En recuerdo de aquellos tiempos de "El viento y el león", se despide de ti, "Desde Rusia con amor":
"Marnie, la ladrona"
Imagen: de Wikimedia Commons - (CC BY-SA 3.0 NL) - Enlace a la Fuente Original
En recuerdo de aquellos tiempos de "El viento y el león", se despide de ti, "Desde Rusia con amor":
"Marnie, la ladrona"
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Las películas son en cierto modo como las conversaciones, que según el contexto, la mirada, la entonación de la voz o los gestos toman una significación u otra. Ahora, el uso imperativo de las mascarillas por el coronavirus, nos obliga a volcar gran parte de todo ese caudal de información en la expresividad que podamos darle a nuestros ojos; nuestro interlocutor no sabe realmente si sonreímos o mostramos desagrado debajo de nuestra máscara si no se lo decimos de forma indirecta y aun así, una mala interpretación de nuestras palabras será más fácil que en circunstancias normales. Pensando en esto me acordé del Efecto Kuleshov, un experimento de los años 20, que puso de relieve la extraordinaria importancia del montaje final de una película y como este podía obtener una reacción u otra del público dependiendo de la forma en la que se mostraban las imágenes, convirtiendo así al espectador en sujeto activo de la película, al depender en última instancia de este la significación de una sucesión de escenas. El teórico David Bordwell decía al respecto: “Lo que sucede entre cada toma, sucede entre tus orejas”. En esta línea, no han sido extraños los errores de montaje que han provocado que escenas supuestamente dramáticas se convirtieran en cómicas o viceversa, para desesperación del director.
El efecto toma el nombre del cineasta ruso Lev Kuleshov, maestro de directores cruciales en el desarrollo del lenguaje cinematográfico como Pudovkin o Eisenstein y en los que resultan patentes las enseñanzas de aquel. Kuleshov decía al respecto del montaje:
“Con el montaje correcto, aun cuando uno dirige el trabajo de un actor sobre algo totalmente diferente, se logra llegar al espectador como lo interpretó el editor. Esto es debido a que el espectador completará la secuencia por sí mismo y verá aquello que es sugerido por el montaje en sí”
Para la demostración de este efecto, Kuleshov preparó una serie de planos entre los que se intercalaba siempre la misma imagen del actor Iván Mozzhujin, en cuyo rostro se dibujaba una ligera mueca. La significación que los espectadores daban al rostro del actor era totalmente diferente según le precedieran las imágenes de un plato de sopa, de un ataúd o de una niña jugando. Ante el plato de sopa el rostro del actor parecía pensativo, ante el ataúd triste y ante la niña jugando con un oso de peluche parecía que hasta esbozaba una ligera sonrisa. El experimento probaba que el montaje influía de forma determinante en la significación y comprensión de la escena. La luz, la música, los movimientos de cámara también pueden ser cruciales a la hora de inducir una determinada sensibilidad hacía lo que se ve en la pantalla y por ende en su significado.
Alfred Hitchcock, un maestro jugando con las imágenes, con los actores y sobre todo con los espectadores, explicó de forma muy amena el efecto Kuleshov, colocándose él mismo como parte del experimento y por supuesto nada de sopa, cadáveres o niños; para crear el contraste recurrió, como no podía ser de otra forma, a una rubia, jugando con su hijo o en bikini:
"La tercera opción es lo que nosotros llamamos cinematografía pura. El montaje de nuestra película y como puede cambiar para crear ideas diferentes. Un primer plano nos mostrará lo que este personaje está viendo. Supongamos que él ve a una mujer con un bebé en los brazos. Ahora cortamos y recogemos su reacción ante lo que está viendo, y él sonríe. ¿Cómo es el personaje? Es un hombre agradable y simpático. Ahora quitemos la toma intermedia, la de la mujer y el bebé, pero dejemos las otras dos tomas como estaban. Y ahora pondremos una toma de una chica en bikini. Él mira. La chica en bikini. Él sonríe… ¿Qué nos parece ahora? Un viejo indecente. Ya no es el gentil caballero a quien le gustaban los bebés. Ése es, para mí, el poder del cine".
