martes, 18 de noviembre de 2025

Tennessee Williams derrotado por un tapón.


«No esperes al día en que pares de sufrir, porque cuando llegues sabrás que estás muerto» (Tennessee Williams)

Tennessee Williams, que había nacido como Thomas Lanier Williams III, no era hijo del estado que llevaba como nombre literario; en realidad era natural de la ciudad de Columbus, en el estado de Mississippi. Parece que en la universidad sus compañeros de clase, recordando que el lugar de donde provenía tenía un nombre muy largo, apostaron por apodarlo Tennessee, y simplemente el escritor se sintió a gusto con él y se lo quedó en propiedad.

Williams es un autor cuya obra engrandeció el mundo del teatro y también el del cine. En 1948 ganó el Premio Pulitzer de teatro por «Un tranvía llamado Deseo», y en 1955 por «La gata sobre el tejado de zinc». Además de estas obras, recibieron el premio de la Crítica Teatral de Nueva York otras dos: «El zoo de cristal» (1945) y «La noche de la iguana» (1961). Muchos de sus trabajos tuvieron extraordinarias adaptaciones al mundo del cine, resultando algunas de ellas verdaderos éxitos de crítica y público.

Pero retomando el motivo por el que se abre esta entrada, diremos que Tennessee Williams falleció en 1983, a la edad de 71 años. La muerte le llegó tan de repente como llega un último verano. En los primeros momentos hubo especulaciones de todo tipo alrededor de su extraña muerte, llegándose incluso a hablar de asesinato, pero la realidad era muy distinta y bastante más ridícula.

Tennessee Williams llevaba tiempo viviendo en el Hotel Elysee de Nueva York y tras la muerte de su pareja, Frank Merlo, se había acercado más de lo debido a los calmantes y al alcohol, algo que unido a su natural tendencia a sufrir ataques de pánico, había deteriorado notablemente su salud, tanto física como mental. Tras la exploración médica del cadáver se encontró en él «un tapón de plástico» del tipo de los botes de spray nasal o colirio con el que se supuso se había ahogado.

Meses después, llegó el informe médico final —actualmente la versión oficial de la muerte del escritor— en él se detallaba que, tras beber una considerable cantidad de alcohol, el escritor tuvo la intención de tomar una dosis de barbitúricos, de los cuales no se encontró resto alguno en su estómago, pero sí el tapón en su garganta y el frasco en la habitación donde estaban derramadas todas sus pastillas.

A la vista de todo ello se dedujo que, al intentar abrir el frasco de medicamentos con la boca, se tragó accidentalmente el tapón, que, tras alojarse en la garganta, obstruyéndola, le produjo la muerte por asfixia.

No se puede decir precisamente que sea una muerte de película para alguien al que el cine le debe tanto. Así de injustas e impredecibles pueden resultar la vida y la muerte. Como él mismo decía:

«Todos nosotros somos cobayas en el laboratorio de Dios. La humanidad no es más que un trabajo inconcluso»

Imagen: Tomada de Wikimedia Commons - Dominio Público (CC0)


lunes, 17 de noviembre de 2025

Berlanga y los billetes falsos de «Bienvenido, Mister Marshall»

 


En 1993, Luis García Berlanga rodó «Todos a la cárcel». Cuarenta años antes, en 1953, durante el Festival de Cannes en el que presentó a concurso «Bienvenido, Mister Marshall», casi fue él quien terminó con sus huesos entre barrotes. 

Para la promoción de la película en el festival de cine, la productora UNINCI, siguiendo una idea propuesta por Berlanga, no tuvo otra ocurrencia que encargarle al ilustrador Jano que diseñara unos billetes de un dólar en los que la cara de Washington se sustituía por la de Lolita Sevilla, Manolo Morán o Pepe Isbert, los protagonistas de la película presentada a concurso.

Igual que se esperaba en la película que hicieran los americanos a la llegada a nuestro país, repartiendo dólares a diestro y siniestro, los responsables de la película hicieron lo propio en Cannes, que pronto se vio inundada de billetes a todas luces falsos. Incluso cuenta Kepa Sojo que Berlanga se atrevió a intentar jugar en el casino de Cannes con aquellos burdos billetes de dólar.

No tardó la policía francesa en retirar todos los billetes que pudo de las calles, y menos aún en llamar a declarar a Berlanga y parte del equipo a comisaría. Resultaba evidente que allí no tenían los ánimos para cantarles aquello de “os recibimos con alegría”. Aunque los billetes no eran sino un pastiche, en cierto modo guardaban muchas similitudes con el original y podían llegar a constituir un delito de falsificación de moneda.

No creo que la presencia de Berlanga ante la policía francesa pudiera considerarse una detención, pero resulta obvio que tuvo que aclarar muy bien lo ocurrido y cuáles eran sus intenciones con aquellos dólares de mentira. Por eso me gusta imaginar a Berlanga declarando: «Como detenido vuestro que soy, os debo una explicación y esta explicación que os debo os la voy a pagar…»

Tan bueno hubo de ser su relato que la investigación quedó en nada y la película, que en principio había movido al enfado a Edward G. Robinson, miembro del jurado, por la imagen de la bandera norteamericana tirada al río, terminó llevándose el premio a la mejor película de humor y una mención especial al guion. No en vano es una de las mejores películas de nuestro cine.

Una muestra más de que la vida real podía ser tan berlanguiana como las películas del director.

En la imagen aparece Lolita Sevilla junto a Pepe Isbert, en ¡Bienvenido, Mr. Marshall!

Imagen: Fuente 


domingo, 16 de noviembre de 2025

Falla, Pastoria Imperio y el origen de "El amor brujo"

 

A comienzos del siglo XX, la bailaora sevillana Pastora Imperio, una de las figuras sobresalientes de nuestro flamenco, pidió a Manuel de Falla que creara una obra clásica en la que se fundieran el baile popular y la solemnidad propia de una obra orquestal. Falla asumió el reto y, junto al dramaturgo Gregorio Martínez Sierra —aunque hoy se sabe que el libreto lo escribió su esposa, María de la O Lejárraga—, estudió la forma de bailar de Pastora Imperio y, al mismo tiempo, rebuscó entre las leyendas e historias del pueblo gitano que, generación tras generación, iban pasando oralmente de padres a hijos. Por supuesto, la historia necesitaba de elementos intemporales para resultar atractiva, y para eso no hay mejor ingrediente que el amor y la muerte, que en la obra que imaginaban se mezclarían con la dosis justa de magia y encantamiento.

Así nació «El amor brujo», la historia de la gitana Candelas y su amor imposible por Carmelo por culpa del celoso fantasma de un antiguo amante.

La bella y apasionada Candelas había amado con locura a un gitano tan malvado y celoso como fascinante y atractivo. A pesar de la vida infeliz que este daba a Candelas, cuando muere, ella no puede olvidarle y su sombra le persigue tenazmente. El recuerdo de su persona se vuelve hipnótico hasta el punto de parecerle un ente real que la persigue, un celoso fantasma que la hace pensar que tal vez aquel amor no se haya ido del todo y sigue amándola, aunque también continúa controlando y juzgando sus actos. Su vida parece estar así dominada por un espectro que solo existe en su cabeza.

Pero la naturaleza siempre se impone. Llega la primavera y el apuesto Carmelo empieza a rondar a la bella y atormentada Candelas, que, aunque no rechaza ese nuevo amor, es incapaz de dar el paso definitivo por la obsesión con un pasado que la atenaza cada vez que Carmelo trata de seducirla.

Carmelo idea una estratagema para vencer el maleficio que la aparta del amor de Candelas. Sabe que aquel amante del pasado era un mujeriego empedernido y que no sabía renunciar a una nueva aventura. Con esa idea en mente, convence a la bella Lucía para que coquetee con el espectro y le haga olvidar por unos momentos sus celos. Lucía, curiosa, acepta el reto.

