“Hace millones de años un hombre primitivo descubrió cómo hacer fuego. Probablemente fue quemado en la hoguera que él había encendido para sus hermanos pero les dejó un regalo inimaginable al hacer desaparecer la oscuridad de la tierra.
A través de los siglos hubo hombres que dieron los primeros pasos por nuevos caminos apoyados solamente en su visión. Los grandes creadores, los pensadores, los artistas, los científicos, los inventores lucharon contra sus contemporáneos. Se oponían a todos los nuevos pensamientos, todos los nuevos inventos eran denunciados y recusados pero los hombres con visión de futuro salieron adelante.
Lucharon, sufrieron y pagaron por ello, pero vencieron. Ningún creador estuvo tentado por el deseo de complacer a sus hermanos. Ellos odiaron el regalo que él ofrecía, su verdad era su único motivo, su trabajo era su única meta. Su trabajo, no el de los que se beneficiaran de él. Su creatividad, no el beneficio que de ella obtendrían otros. La creación que daba forma a su verdad.
Él mantenía su verdad sobre todo y contra todos. Seguía adelante sin tener en cuenta a los que estaban de acuerdo con él o a los que no. Con su integridad como única bandera. Él no servía a nadie ni a nada. Solo vivía para sí mismo. Y solo viviendo para sí mismo pudo lograr las cosas que luego se han reconocido como la gloria de la humanidad.
Esa es la naturaleza de la creatividad, el hombre no puede sobrevivir si no es a través de su mente. Llega al mundo desarmado, su cerebro es su única arma. Pero la mente es un atributo del individuo, es inconcebible que exista un cerebro colectivo. El hombre que piensa debe pensar y actuar por sí solo. La mente razonadora no puede funcionar bajo ninguna forma de coacción, no puede estar subordinada a las necesidades, opiniones o deseos de los demás, no puede ser objeto de sacrificio.
El creador se mantiene firme en sus convicciones, el parásito sigue las opiniones de los demás. El creador piensa, el parásito copia. El creador produce, el parásito saquea. El interés del creador es la conquista de la naturaleza, el interés del creador es la conquista de la naturaleza, el interés del parásito es la conquista del hombre. El creador requiere independencia, ni sirve ni gobierna, trata a los hombre con intercambio libre y elección voluntaria; el parásito busca poder, desea atar a todos los hombres para que actúen juntos y se esclavicen. El parásito afirma que el hombre es sólo una herramienta para ser utilizada, que ha de pensar como sus semejantes y actuar como ellos y vivir la servidumbre de la necesidad colectiva prescindiendo de la suya.
Fíjense en la historia. Todo lo que tenemos, todos los grandes logros, han surgido del trabajo independiente de mentes independientes y todos los horrores y destrucciones, de los intentos de obligar a la humanidad a convertirse en robots sin cerebros y sin almas, sin derechos personales, sin ambición personal, sin voluntad, esperanza o dignidad. Es un conflicto antiguo, tiene otro nombre: lo individual contra lo colectivo.
Nuestro país, el más noble en la historia del hombre, tuvo su base en el principio del individualismo, el principio de los derechos inalienables. Fue un país donde el hombre era libre para buscar su felicidad, para ganar y producir no para ceder y renunciar. Para prosperar, no para morir de hambre. Para realizar, no para saquear. Para mantener como su propiedad más querida su sentido del valor personal y como virtud más apreciada su respeto propio. Miren los resultados. Esto es lo que los colectivistas les están pidiendo que destruyan como ya se ha destruido en gran parte de la tierra.
Soy arquitecto y juzgo el futuro por las bases sobre las que lo estamos construyendo. Nos acercamos a un mundo en el cual no puedo permitirme vivir. Mis ideas son propiedad mía, me fueron arrebatadas por la fuerza, por violación de contrato. No se me permitió apelar. Se dijo que mi trabajo pertenecía a los demás para hacer con él lo que quisieran, que tenían sobre mí un derecho sin mi consentimiento, que era mi deber servirles sin elección o recompensa.
Ya saben por qué dinamité el edificio Portland. Yo lo diseñé. Yo lo hice posible. Yo lo destruí. Acepté diseñarlo con el propósito de verlo construir según mis deseos. Ese fue el precio que puse a mi trabajo, y no fui pagado. Mi edificio fue desfigurado por capricho de quienes obtuvieron todos los beneficios de mi trabajo y no me dieron nada a cambio.
He venido aquí a decir que no reconozco que nadie tenga derecho a un minuto de mi vida, ni a ninguna parte de mi energía, ni a cualquier logro mío, sin importar quién lo reclame. Tenía que decirlo. El mundo está sufriendo una orgía de auto-sacrificio.
He venido aquí para ser escuchado en nombre de todos y cada uno de los hombres independientes del mundo. He querido exponer mis ideas. No me interesa trabajar ni vivir por otras. Defiendo por convicción el sagrado derecho que tiene el hombre de vivir con libertad de elección.”
Unas palabras estas, las del arquitecto Howard Roark, encarnado por Gary Cooper en la película "El manantial" (-The Fountainhead- 1949 - King Vidor) que conforman uno de los mejores monólogos de la historia del cine. Es un canto al individualismo, que ciñéndolo al mundo del arte y la creación intelectual creo que es insoslayable. Ya Ayn Rand, la autora del libro en el que se basa la película, señalaba que el tema fundamental de su obra es "el individualismo contra el tradicionalismo, no en la política, sino en el alma de un hombre", resultando ciertamente escasas las referencias políticas o económicas en la obra. Su propio título habla de ese matiz individual, "El manantial" nace de una frase de la propia autora: "El ego del hombre es el manantial del progreso humano". Las demás visiones y lecturas sobre el individualismo en otras facetas de la vida o el ultraliberalismo quedan para quien quiera buscarlas en el texto.
Gary Cooper aparece en la foto de cabecera con Patricia Neal.
Imágenes: Cortesía de la estupenda página Doctor Macro. Fuente Original
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