Imagen: De Wikimedia Commons - Dominio Público (CC0) - Enlace de la Fuente Original
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Hoy en día el photoshop y hasta algunas funciones de las cámaras de los móviles hacen virguerías a la hora de embellecer y realzar el aspecto de las personas retratadas. En el pasado, en las bodas reales o de personas principales, no era extraño que, para salvar las distancias que los separaban, los contrayentes se conocieran a través de pequeños retratos. Grandes alianzas entre familias quedaban así en manos de una pequeña imagen que evidentemente se procuraba fuera lo más hermosa posible. A falta de programas informáticos, ese milagro embellecedor se conseguía de la mano de un buen pintor que con su maestría con el pincel y unas buenas monedas en el bolsillo lograba crear una ilusión acerca de una persona que en realidad no era nada ilusionante.
Los chascos sucedidos en la antigüedad por estas triquiñuelas fueron incontables, por lo que no es de extrañar que algunas personas tomaran todas las precauciones posibles para no recibir gato por liebre. La retratada es Cristina de Dinamarca, duquesa de Milán y la imagen iba destinada a Enrique VIII, quien tras enviudar de su tercera mujer Jane Seymour (fallecida por complicaciones en un parto), buscaba una nueva esposa que le diera el ansiado varón que asegurara su linaje. Precavido como él solo y para que no embellecieran indebidamente a la posible esposa, mandó a su propio pintor, Hans Holbein el joven, para retratar a la adolescente Cristina, que aunque en aquel momento era ya viuda del Duque de Sforza, solo tenía 17 años.
El pintor era de toda la confianza del rey inglés, quien aparece a la derecha retratado por el propio Holbein, y cuando este vio el retrato y a la bella joven hizo que la música sonara durante todo el día prometiéndoselas muy felices con la damisela danesa, que además de su ya comprobada belleza era sobradamente rica y poseía una educación exquisita. Pero no todo estaba hecho. Cristina conocía lo arriesgado que podía ser un matrimonio con el inglés. Sabía bien la suerte que corrió Catalina de Aragón, la primera esposa de Enrique VIII, que tras ser repudiada fue encerrada en el castillo de Kimbolton. El motivo del calenturiento arrebato fue Ana Bolena, una dama de la corte con la que había de casarse fuera como fuese, aún a fuerza de crear un cisma en la Iglesia. También sabía Cristina que después de tan irrefrenable amor la condenó a muerte haciendo que le cortaran la cabeza. Ese pequeño detalle, le hizo sentir a la prudente Cristina, serias dudas al respecto de una posible boda. Además, la madre de Cristina era la infanta de España, Isabel de Austria, hermana de Carlos I y pariente a su vez de Catalina de Aragón, por lo que supongo que le aconsejaron a la joven que si quería mantenerse de una pieza, no uniera su destino al del rey inglés. Así lo hizo Cristina, dándole calabazas con una perfecta dosis de ironía al decirle al emisario de Enrique VIII: "Decid a su Majestad que si tuviera una cabeza más en mi cuerpo, con todo gusto la pondría a su servicio".
Tiempo después, Cristina se casó con el Duque Francisco I de Lorena, al que por cierto, le dio en poco tiempo un varón que aseguró su descendencia. Por contra Enrique VIII tras casarse fugazmente con Ana de Cleves, tomó por esposa a la adolescente Catalina Howard a la que poco después de un año, ordenó cortarle la cabeza por un supuesto adulterio. Todavía una sexta mujer tuvo el extraordinario valor de unirse al rey inglés, Catalina Parr, que por suerte logró sobrevivir a su marido a pesar de no haberle dado el ansiado heredero para su corona.
El óleo de "Cristina de Dinamarca, duquesa de Milán" se expone en la National Gallery de Londres y el de Enrique VIII en el Museo Thyssen Bornemisza de Madrid.