Así, cuando Carmelo vuelve a seducir a Candelas, se aparece como siempre el vigilante fantasma del antiguo amante, pero esta vez se encuentra en el camino a la preciosa Lucía, que sabrá engatusarlo y distraerlo. Ese es el momento que Carmelo aprovecha para convencer a Candelas de su amor y lograr ese beso perfecto que borrará de una vez por todas el maleficio que nublaba el corazón.

La obra se estrenó en el Teatro Lara de Madrid el 15 de abril de 1915, con Pastora Imperio como protagonista, pero para alcanzar su forma definitiva tuvo que sufrir numerosas modificaciones, hasta presentarse en 1925 en la versión que hoy conocemos, fecha en la que obtuvo un clamoroso éxito en París. El biógrafo de Falla, Burnett James, explicaba:

«La música surgió de las raíces y de las canciones y de las danzas de los gitanos andaluces y lleva en ella la mayor parte del tiempo una cualidad extrañamente primitiva; o más bien, un tipo de elementalismo emocional y espiritual contenido dentro de un envase técnico y estilístico altamente sofisticado. (…) El compositor no utilizó ni una sola tonada tradicional, andaluza o gitana, aunque empleó con gran habilidad y comprensión varios de los ritmos de la danza popular. En cuanto al material temático, se mantuvo fiel a su propia creencia de que la música folclórica es más valiosa para el músico cultivado que no usa tonadas folclóricas auténticas, sino que llega a “sentir” su espíritu y esencia y de este modo les permite inspirar sus propias composiciones, pero no apoderarse de ellas».

La obra se estrenó como ballet con el singular título de «Gitanería en un acto y dos cuadros». El tiempo la ha convertido en una de las partituras más subyugantes de nuestro repertorio y una de las piezas de música clásica española más representadas internacionalmente.

En siguiente vídeo podemos ver a Cristina Hoyos y Antonio Gades en la película "Amor brujo" (1986) que Carlos Saura dedicó a la obra de Falla, con la espectacular "Danza ritual del fuego" y "La canción del fuego fatuo":



Imagen: Tomada de Wikimedia Commons - CC0

sábado, 15 de noviembre de 2025

El Eros de Tespias y el engaño de Friné al enamorado Praxíteles

 

La belleza de Friné, “un regalo de los dioses” que la salvó de la muerte en un juicio por impiedad, le habría bastado para hacerse un hueco en la historia, al menos eso cuenta la leyenda, pero tuvo además la suerte de enamorar a uno de los mejores escultores de la antigüedad, a Praxíteles, para dejar su mito tallado en mármol. Quién sabe si su famosa curva tiene algo que ver con las de Friné, a la que, por cierto, como ya decían los antiguos, el escultor escogió como modelo para algunas de sus representaciones de Afrodita, entre ellas la Venus de Cnido. No hay nada como tener un grandioso escultor enamorado para encontrar eco en la eternidad.

Según relatan Pausanias y Ateneo, Praxíteles, en un arrebato de agradecimiento por el calor que encontraba en los brazos de Friné, decidió hacerle un regalo y le dijo que podía escoger la escultura que más le gustase de entre todas las que estaban en su taller. No era mal regalo. Solo había un pequeño problema, Friné, a pesar de su escultural cuerpo, no sabía nada de escultura. Intentó sonsacarle a Praxíteles cuál era su mejor obra, pero este se resistió a darle una respuesta clara.

No tuvo en cuenta el escultor que Friné era mujer de muchos recursos y lista como ella sola. No tardó la hetaira en urdir una estratagema para lograr su propósito. Un esclavo, siguiendo las instrucciones de Friné, entró en la casa en la que esta entretenía al escultor, y lo hizo gritando que el taller del escultor estaba ardiendo y que las llamas estaban devorando sus obras. Praxíteles se levantó de un brinco y exclamó que todo estaría perdido si el fuego alcanzaba su Eros y su Sátiro. Con aquella reacción espontánea supo Friné cuáles eran las obras que más valoraba el escultor y lo calmó haciéndole ver que todo era una mentira y que su taller estaba a salvo.

Para el enamorado Praxíteles, seguro que le bastó una sonrisa de Friné para perdonar aquella argucia y como hombre de palabra que era, le dejó escoger la estatua como le había ofrecido. Ella por supuesto escogió el Eros.

Un epigrama de Gémino conservado en la Antología Griega pone en boca del Eros, como si estuvieran grabadas en la base de la estatua por el propio Praxíteles, las siguientes palabras:

"Praxíteles retrató a la perfección ese Amor que sufrió, tomando el modelo de su propio corazón, dándome a Friné como pago por sí mismo. Pero yo ya no doy a luz la pasión disparando flechas, sino lanzando miradas".

Jugando con las palabras de Gémino, algunos han querido imaginar que Friné, a partir de entonces, podría no haber exigido pago alguno a Praxíteles por sus encuentros. Quién sabe si por agradecimiento, por cariño o simplemente porque temía el reproche del propio Dios del que se había apropiado de su más bella representación a base de artimañas.

Friné había nacido en la ciudad de Tespias y a la misma regaló la estatua, que durante toda la antigüedad se convirtió en motivo de alabanzas y según Estrabón y Cicerón, en una verdadera atracción turística. Aquella singular mujer logró de alguna manera que el Eros no luciera solo en su ciudad y otras dos esculturas de Praxíteles le acompañaban, una de Afrodita y otra de su espejo, la propia Friné, que por supuesto lucía en un lugar de honor. Pausanias y Alcifrón hicieron referencia a la tríada, y este último, en una carta ficticia en la que hacía hablar a Friné, contaba que su estatua estaba colocada en medio, entre Afrodita y Eros. El conjunto debió ser espectacular. Antípatro de Sidón, según se recoge en la Antología Palatina, decía:

"Dirás, cuando mires a Cipris en la rocosa Cnido, que ella, aunque de piedra, puede prender fuego a una piedra; pero cuando veas al dulce Amor -Eros- en Tespias, dirás que no solo prenderá fuego a una piedra, sino también al frío diamante."

La escultura de Eros fue llevada en dos ocasiones a Roma, la primera por Calígula, pero fue devuelta por Claudio a Tespias. Después Nerón volvió a llevarla a Roma, donde resultó destruida por un incendio, probablemente en el año 80 d. C. en la zona del Porticus Octaviae. Afortunadamente se crearon copias que nos dan una idea del original, como el Eros de Centocelle —también conocido como Eros Farnesio— cuya imagen abre esta entrada. Un joven alado que inclina su rizada cabeza y que con una pose muy propia de Praxíteles parece decir a los que lo contemplan en el Museo Arqueológico de Nápoles:

"Yo ya no doy a luz la pasión disparando flechas, sino lanzando miradas”.



Eros del tipo de Centocelle en los Museos Capitolinos.

Imagenes: Tomadas de Wikimedia Commons: Img 1 - Img 2 - (CC BY 2.5)

miércoles, 12 de noviembre de 2025

Sir Gary Oldman, actor de actores


 

“Como actor, observas a la gente, la miras. Y cuanto más famoso te haces, lo triste es que pierdes la capacidad para hacerlo. En lugar de observar a la gente, te conviertes tú en el centro de la atención.” (Gary Oldman)

Gary Oldman es un actor capaz de interpretar de forma convincente a un sacerdote en un videoclip de David Bowie y si hace falta al diablo en otro para "Guns N' Roses". Podía ser Beethoven o Drácula, Churchill o el presunto asesino de JFK, Sirius Black en "Harry Potter" o el malvado Zorg en "El quinto elemento", el comisario Gordon junto a Batman o al villano Norman Stansfield en "Léon (El profesional)". Como el propio actor dice: “Actuar es vivir con verdad bajo circunstancias imaginarias”. Puede que esa versatilidad suya, esa capacidad para dar vida a seres tan dispares, siempre con una elegancia innata, le haya llevado, hace pocos días, a ser armado caballero y distinguido con el título de Sir.

