protegerla, aunque al mismo tiempo imaginaba yo la dureza de que habría tenido que rodearse para haber sobrevivido allí tanto tiempo y con aquel éxito relativo. Aunque, según parecía, estaba sola en el mundo”
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