Imágenes: Tomadas de Wikimedia Commons - Dominio Publico (CC0).- Fuentes originales: Imagen 1 - Imagen 2
"Ha habido un montón de historias sobre cómo llegué a ser apodado 'Duque'. Una es que hice el papel de un duque en una representación del colegio, que nunca hice. ¡A veces, también se ha dicho que soy descendiente de la realeza! Todo eso era un montón de basura. ¡La verdad es que me pusieron el nombre de un perro!".
Y es que más allá de su nombre artístico, a John Wayne todos lo conocían por "Duke" - el duque-; el apodo le venía de un pequeño terrier, llamado Little Duke, que tenía el actor siendo joven y del que no se separaba nunca. Al actor, que no le gustaba mucho su nombre de nacimiento, Marión Robert Morrison, aceptó alegremente seguir llevando el nombre de su perro de por vida.
El éxito de John Wayne como actor está estrechamente ligado a la confianza que le otorgó el grandísimo director John Ford, que lo tuvo como actor principal en no pocas de sus obras maestras. Su primera película juntos fue "La diligencia", pero en realidad se habían conocido un par de años antes, cuando John Wayne solo era un jovencito que, aunque ya había realizado algunos trabajos en el cine, en aquellos momentos se dedicaba a labores de atrezzo en una película del mentado director. Un día que se encontraba cuidando un grupo de ocas que habían de utilizarse en un film, se le escaparon todas y empezaron a corretear por todo el set de rodaje mientras un hombretón de casi dos metros corría tras ellas. Las ocas con Wayne a la zaga terminaron por colarse en una complicada escena que estaba rodando Ford, echándola a perder. Ford, encolerizado empezó a escupir sapos y culebras, hasta que reparó en la cara de asustado que tenía Wayne. Algo debió ver Ford en ese mocetón en aquel momento, que no dejo de pensar en él hasta que terminó por darle el papel que le abriría las puertas de la fama con "La diligencia" (Stagecoach - 1939). John Wayne siempre fue consciente de lo importante que fue aquella ridícula anécdota en su carrera y cuando, ya famoso, se compró un yate, le pareció oportuno llamarle. "La oca salvaje".
"Yo no actúo... Yo reacciono". Wayne era un grandullón que llenaba la pantalla con su presencia; no le hacía falta hablar mucho para lograr transmitir lo que de él esperaba el director. Él mismo era consciente de ello cuando decía: "Habla bajo, habla despacio y no hables mucho". En una ocasión, el director Raoul Walsh dijo del actor: "Un simple paseo de Wayne, su forma de empuñar las armas, o su sola presencia ante la protagonista, dicen más que cualquier frase escrita por el mejor de los guionistas". Evidentemente no fueron pocos los que dudaron de sus cualidades interpretativas y el propio Wayne, uno de los actores más taquilleros de la historia del cine, dijo al respecto: “A nadie le gusta como actúo, salvo al público".
"No quiero aparecer nunca en una película que pueda avergonzar al espectador. Un hombre puede llevar a su mujer, su madre y a su hija a una de mis películas sin sentirse nunca incómodo o avergonzado".
Con los años y la experiencia, su forma de actuar fue ganando en matices, tanto que el director que mejor lo conocía, John Ford, llegó a decir: "No sabía que el muy hijo de puta podía actuar". El caso es que justamente en su última película, "Valor de Ley" ganó el Oscar a la mejor actuación. "Si hubiera sabido esto me hubiera puesto el parche en el ojo 35 años antes" dijo Wayne al recoger el galardón. Días después, como muestra de agradecimiento, hizo una copia de la estatuilla para cada uno de los intervinientes en el rodaje de "Valor de Ley", con la particularidad de que cada una llevaba el añadido de un oportuno parche en el ojo.
"Yo quiero interpretar a un hombre real en todas mis películas, y defino la masculinidad de forma muy simple: el hombre debe ser duro, justo, y valeroso, nunca pequeño, nunca buscando una pelea, pero nunca dando la espalda a una".