Sin embargo, no lo tuvo nada fácil. Gary Leonard Oldman nació en un barrio muy humilde de Londres y su infancia no fue todo lo cómoda que hubiera deseado. Su padre, víctima del alcoholismo, abandonó la familia cuando el actor tenía solo siete años y a los dieciséis ya se había visto abocado a dejar los estudios para trabajar en una tienda como dependiente, pero también en cadenas de montaje, como celador de quirófano y hay quien incluso incluye que trabajó decapitando cerdos en un matadero.

Muy joven sintió la pasión por la interpretación, sobre todo tras ver actuar a Malcolm McDowell en “The Raging Moon”, un momento sobre el que recordaba: "Algo en Malcolm me cautivó, conecté con él y dije: Quiero hacer eso".

El camino no sería ni corto ni fácil. El propio actor contaba que una de sus primeras actuaciones fue en la iglesia de un pueblecito a la que solo asistieron cuatro personas: el sacerdote, su mujer, un alcohólico que estaba dormido en uno de los bancos y un cuarto personaje que se salió a la mitad de la obra. Quedaba mucho hasta conseguir el Oscar en 2018 por su interpretación de Churchill en “El instante más oscuro”. De hecho, durante años fue considerado como uno de los grandes actores en activo a los que la Academia parecía haber olvidado.

Su estrella empezó a cambiar cuando pudo interpretar a Sid Vicious en "Sid & Nancy" en 1986. Se preparó de forma tan concienzuda para el papel y llegó a perder tanto peso para meterse en el personaje del controvertido roquero. que incluso llegó a ser hospitalizado por malnutrición. El reto le mereció la pena y consiguió una interpretación que aún hoy está considerada como una de las mejores de la historia del cine. Los noventa llegaron cargados de éxitos, pero también de las sombras del alcoholismo, una adicción con la que luchó hasta convertirse en un abstemio convencido. Desde entonces presume de haber dado un acento distinto a casi todos los personajes que ha interpretado y curiosamente cuando hubo de dar vida a Churchill casi había perdido su acento inglés y tuvo que tomar clases para refrescarlo. 

Anthony Hopkins declaró su admiración por él en una entrevista y comentó que cuando Francis Ford Coppola le daba indicaciones sobre cómo hacer su papel, Oldman le contestaba en tono bromista: "¿Quién es Drácula? ¿Usted o yo?". Denzel Washington, que actuó con Oldman en “El libro de Eli”, dijo en una entrevista: "Actuar con Gary Oldman es como el buen sexo". No es de extrañar que actores como Brad Pitt o Tom Hardy hablen de él como su actor preferido.

Ver su nombre en el reparto de una película es casi garantía de calidad, casi como una denominación de origen, así, cuando me dispongo a ver una nueva película suya en casa o en el cine no puedo evitar recordarle como Drácula y digo para mis adentros: "Bienvenido a mi morada. Entre libremente, por su propia voluntad, y deje parte de la felicidad que trae".

Imagen: Tomada de Wikimedia Commons - CC BY-SA 3.0

domingo, 9 de noviembre de 2025

Haydn y un bromista llamado Mozart

 

Mozart y Haydn llegaron a ser buenos amigos y se profesaban una sincera admiración el uno por el otro. En 1785, Mozart publicó seis cuartetos “para dos violines, viola y violonchelo” dedicados a su amigo Joseph Haydn; en la página preliminar lo llama “gran hombre y carísimo amigo” y le pide que sea “Padre, Guía y Amigo” de esos “seis hijos”. Ese mismo año, Haydn le dijo a Leopold Mozart en una carta: “Ante Dios, y como hombre honesto, afirmo que su hijo es el mayor compositor conocido por mí…” Tras la muerte de Mozart en 1791, Haydn expresó su dolor por la temprana muerte de su amigo en el adagio de la Sinfonía n.º 98. En esta ocasión no había sitio para las envidias y las zancadillas entre dos genios absolutos. Solo amistad, admiración y respeto.

Los dos compositores eran verdaderos virtuosos del piano, capaces de tocar con soltura cualquier pieza leyendo su partitura a primera vista. Se cuenta la anécdota, mil veces repetida, de que durante una velada, Mozart le quiso gastar una broma a Haydn y le presentó, ante todos los presentes, una partitura a la vez que le retaba:


—Maestro, ¿a que no podéis tocar esa pieza?

Haydn, seguro de sus capacidades, se fue animoso hacia el piano dispuesto a tocar la pieza propuesta por Mozart. Comenzó la ejecución fluidamente, sin el más mínimo titubeo, pero llegó un instante en que se detuvo de repente, pues le resultaba imposible seguir tocando lo que le demandaba la partitura y le dijo a Mozart:

—No puedo continuar, ha escrito una nota que es imposible tocar: me faltan dedos.

Esa nota a la que se refería Haydn se encontraba justo en el centro del teclado y previamente el desarrollo de la pieza le había llevado a tener ambas manos en los extremos del mismo donde seguían ocupadas con el devenir de la obra, resultándole inalcanzable la nota central.

Entonces Mozart, sabedor de que había conseguido su objetivo de sorprender a Haydn, le dijo que lo dejara a él. Abordó la pieza desde el principio y, al llegar a la nota supuestamente imposible, simplemente se inclinó y la tocó con la nariz.

Haydn le contestó riendo:

—Verdaderamente tocáis con toda el alma, pero también con todo el cuerpo, incluida la nariz.

Más allá de la anécdota, esta historia habla muy bien el carácter juguetón y burlón de Mozart; su apéndice olfativo era motivo de más de una burla por su tamaño XXL, y el hecho de abordar esta broma con una solución tan nasal, solo demostraba que era muy capaz de reírse de sí mismo y de sus defectos.




Imágenes: De Wikimedia Commons - CC0 - Img 1 - Img 2

sábado, 8 de noviembre de 2025

James Cagney y Mae Clarke, la chica del pomelo

 

James Cagney encarnó como ningún otro ese tipo de gánster arrollador y explosivo que primero pega y después habla. Sus personajes eran violentos e incontenibles y esa pátina se convirtió en seña de identidad del actor durante el cine pre-Code (1929-1934). No solo sufrían sus arrebatos los matones o los policías que pudieran hacerle frente, también quedaban a merced de sus bruscos modales las mujeres.

En “El enemigo público” (1931 – William A. Wellman) la actriz Mae Clarke, en su papel de Kitty, hubo de sufrir como James Cagney en su rol de Tom Powers le restregaba medio pomelo sobre el rostro. La escena, que se hizo muy famosa, no figuraba en el guion ni en los ensayos previos. Según contaba William Wellman, la idea surgió de la impasividad y frialdad con la que actuaba su esposa durante las discusiones conyugales. Esta, durante los arrebatos de él, no le hacía el más mínimo caso mientras comía impertérrita su pomelo diario. El director fantaseaba con lograr alguna reacción en su rostro restregándole el pomelo y decidió llevar la idea a la película que estaba rodando. Lo habló con Cagney y como cuadraba con el carácter del personaje decidieron hacer la toma.

Mae Clarke no pudo reprimir un gesto de verdadera sorpresa cuando su rostro sirvió de exprimidor para el pomelo. Parece que ella pudo haber sido avisada por Cagney en cierto modo, como si de una broma de rodaje se tratara, pero no de la forma en que iba a realizarse, ni que la escena fuera a quedar en el montaje final. Su reacción fue tan genuina y fresca que se convirtió en la escena más recordada de la película. 

Se cuenta que los fans le mandaban pomelos por correo o que Lew Brice, su exmarido, disfrutaba viendo la escena una vez tras otra para disfrutar de ella cuando, tras su estreno, repitieron la película durante 24 horas en un local de Times Square. El eco de la escena tuvo largo recorrido y cuando murió la actriz, en sus obituarios nunca olvidaron citar aquel suceso como uno de los más reseñables de su carrera. No suena muy edificante en verdad.

En 1933, Mae Clarke volvió a rodar con Cagney la película “El guapo” (Lady Killer) en la que volvió a sufrir los desmanes del matón encarnado por el actor, que esta vez la sacaba de una habitación arrastrándola por el pelo —en realidad ella se aferraba a su muñeca para evitar ser lesionada—. Podría decirse que su vida cinematográfica iba de susto en susto. Ya en 1931, cuando participó en la película “Frankenstein” (James Whale), se cuenta que sufría tal terror cuando había de compartir escena con el monstruo que Boris Karloff acordó con ella que, de vez en cuando movería mínimamente su meñique, para recordarle que el monstruo solo era una ficción, que “solo era Boris bajo el maquillaje”.

Ojalá Wellman y Cagney hubieran sido igual de considerados con ella y no hubiera tenido que cargar durante toda la vida con la etiqueta de “La chica del pomelo”. Al menos, su agresor, Tom Powers, recibió su merecido castigo en la película, en un final ejemplarizante.




Imágenes: Tomadas de Doctor Macro: Img 1 - Img 2

viernes, 7 de noviembre de 2025

Woody Allen, "Manhattan" y su eterno descontento

 

En una entrevista concedida a "The Guardian" (8-08-2004) Woody Allen, el director de "Manhattan", "Annie Hall" o "Hannah y sus hermanas" señalaba que hubiese querido hacer una obra maestra a la altura de las de Kurosawa, propósito que parece haber dado por imposible. El mismo dice:  "Hice algunas buenas, pero ninguna obra maestra… Y como no hice una obra maestra, siento que me fallé a mí mismo" y abunda en la idea: "Me he resignado. Me conformo con mi propia mediocridad". No deja de ser una afirmación sorprendente para un director con cincuenta películas en su filmografía entre las cuales una parte sustancial supera la nota media de 7,0/10 en IMDb.  

En esa línea de autoexigencia es igualmente llamativa la desilusión que le provocó "Manhattan", uno de sus mayores logros como director y para él uno de sus trabajos menos conseguidos. Allen quiso con este título hacer una declaración de amor a Nueva York, en un inusual blanco y negro e inspirada por la música de Gershwin, omnipresente en todo el film.

En su pretensión de evitar el color en la película encontró en el director de fotografía Gordon Willis, apodado "el Príncipe de las tinieblas", a un poderoso aliado. Su tratamiento de las luces, por ejemplo en la icónica escena rodada en el puente de Queensboro al amanecer, o su forma de controlar las sombras sin grandes artificios dejaron un sello muy especial en el film. "Hay una gran elegancia en la sencillez. No siempre se entiende" apuntaba Willis.

Y por supuesto estaba el eco de un amor de juventud de Allen, Stacey Nelkin, que inspiró el personaje de "Tracy" a la que da vida Mariel Hemingway. Todo esto mezclado con el ingenio y la sensibilidad de Woody Allen crearon una obra maestra, a pesar del propio director que se mostraba decepcionado con el resultado, tanto como para intentar que United Artists nunca la estrenara y la guardara en un cajón. Lo cuenta el propio Allen: 

“¿Sabes? Intenté recuperar los derechos de Manhattan porque me decepcionó y deseaba poder convencerlos de que no la estrenaran. Les ofrecí hacer una película gratis, que es lo que les propuse. Pero a otras personas les encantó”.  Y añadió: "Lo que pensé fue: si, en este punto de mi vida, esto es lo mejor que puedo hacer, no deberían pagarme por hacer películas".

En otra ocasión, con motivo de su falta de ilusión hacia sus películas, que nunca vuelve a ver tras el montaje final, le preguntaron en una entrevista en The Guardian en 2011:

—"¿Y qué me dices de… Annie HallManhattan , Hannah y sus hermanas o Delitos y faltas ?"

—"Esas películas salieron bien, pero no son grandes películas; no resistirán el paso del tiempo como Ladrón de bicicletas [de Vittorio De Sica] o La gran ilusión [de Jean Renoir] "

Afortunadamente Woody Allen sigue, a sus 89 años, fiel a su entrega anual de un nuevo título, quién sabe si esperando que una alineación de los astros le procure la película de sus sueños. Cuando le preguntan ¿Por qué trabaja tanto? —en la citada entrevista de The Guardian— contesta:

"¿Por qué no? ¿Qué se puede hacer en la vida? Leo libros, escucho música, veo deportes y tengo tiempo de sobra para trabajar. ¿Qué más podría hacer? Cuando mi abuela era mayor, se sentaba junto a la ventana todo el día a mirar a la gente. Eso me parece aburrido. La vida es una rutina sin sentido, así que... ya sabes... una película al año no es para tanto. Tengo tiempo de sobra para todo esto, y tiempo de sobra para mi familia, para ir al partido de baloncesto, para dar paseos y para cenar fuera todas las noches."

Somos muchos los que cada año esperamos con expectación su nueva película, un soplo de aire fresco entre tantos superhéroes, violencia, sangre y terror en las pantallas.

Imagen: De Wikimedia Commons - Jerry Kupcinet - CC BY-SA 3.0

miércoles, 5 de noviembre de 2025

Marilyn Monroe y las huellas del Teatro Chino


 

Que una estrella de cine sea invitada a estampar las huellas de sus pies y sus manos en cemento en la explanada situada frente al hollywoodiense Teatro Chino de Grauman, es sin duda, una prueba definitiva de su éxito. La idea, como la de otras tantas cosas, surgió de un accidente. Cuenta la leyenda que fue en 1927 cuando la estrella del cine mudo Norma Talmadge tropezó frente al Teatro Chino —que abría al público ese mismo año— y dejó, involuntariamente impresas, la silueta de un zapato y de una mano en el cemento fresco con el que se pavimentaba la acera. Como los americanos son avispados para el tema de los negocios, el propietario del cine, Sid Grauman, tuvo la ocurrencia de convertir todo el espacio que existía frente a su teatro en una especie de museo de las estrellas, invitando desde entonces a las figuras más sobresalientes del star system a dejar allí sus huellas para siempre. Nadie duda que fue una ayuda para que los actores se decidieran a meter sus manos en cemento el hecho de que Mary Pickford Douglas Fairbanks fueran copropietarios del Teatro en aquel tiempo.

Se conservan las huellas de unas doscientas estrellas del cine, y aunque lo habitual es dejar las huellas de manos y pies, también hay quien se salió un poco del guion y quiso dejar la huella de algo que consideraban esencial en los personajes que recreaban en sus películas, así Harold Lloyd dejó impresas las huellas de sus gafas; Groucho Marx la de su puro; Betty Grable, inmortalizó sus piernas; John Wayne, su puño; Al Jolson, las rodillas; Sonja Henie, las cuchillas de sus patines; y también hubo sitio para las narices de Jimmy Durante y Bob Hope. También hay huellas de animales famosos en el cine, de modo que los caballos de Tom Mix ("Tony"), Gene Autry ("Champion") y Roy Rogers ("Trigger") dejaron la marca de sus pezuñas al lado de las estrellas que los montaron y por supuesto no podían faltar las huellas de robots como C-3PO R2-D2 o las patas palmeadas de el Pato Donald. Ya en tiempos más modernos los protagonistas de la saga de Harry Potter, los conocidos Daniel Radcliffe, Emma Watson y Rupert Grint, dejaron las huellas de las varitas mágicas que usaron en las películas.