En las películas se mostraba normalmente como un tipo un tanto gruñón, pero parece que en la vida real era un pedazo de pan. La preciosa Maureen O'Hara, con la que hizo "El hombre tranquilo" y "Rio Grande" (foto de la izquierda) entre otras, decía de él: "Somos como hermano y hermana. Tenemos esa especie de relación, y me siento celosa de todas sus otras partenaires. Es infantil, lo sé, pero no puedo remediarlo. Es el ser humano más tierno, gentil, simpático y leal que jamás he conocido". Y Liz Taylor: "John Wayne es duro como el acero por fuera y blando como la mantequilla por dentro" Así quedó reflejado en el epitafio que figura en su tumba, que posiblemente en homenaje a sus tres esposas de origen hispano, figura en español: "Aquí yace un hombre feo, fuerte y formal", una sensacional descripción de sí mismo, que con el tiempo haría suya Loquillo en una de sus canciones.
Más allá de "La diligencia" y dejando muchas en el tintero no se puede dejar de citar películas suyas como: Rio Grande, Fort Apache, La legión invencible, El hombre tranquilo, Centauros de desierto (foto de abajo), Rio Bravo, El hombre que mató a Liberty Valance... y tantas otras.
Imágenes: Todas las fotografías son cortesía de la estupenda página: Doctor Macro.
"Todo lo visible oculta algo invisible" (Rene Magritte)
Y es que al pintor belga René Magritte siempre le gustó ponernos a pensar con sus cuadros. Partiendo del cubismo pronto se adentró en una singular forma de surrealismo que hacía que en sus obras pareciera esconderse un misterio, un imposible o una cierta ambigüedad que traicionaba lo que veían nuestros ojos. Entre sus obras más famosas se encuentra esta de "Los amantes II" (pertenece a una serie de cuatro obras), un óleo de 1928 que se exhibe en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. En la obra se presenta a una pareja que se besa mientras sus rostros se encuentran misteriosamente envueltos por un velo blanco. Esos amantes sin rostro pueden ser cualquier persona, incluso nosotros, pero también evocan ideas como que el amor puede anular los sentidos, el fingimiento, el amor prohibido entre personas que no lo pueden hacer público, el desconocimiento que se puede tener de la persona amada que no siempre revela todos sus secretos ni se entrega por completo o simplemente que el amor es ciego.
Magritte era muy amigo de ocultar los rostros de sus personajes, ya fuera con una manzana, una paloma, un espejo que invierte el reflejo o simplemente haciendo desaparecer la cara del retratado, pero esta idea de cubrirlos con un velo blanco, repetida en alguna de sus obras tiene, al decir de algunos expertos, una siniestra explicación.
Cuando Magritte contaba solo 13 años, su madre, tras varios intentos de suicidio previos que obligaban a tenerla siempre vigilada, logró finalmente quitarse la vida ahogándose en el rio Sambre. El cuerpo tardó días en ser encontrado y cuando lo fue, estando Magritte presente, apareció con su camisón blanco enrollado en el rostro. Magritte dijo al respecto que no sabía "si ella se había tapado los ojos con él para no ver la muerte que había elegido, o si había sido velada de esa manera por las corrientes arremolinadas". Para muchos el cuadro "Los amantes" es una evocación de este traumático suceso en la infancia del pintor, algo que este siempre negó tajantemente sin dar más explicaciones o interpretaciones. "Uno no puede hablar acerca del misterio, uno debe ser cautivado por él", decía el pintor. Para otros podrían existir ecos de Phantomas, un personaje de ficción muy admirado por Magritte que solía llevar el rostro cubierto. Aunque puede que la explicación sea mucho más sencilla, y simplemente, tal y como decía el pintor en una conferencia de 1938, en sus obras de aquella época solo pretendía dar al mundo real de los objetos un significado poético, algo que sin duda consiguió.
Imagen: De Flickr (Vanity...) - (CC BY 2.0) - Enlace a la Fuente Original
Una semana después del desembarco de Normandía, concretamente el 13 de junio de 1944, una larga columna de vehículos blindados británicos formada por tanques Cromwell y M4A4 Sherman "Firefly" así como otros efectivos, paró a las afueras de la ciudad de Villers-Bocage para, a modo de desayuno, tomar un cigarrillo y por supuesto un té.