Con el precedente de Betty Grable, la chica con las piernas del millón de dólares, que había conseguido en 1948 dejarlas marcadas para siempre en el cemento, Marilyn Monroe vio la ocasión de ir un paso más allá y cuando le llegó la hora de estampar sus huellas en el cemento fresco tras el rotundo éxito en 1953 de “Niágara” (Henry Hathaway)  y de "Los caballeros las prefieren rubias" (Howard Hawks) junto a Jane Russell, propuso dejar la huella de algo más sugerente.

Unos años atrás, Jane Russell provocó calenturas en más de uno, incluida la censura, con sus pechos en "El forajido" (1943 - Howard Hughes)  y el contoneo de Marilyn en "Niagara" todavía estaba en la mente de todos, así que a la Monroe no le pareció descabellado que esos atributos quedaran también impresos en el pavimento.  Así lo explicaba Marilyn: “Cuando nos pidieron a Jane Russell y a mí que dejáramos nuestras huellas en el Teatro Chino sugerí que Jane se tumbara boca abajo sobre el cemento blando, y yo al contrario, que me sentara encima. Pero no aceptaron la idea.”

Como se puede ver en la foto, hay huellas de estrellas del pasado que llaman más la atención que otras y las de Marilyn se presentan mucho más oscuras que las demás por el desgaste causado por quienes por quienes buscan colocar sus manos en el mismo lugar en el que un día lo hiciera la tentación rubia. No sabemos qué habría ocurrido si Marilyn Monroe hubiera llegado a estampar su retaguardia.



Imágenes: De Wikimedia Commons - Img 1 - CC BY 4.0 / Img 2 - CC BY 2.0

lunes, 3 de noviembre de 2025

Celuloide: Lo que el cine debe a los elefantes

 

“El cine empezó con una relación apasionada y física entre el celuloide y los artistas, artesanos y técnicos que lo manejaban… Vaya adonde vaya el cine, no podemos permitirnos perder de vista sus comienzos.” (Martin Scorsese)

“Elephas” en griego antiguo significa “marfil”, con lo que ya podemos imaginar el valor que se daba a los colmillos de los paquidermos para que la parte terminara definiendo el todo.

Siempre hubo una demanda considerable de marfil, pero cuando a mediados del siglo XIX la producción de teclas de piano y bolas de billar se disparó, también lo hizo la caza de elefantes. Se estima que entre 1860 y 1930 se abatían entre 25.000 y 100.000 ejemplares por año para despojarlos de sus colmillos. Ante tan inusitada demanda, el marfil empezó a escasear y a encarecerse, y como no era plan que el negocio se resintiera, en 1863-1864, la firma fabricante de bolas de billar “Phelan & Collender” ofreció 10.000 dólares a quien lograra un material artificial capaz de sustituir al marfil.

El premio, que parece ser que nunca fue abonado, debió corresponder a John Wesley Hyatt. En 1868 comenzó a trabajar sobre una idea original de Alexander Parkes, quien tras experimentar con nitrocelulosa y alcanfor logró sintetizar una sustancia dura a la vez que flexible a la que dio el nombre de “Parkesine”. El descubrimiento de momento quedó ahí ya que Parkes no supo darle utilidad.

Hyatt, por su parte perfeccionó la parkesina original con la ayuda de su hermano Isaiah. Ajustando las proporciones de nitrocelulosa y alcanfor crearon un material más estable y comercializable que fue patentado en 1870 con el nombre de “celuloide”.

Fue el sustituto ideal del marfil y del ámbar, y más allá de las bolas de billar pronto sería utilizado para los cuellos y las pecheras rígidas que por aquel entonces gustaban usar los hombres en sus trajes de etiqueta, llegaron a los espejos de las señoras, a las pelotas de ping-pong y los niños empezaron a dejar sus juguetes de madera y cartón para empezar a jugar con otros hechos de celuloide. Era la incipiente revolución de los plásticos.

El celuloide —barato y flexible al calentarlo—facilitó que empezara a utilizarse como soporte de película fotográfica y, así, en 1889 llegó el uso crucial que fijaría su nombre en la historia del cine y la fotografía cuando Eastman comercializó el primer rollo fotográfico transparente de nitrato. Sus ventajas eran incontables respecto de las placas metálicas. El nuevo material revolucionó la fotografía y de camino alumbró el camino hacía el cinematógrafo de la mano de los hermanos Lumière en 1895.

Pero el celuloide tenía su propio talón de Aquiles; era un material altamente inflamable y provocó graves incendios. Con el tiempo, entre las décadas de 1930 y 1950, hubo de ser retirado del mundo del cine en favor de las películas fabricadas con acetato (safety film).

En cualquier caso, el material descubierto por Hyatt, —con los elefantes y las bolas de billar en su origen— tuvo tiempo suficiente para dejar su esencia en no pocas obras maestras de la historia del celuloide, palabra que ha terminado por ser considerada casi como un sinónimo del cine.

Puede que la Metro-Goldwyn-Mayer debiera tener en su logo un elefante en vez de un león. Sería lo justo.

Imagen: Creada con IA


domingo, 2 de noviembre de 2025

Camilo José Cela: Un Nobel entre orinales y palanganas

 

¿Qué se puede decir de una persona que atesoraba una colección de 62 orinales? Ese personaje no es otro que el premio Nobel de Literatura de 1989, el indefinible Camilo José Cela, autor de joyas como “La Colmena”, “La familia de Pascual Duarte” o “Mazurca para dos muertos”. Su secretario, Gaspar Sánchez Salas, lo intentó, describiéndolo en una entrevista en "El País" como "poliédrico y caprichoso" y habría que añadir que también un poco travieso —por no decir, en cierta medida, algo gamberro—.

En cualquier anécdota en la que se dé voz al escritor hay que recordar su gesto adusto y su voz profunda y sentenciosa para completar la imagen. Se cuenta que en los años en los que ingresó en la Real Academia Española, allá por 1957, Don Camilo lucía una barba muy poblada que, por no ser muy habitual en la época, llevó a discusiones sobre si sería postiza o no. Una tarde de tertulia en el Café Gijón se le acercó un joven y le dijo:

—Mire usted, señor Cela, acabo de apostarme mil duros a que soy capaz de tirarle de la barba; ayúdeme a ganarlos, por favor.

Cela, sin inmutarse lo más mínimo, dio una última calada a su cigarrillo y se dignó a responderle:

—Joven, le diré lo que gana y lo que pierde usted con esto: pierde los mil duros y se gana una patada en los cojones.

El ya citado Gaspar Sánchez Salas, que según el mismo contaba, hubo de sufrir la limpieza metódica de la colección de orinales del escritor que no se fiaba del ama de llaves, refirió otra anécdota jugosa del escritor. Cela asistía muy poco a las sesiones de la Real Academia, pero con ocasión de una de sus visitas se encontró con que la entrada estaba en obras y una zanja dificultaba enormemente el paso. El chófer le planteó la posibilidad de entrar por la puerta trasera, algo que el escritor rechazó de inmediato y bajándose del coche en la puerta principal, retiró decidido la cinta que acotaba la obra para abrirse paso. Un obrero que estaba en el lugar le dijo indignado:

— Pero, ¿quién se cree usted que es?

Cela, que seguía adelante con paso firme y la cabeza erguida le replicó:

— ¿Yo? Yo soy cultura general... ¿Y usted?

Qué más se puede esperar de alguien como Don Camilo, que en 1983, en el programa de televisión “Buenas noches” de Mercedes Milá, como buen coleccionista de orinales que era, tras definirse como pedorro domiciliario, defendió que tenía la supuesta "habilidad" de "absorción de un litro y medio de agua de un solo golpe por vía anal" con "agua que no esté demasiado fría". Cuando la periodista añadió, totalmente sorprendida: "¿Qué no tenga cloro, no?", el escritor mostró con sorna su indiferencia a ese matiz diciendo:

—Mis papilas del gusto no las tengo en ese conducto sino en otro.

Su ingenio era relampagueante y por eso mismo era muy difícil dejarlo fuera de juego. En 1977, Cela ocupaba un escaño en el Senado por designación real. El 19 de junio, según cuenta la tradición parlamentaria, tuvo lugar una anécdota muy difundida que tiene a Cela como protagonista. Parece que el escritor llevaba un poco de sueño atrasado y tras dar algunas cabezadas en su escaño, el presidente de la Cámara, D. Antonio Fontán le llamó un par de veces lo que hizo que el escritor terminara por despertarse. El presidente en tono serio le dijo:

—El senador Cela estaba dormido…

—No, señor presidente, no estaba dormido sino durmiendo...

—¿Acaso no es lo mismo estar dormido que durmiendo?

—No, señor presidente, como tampoco lo es estar jodido que jodiendo.

Todo un personaje. Hoy nuestras instituciones son sin duda mucho menos ingeniosas y por supuesto más aburridas.


Imagen: Tomada de Wikimedia Commons - CC BY SA-4.0


sábado, 1 de noviembre de 2025

El testamento de François Rabelais


"Mejor es escribir de risa que de lágrimas, porque reír es lo propio del hombre"

Eso sostenía François Rabelais en el prólogo de su afamada obra "Gargantúa y Pantagruel", una sátira humorística con la que el escritor pretendía ridiculizar los vicios y costumbres de su tiempo haciendo uso de la exageración como herramienta estética. Las cinco novelas que componen las aventuras, a veces un tanto grotescas y escatológicas, de sus dos glotones y bondadosos gigantes, Gargantúa y su hijo Pantagruel, empezaron a publicarse en 1532, y aunque tuvieron una amplia difusión, también sufrieron duramente el azote de la censura. Puede que, anticipándose a esa reacción negativa de algunos estamentos, Rabelais las publicara inicialmente bajo un anagrama de su nombre: Alcofribas Nasier —también utilizó el de Séraphin Calobarsy—.

Descripciones como las que hacía del modo de vida de los thelemitas, una comunidad ficticia y utópica creada por Rabelais en "Gargantúa", en la que se rechazan las tres grandes reglas monásticas —pobreza, la castidad y obediencia—, resultaban sin duda tan atrayentes como provocadoras:

"Tenían empleada su vida, no según leyes, estatutos ni reglas, sino según su franco arbitrio. Se levantaban de la cama cuando buenamente les parecía; bebían, comían, trabajaban, dormían cuando les venía en gana; nada les desvelaba y nadie les obligaba a comer, beber ni hacer cosa alguna; de esta manera lo había dispuesto Gargantúa. En su regla no había más que esta cláusula: «Haz lo que quieras»"

De no haber sido por el apoyo que el escritor recibió de protectores como Jean du Bellay, es muy probable que la censura hubiese logrado acabar rápidamente con las aventuras de sus desaforados gigantes.

Rabelais, al que algunos describen como un "bon vivant" se guardó una gran frase para sus últimos momentos y según algunos testimonios dijo: "Me voy en busca de un gran quizá; corran el telón, la farsa ha terminado".

Pero donde realmente volcó la esencia de su singular humor fue en una cita de su testamento donde, según la tradición anecdótica, dejó la siguiente declaración de voluntades:  

"No tengo nada; debo mucho; el resto lo dejo a los pobres".

Imagen: Gargantúa en un grabado de Gustave Doré. Fuente: Wikimedia Commons - CC0
 

viernes, 31 de octubre de 2025

Miguel de Unamuno y la falsa modestia

 

Miguel de Unamuno, destacado filósofo y escritor, no era muy dado a la pose y la hipocresía en las relaciones humanas. Si había una verdad que decir la decía sin reparar en las consecuencias; puede que por ello, la siguiente anécdota atribuida a su persona, resulte tan ilustrativa de su carácter.

Se cuenta que en 1905, cuando hacía todavía poco del tercer centenario de la publicación de "El Quijote" de Cervantes y Unamuno acababa de publicar su obra "Vida de Don Quijote y Sancho", el rey Alfonso XIII, en un acto llevado a cabo en el Palacio Real, otorgó al escritor la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso XII (precedente de la Orden de Alfonso X el Sabio, creada en 1939), una distinción destinada a premiar los méritos contraídos en los campos de la educación, la ciencia, la cultura, la docencia y la investigación.

Cuando el escritor vio la distinción sobre su pecho, exclamó con sincero orgullo:

— Me honra, Majestad, recibir esta cruz que tanto merezco.

El rey, acostumbrado a la falsa humildad de tantas personas por él condecoradas, la mayoría de las veces de forma casi protocolaria, se sorprendió y dijo:

—¡Qué curioso! En general, la mayoría de los galardonados aseguran que no se la merecen.

—Señor, en el caso de los otros, efectivamente no se la merecían —sentenció rotundo el escritor—.

Y no le faltaba razón a D. Miguel. Hoy, como ayer, los reconocimientos a las personas que realmente los merecen escasean. Por el contrario abundan las palabras grandilocuentes y las distinciones a personas con escasos méritos. Unamuno dijo una verdad incómoda; quizá merecía otra condecoración: la de la franqueza.

"Nihil novum sub sole".


Imagen tomada de Wikimedia Commons Dominio Público CC0

jueves, 30 de octubre de 2025

¿Quién fue aquella "Suzanne" de Leonard Cohen?



“Ahora, Suzanne toma tu mano, y te lleva hasta el río. Lleva puestos unos trapos y plumas sacados de la tienda del Ejército de Salvación. Y el sol cae como la miel sobre nuestra chica del puerto. Y te muestra dónde mirar entre la basura y las flores. Hay héroes en las cloacas, y niños por la mañana, inclinándose por amor. Y lo seguirán haciendo siempre, mientras Suzanne sostiene el espejo donde se mira. Y quieres viajar con ella. Quieres viajar a ciegas. Y sabes que confiará en ti por haber tocado tu cuerpo perfecto con su mente”.

“Suzanne” es, en el fondo, un canto al amor imposible hacia una mujer a la que Leonard Cohen ni siquiera pudo besar pero a la que sintió como acariciaba en sueños. Toda la canción gira en torno a ese embelesamiento espiritual.

La canción tiene su origen en un poema del propio cantante titulado "Suzanne Takes You Down" recogido en su libro de poemas "Parasites of heaven". Aunque la primera en cantar la canción fue Judy Collins (In My Life – 1966), después sería interpretada por el propio Cohen en el disco de 1967 "Songs of Leonard Cohen", donde también se recogía la preciosa "Sisters of Mercy". Resulta curioso que fuera la propia Judy Collins la que animara a Cohen a cantar él mismo sus poemas, superando sus problemas de baja autoestima como cantante y guitarrista.

La musa prohibida de Cohen era una bailarina y coreógrafa que vivía en un apartamento del barrio bohemio del Viejo Montreal, cerca del río San Lorenzo. Su nombre era Suzanne Vaillancourt, de soltera Suzanne Verdal. El universo de Suzanne y su forma de mirar lo simple —entre la basura y las flores— enamoró al cantautor, pero no de una forma carnal, sino iluminando su alma con su forma de ser y vivir, hasta hacerle desear viajar a ciegas adonde ella quisiera llevarle.