Tras localizar la columna, Wittmann (a la derecha), para no desperdiciar el factor sorpresa y no ser localizado por las transmisiones de radio, se lanzó en solitario sobre los vehículos británicos sin avisar a los otros cinco Tigers que formaban su grupo. Los tanques ingleses no eran enemigo para un Tiger y menos sin tener tiempo de alcanzar una posición adecuada. De este modo, aunque muchos tanques ingleses tenían el motor encendido, sus tripulaciones, cuando Withmann, comandando su Tiger desde la escotilla para tener mejor visión, empezó a atacarlos (en los dos primeros disparos destrozó dos tanques) solo pudieron apurar su té y echar a correr. El destrozo fue mayúsculo (foto al final). Un solo Tiger acabó en cuestión de pocos minutos con un total de 21 carros de combate y un número considerable de semiorugas y otros transportes de tropas.
El desastre para las tropas británicas en Villers-Bocage fue clamoroso. El alto mando militar británico tomó inmediatamente cartas en el asunto. El suceso no podía volver a repetirse, de modo que en un alarde de ingenio bélico, dieron instrucciones precisas para que todos los tanques británicos incluyeran "de serie" un calentador de agua para que fuera posible preparar el té en el interior de los vehículos blindados, sin que fuera necesario de este modo abandonarlos para tomar el sagrado elixir inglés.
Por su parte, Michael Wittmann fue nuevamente condecorado. Se intentó, como con los grandes ases de la aviación que se retirara de la acción y pasara a la instrucción de tanquistas para evitar que fuera baja por el enemigo. Pero prefirió mantenerse en primera línea. Wittmann murió el 8 de agosto en Gaumesnil, al sur de Caen. El avance aliado era ya imparable y su Tiger fue destrozado en batalla. Todavía existe controversia sobre a quien correspondió el "honor" de acabar con el tanquista alemán, que en ese momento tenía en su palmarés las bajas de 141 tanques enemigos, 132 cañones anticarros y multitud de vehículos de transporte.
Fuentes: Artículo de ABC Historia "La épica batalla entre un solitario tanque nazi y un ejército aliado" (Manuel P. Villatoro - 04/08/2015) y nº 10 de la revista "Hoy Historia"
Imágenes: De Wikimedia Commons -Fuentes: Imagen 1 (CC0) - Imagen 2 (recortada) (CC BY-SA 3.0 de) - Imagen 3 (CC BY-SA 3.0 de)
Jack Torrance: Cabritillos, cabritillos. Dejadme entrar. No temáis soy vuestra mamaita, ita, ita. Si tengo la voz gruesa es que estoy afónica. Vamos cabritillos dejadme entrar.
Empieza a golpear violentamente la puerta con un hacha, mientras Wendy Torrance grita aterrorizada. Cuando asoma parte de su cara por la destrozada puerta se presenta:
¡Aquí está Jack!
En el doblaje original de "El resplandor" (Stanley Kubrick - 1980), el enloquecido Jack Torrance -al que da vida Jack Nicholson- anuncia que va a romper la puerta haciendo una muy particular versión del cuento de los tres cerditos, que desafortunadamente en el doblaje castellano pasaron a ser tres cabritillos. Eso de "soplare y soplaré y tu casa volare" tenía su miga cuando se tiene un hacha en la mano (Little pigs, little pigs, let me come in. Not by the hair on your chinny-chin-chin? Then I´ll huff... and I´ll puff... and I´ll blow your house in!). La aterrorizada Shelley Duvall contó que la escena requirió de tres días para ser rodada y hasta 60 puertas. Al principio colocaban puertas endebles para facilitar la labor con el hacha de Jack Nicholson, pero resulta que el muchacho había tenido alguna experiencia como bombero durante su servicio militar en la Air National Guard y manejaba el hacha casi como un aizkolari vasco cortando troncos, con lo que las puertas se le venían abajo a la primera de cambio restando toda la tensión que habían de provocar sus violentos hachazos. Ya con puertas macizas la cosa cambió y Nicholson pudo emplearse a fondo. Solo hay que ver el vídeo -que incluimos al final- en el que aparece preparando la escena para ya sentir miedo.