El cantautor desveló algunas de las claves de “Suzanne” y por supuesto, la misteriosa identidad de la musa que la inspiraba, en una entrevista concedida a la BBC en 1994:

"La canción comenzó, y los acordes salieron antes de que el nombre de la mujer, Suzanne, apareciera. Y sabía que era una letra sobre Montreal, sobre aquel paisaje que tanto me gusta, el muelle, la orilla del río y la iglesia de los marineros, llamada Notre-Dame-de-Bon-Secours, al lado del río. Y sé que hay barcos que llegan hasta allí. Sé que tiene un muelle, y que había una dama que era Nuestra Señora del Puerto, que era la Virgen en la iglesia, estrechando sus brazos a los marineros. Y puedes subir a la torre y ver el río. Así, la canción salió de todas estas visiones. Llegado un momento, comienzo a hablar de Suzanne Vaillancourt, que era la esposa de un amigo. Eran una pareja maravillosa de Montreal. Física y personalmente. Todos los hombres estaban enamorados de Suzanne, y todas las mujeres lo estaban de él, cuyo nombre era Armand Vaillancourt. Pero a nadie se le ocurriría nunca la idea de caer en la seducción de aquella chica. Era la esposa de mi amigo, y además, la pareja era tan perfecta, que romper aquella relación era un auténtico sacrilegio para cualquier persona. Y un día, ella me invitó a su casa, al lado del río. Me invitó a tomar té de la marca Constant Comment, que tiene cierto aroma a naranja. Y los botes sonaban atracados en el agua, y yo tocaba su cuerpo con mi mente, porque no tenía otra opción posible. Era la única manera de acercarse a ella lo suficiente."

Y ya solo queda disfrutar de la poesía de su letra y del placer de escuchar a Cohen cantándola con su singular y susurrante voz:



Imagen: Tomada de Wikimedia Commons - CC BY SA-2.0 fr (Rama)

martes, 28 de octubre de 2025

Christohper Lee, el hombre que sabía la diferencia entre un grito y el último suspiro


 

Hay hombres cuya sola mirada parece advertir que han visto demasiadas cosas para contarlas. Christopher Lee, uno de los actores más singulares entre los que se han paseado por el mundo del cine, pertenecía a esa extraña clase de seres. Este aristócrata británico, a menudo vinculado con el linaje de Carlomagno, no solo dio vida a Drácula, Fu Manchú o Sherlock Holmes, sino también al Conde Dooku de "Star Wars" y a Saruman el Blanco en "El señor de los anillos" con lo cual ha resultado un actor icónico para varias generaciones. Nadie tuvo más peleas a espada que él no nadie estuvo vinculado a tantos actores y actrices gracias a su larga carrera cinematográfica.

Inquieto hasta la exageración, también fue cantante de ópera y de heavy metal y lo que es más curioso, durante la Segunda Guerra Mundial fue Oficial de Inteligencia de la RAF y trabajó en la identificación y persecución de criminales de guerra nazis. Algunos incluso lo relacionan como enlace con comandos del SAS y de la SOE, el organismo de espionaje y sabotaje británico.

Puede que, por toda esta experiencia militar, cuando durante el rodaje de “El retorno del Rey” Peter Jackson le indicó que gritara en el momento en que su personaje, Saruman el Blanco, es apuñalado por la espalda, Lee, muy serio, le corrigió diciéndole:

“¿Tienes idea del ruido que hace alguien cuando le apuñalan por la espalda? Porque yo sí.” 

No era un grito lo que debía escapar de su boca. Lee sabía muy bien que era más bien algo parecido a un suspiro. Peter Jackson, tras investigar el asunto, pudo comprobar que era así. Lee no era el tipo de personas que gasta bromas con la muerte.

Sin duda hubo un tiempo en que Christopher Lee, con su profunda e imponente voz y sus casi dos metros de altura, daba más miedo como oficial curtido del ejército que como Drácula, por muy afilados que mostrara sus colmillos en la pantalla. 

Toda una leyenda, dentro y fuera de la pantalla.

Imagen: Tomada de Doctor Macro

domingo, 26 de octubre de 2025

Millais y Elizabeth Siddal, la mártir de los prerrafaelitas


“Ofelia” (1851-52), el óleo de John Everett Millais en el que podemos ver a la amada de Hamlet flotando mientras canta justo antes de hundirse en un arroyo, es una de las obras más famosas de la Hermandad Prerrafaelita y curiosamente, un cuadro que casi acaba con su modelo.

Millais había pintado el detallado paisaje del cuadro en el río Hogsmill (Ewell, Surrey) directamente del natural, resultando una delicia para todo aficionado a la botánica y a los símbolos ocultos en el arte. Allí se muestra el sauce inclinado y una gran variedad de flores: violetas, margaritas, pensamientos, nomeolvides, ortigas, lirios... que nos hablan todas ellas de la vida de Ofelia, de su pureza, castidad e inocencia, mientras que las amapolas aluden a la muerte, el sueño y el olvido.

Solo después incluyó Millais la imagen de Ofelia y la representa en el momento en el que, en su desvarío, se deja llevar sumisamente por las aguas, tras caer a un arroyo — sin nombre — al romperse la rama de un sauce. Mantiene los ojos y la boca entreabiertos, suspendida en un limbo de agua; las manos han abandonado el ramo que recogía y sus flores flotan ahora a su alrededor llenas de color, mientras su rostro exhibe una perturbadora palidez. Nunca la muerte había resultado tan bella y romántica.

La modelo fue Elizabeth Siddal, una hermosa pelirroja que fue la musa de muchas obras del movimiento prerrafaelita y que con el tiempo llegó a ser esposa del también pintor Dante Gabriel Rossetti.

Su cuñado, William Michael Rossetti la describió así: "una de las criaturas más bellas, con un aire entre dignidad y dulzura con algo que excedía la modestia y la autoestima y poseía una desdeñosa reserva; alta, finamente formada con un cuello suave y regular, con algunas características poco comunes, ojos verde-azulados y poco brillantes, grandes y perfectos párpados, una tez brillante y un espléndido, grueso y abundante cabello oro-cobrizo."

Elizabeth solo tenía 22 años cuando posó para Millais. El pintor preparó meticulosamente la escena y en una carta decía: “Hoy he comprado un vestido antiguo realmente espléndido de dama, todo cubierto de bordados de plata, y voy a pintarlo para la “Ofelia’”.

Poco imaginaba el pintor que su bella modelo estaría a punto de tener un final tan trágico como el de Ofelia mientras posaba para él.

Según se contaría en biografías posteriores (J.G. Millais, 1899), para el posado se utilizó durante días una bañera llena de agua que era calentada mediante lámparas de aceite. Millais, totalmente concentrado en su trabajo, no reparó en que uno de esos días las lámparas se apagaron y Elizabeth, totalmente involucrada en su papel, no quiso interrumpir el proceso creador del pintor y sin decir nada, siguió posando inmóvil durante largo tiempo en agua prácticamente helada. La lividez de la modelo, tan bien plasmada en el lienzo y sin duda muy oportuna para el asunto, debería haber bastado para alertar al pintor de lo que sucedía.

El resultado fue una grave infección pulmonar que casi la conduce a una neumonía letal. No logró reponerse del todo y se suele señalar como el comienzo de sus problemas crónicos de salud. Años después, en 1862, Elizabeth fallecería a los 32 años, al parecer por una sobredosis accidental de láudano. El padre de Elizabeth, convencido de la imprudencia del pintor, le hizo pagar los gastos médicos en compensación.

Para la posteridad queda el rostro de Elizabeth como Ofelia, el de una modelo aterida de frío, pero obediente e inmóvil. La musa mártir de los prerrafaelitas. Shakespeare habría aplaudido emocionado la representación de esta famosa escena de Hamlet que él, deliberadamente, había cargado de ambigüedad y que Millais supo leer para regalarla a la vista de todos.

Hoy, este óleo sobre lienzo (76,2 × 111,8 cm) se expone en la Tate Britain (Londres).



Imagen: De Wikimedia Commons - Dominio Publico CC0

jueves, 23 de octubre de 2025

"El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde": El mal sueño de Stevenson



“—Muy bien —replicó el visitante—. Lanyon, recuerda tu juramento. Lo que vas a ver debe quedar bajo el secreto de nuestra profesión. Y ahora, tú que durante tanto tiempo has mantenido las opiniones más estrechas de miras, tú que has negado la existencia de la medicina trascendental, tú que te has reído de los que te superaban en saber, ¡mira!

Y diciendo esto se llevó el vaso a los labios y se bebió el contenido de un golpe. Dejó escapar un grito, giró sobre sí mismo, dio un traspié, se aferró a la mesa y allí quedó mirando al vacío, con los ojos inyectados en sangre y respirando entrecortadamente a través de la boca abierta. Y mientras le miraba, me pareció que empezaba a operarse en él una transformación. De pronto comenzó a hincharse, su rostro se ennegreció y sus rasgos parecieron derretirse y alterarse. Un momento después yo me levantaba de un salto y me apoyaba en la pared con un brazo alzado ante mi rostro para protegerme de tal prodigio y la mente hundida en el terror.

—¡Dios mío! ¡Dios mío! —repetí una y mil veces, porque allí, ante mis ojos, pálido y tembloroso, medio desmayado y tanteando el aire con las manos como un hombre resucitado de la tumba, estaba Henry Jekyll.”

El fragmento pertenece a "El extraño caso del Doctor Jekyll y el Señor Hyde", escrita en 1885 por Robert Louis Stevenson, una obra que, más allá de consideraciones psiquiátricas, identidades múltiples o trastorno disociativo de identidad, habla ante todo del bien y el mal que anidan a la vez en cada uno de nosotros, un tema que interesaba de forma especial al escritor y que quiso integrar en un mismo relato.

Sobre la génesis de la obra, la señora Stevenson contaba:

"A altas horas de la mañana fui despertada por gritos de horror de Louis. Pensando que tenía una pesadilla le desperté. Él me dijo furioso '¿Por qué me has despertado? Estaba soñando un dulce cuento de terror.' Yo le había despertado en la escena de la primera transformación".

Stevenson estaba convencido de que sus “duendecillos” hacían la mitad de su trabajo como escritor mientras él dormía, así que anotó su sueño de inmediato para no olvidar nada.

Según contaba su esposa en una carta a W.E. Henley, cuando leyó el primer borrador de la historia, todo le pareció "un manojo de absoluto disparate" (“a quire full of utter nonsense) y lo quemó. Stevenson, convencido de que tenía una gran historia que contar reescribió la obra desde cero a un ritmo frenético. Su hijastro Lloyd Osbourne, recordando posteriormente aquel momento, lo describió así:

"No creo que haya habido antes una hazaña literaria como la escritura de Doctor Jekyll. Recuerdo su primera lectura como si fuera ayer. Louis bajó enfebrecido, leyó casi la mitad del libro en voz alta; y luego, cuando todavía estábamos jadeando, él ya estaba otra vez lejos ocupado en la escritura. Dudo que la primera versión le llevara más de tres días".

Cuando la obra se publicó, en enero de 1886, se convirtió en un éxito inmediato. Se predicaron sermones sobre el bien y el mal inspirados en el relato, pronto llegaron las adaptaciones teatrales y, con el tiempo, las cinematográficas. Los beneficios fueron abundantes y sacaron a la familia de algunos apuros. Seguro que Fanny, la esposa de Stevenson, se alegró de que la determinación de su marido evitara que toda aquella gran historia se quedara en tan solo un mal sueño.


Imagen: De Doctor Macro - Cartel de la película de 1931 dirigida por Robert Mamoulian


miércoles, 22 de octubre de 2025

"El hombre tranquilo": amor entre puñetazos y susurros

 

Se podría llegar a calificar la película "El hombre tranquilo" (The quiet man – 1952) como una película tierna, amable, que se ve siempre con una sonrisa en los labios, incluso Ford la definía "como su primera película de amor", y a pesar de ser todo esto cierto, no lo es menos que la pelea a puñetazo limpio que podemos ver en la misma solo puede calificarse de “homérica”.

La lucha final entre Sean Thornton (John Wayne) y "Red" Will Danaher (Victor McLaglen) por la dote de la maravillosa Mary Kate (Maureen O'Hara) es del todo inolvidable y respecto a la misma existe una curiosa anécdota presente en muchos sitios de la red. 

Según cuenta la leyenda, John Ford quería dar el mayor realismo posible al combate y con ese fin se dirigió a John Wayne y le dijo que McLaglen, a la chita callando, le estaba robando el protagonismo en la película, llevándose la palma en la mayoría de las escenas que compartían y que ufano y consciente de ello no paraba de alardear ante el resto de miembros del rodaje. Evidentemente las palabras de Ford no cayeron en saco roto y el cerebro de Wayne entró en una ebullición ciertamente propicia para una batalla campal. 

Solo quedaba hacer lo mismo con McLaglen a quien le contó una milonga parecida para que entrara motivado a rodar la escena de la pelea. Según la referida leyenda la motivación inducida por el genial Ford, aparte de procurarnos una pelea épica para cualquier buen aficionado al cine, tuvo sus efectos colaterales en una conmoción cerebral para McLaglen y dos costillas rotas para Wayne.

La anécdota es sencillamente deliciosa, pero desgraciadamente tiene todos los visos de no ser cierta. En un libro de Javier Coma dedicado a la película —Dirigido por - Programa doble nº 29— se comenta que la pelea se filmó a lo largo de cinco jornadas de trabajo y recoge el testimonio de John Wayne de que durante el combate no se tocaron prácticamente nunca, gracias a que rodaban con determinadas angulaciones y emplazamientos de cámara que favorecían la sensación de contacto físico en cada puñetazo cuando, en realidad, estos únicamente pasaban por delante del rostro del adversario. "No nos tocamos ni una vez, y eso que pegábamos tan fuerte como podíamos" sentenciaba John Wayne. Una verdadera lástima, porque la historia resultaba muy jugosa.

A pesar de todo, sí que queda acreditado que Ford tenía sus argucias para conseguir reacciones naturales en sus actores. Maureen O'Hara, la pelirroja más arrebatadoramente hermosa de la historia del cine, contaba: 

"No importa en qué parte del mundo esté, siempre me preguntan: "¿qué susurraste en el oído de John Wayne al final de "El hombre tranquilo"? Fue idea de Pappy (Ford); era el final que él quería. Me dijo exactamente lo que tenía que decir. Al principio, me negué. Exclamé: "No puedo decirle eso a Duke". Pero Ford quería conseguir una reacción de sorpresa de John, y respondió: "Vas a decirlo". No tenía elección, así que cedí. "Lo haré con una condición: que nunca se repita o se revele a nadie". Así que hicimos un trato. Cuando la escena terminó, los tres hicimos un pacto. Jack y Duke se lo llevaron a la tumba y la respuesta morirá conmigo". (citado en la biografía que Juan Tejero dedica a John Wayne - T&B). 

Así que pongan su imaginación a trabajar, sabiendo que antes de la pelea, tras llevarla arrastrando por toda la campiña —impensable en una película actual— y tras saber que por fin iba a recuperar su honor, su dote y que su marido era el hombretón que había soñado, la arisca Mary Kate le dijo a Wayne: “Esta noche tendrás la cena preparada”, lo que sonaba a todo menos a cena, sobre todo sabiendo el estricto régimen de cama al que tenía sometido a sufrido Thornton. Igual le dijo que iban a partir la cama otra vez, pero en esta ocasión como mandan los cánones. Como habría dicho Michaleen: “¡Impetuoso! ¡Homérico!”.


Imagen 1 tomada de Doctor Macro - Imagen 2 tomada de la red