Por cierto cuando ya tiene el hueco abierto en la puerta y dice aquel famoso "¡Aquí está Jack!", es otra licencia del doblaje español. En la versión original decía "¡Aquí está Johnny!", algo improvisado por el propio Nicholson y aplaudido por Kubrick. La frase hacía referencia a la famosísima presentación que durante 30 años hacía el famosísimo presentador Johnny Carson al presentar su programa "The Tonight Show". Para los americanos era una guiño sensacional, nada inspira más terror que algo tan familiar usado de forma perversa, pero en España no habría sido entendido por nadie por lo que lo cambiaron por "Jack", el nombre del propio personaje.
La escena parece tener una inspiración muy clara en la película sueca "La carreta fantasma" (1921 - Victor Sjöström), pero como decía algún insigne literato, el plagio cuando va seguido del asesinato, cuando el resultado supera la fuente primaria y la relega al olvido, puede ser prueba de la mayor originalidad. En el siguiente video vemos en primer lugar la escena de "La carreta fantasma" y posteriormente la relectura que Kubrick hizo para "El resplandor":
Y de complemento otro video con Jack Nicholson metiéndose en el papel antes de rodar la escena:
Imagen: De Flickr. (CC BY-NC-ND 2.0). Se enlaza la Fuente Original
"Todo verdadero artista se ha inspirado más por la belleza de las lineas y el color y las relaciones entre ellos que por el tema concreto de la imagen." (Piet Mondrian)
Curiosamente la primera vez que me llamó la atención los diseños del pintor holandés Piet Mondrian fue con aquellos preciosos maillots ciclistas del equipo "La vie claire" que en los años 80 vestían los grandes Hinault o Greg LeMond. Su moderno diseño con los cuadros de color de Piet Mondrían los hacía inconfundibles y hasta Yves Saint Laurent terminó por diseñar prendas inspiradas en ellos.
Mondrian comenzó pintando con un estilo casi impresionista, en el que tenía tendencia a pintar molinos, paisajes y árboles en los que los colores cada vez fueron resultando más radicales y los molinos más esquemáticos. En una transición imparable hacia lo absoluto dentro de la más pura sencillez formal, se topó con Picasso y tuvo una etapa cubista que más tarde desembocaría, en ese afán suyo de buscar una verdad última, en esos cuadros de estilo abstracto, surcados por líneas negras verticales y horizontales que delimitan espacios blancos y puntualmente otros de color rojo, negro, amarillo o azul, estilo del que es un estupendo ejemplo la obra que abre esta entrada. La realidad ya no existe en sus cuadros, ni siquiera existe un centro claro, solo hay islas geométricas de color, colores en principio básicos a los que añadía ciertos matices que los hacían en cierta medida diferentes. Al blanco y al negro los llamaba "no colores" en contraposición a los demás y poco a poco los blancos se hicieron cada vez más presentes. Las líneas negras no siempre llegaban al final del lienzo, como si fuera posible una alternativa a un universo totalmente cerrado. Y con esos pocos elementos sentenciaba: "El color es mi obsesión de todo el día, mi alegría y mi tormento"
Por su esquematismo y sencillez, se podría pensar que el pintor era una persona fría en exceso, aunque en realidad era amante de la diversión y el baile, extrovertido y sociable, pero como todo artista también tenía sus manías y excentricidades. Sirva como ejemplo que en la decoración de su casa desterró el color verde, que tampoco aparece en sus composiciones abstractas. Sus cuadros llevan instrucciones estrictas sobre como deben ser expuestos al publico, por supuesto perfectamente nivelados y con la mitad inferior del cuadro por debajo de la línea de los ojos del espectador.
Mondrian (a la izquierda) había creado junto a Theo van Doesburg y otros, el movimiento "The Stijl" que aspiraba a la integración de las artes o el "Arte total", con el fin último de mostrar las leyes universales y su armonía y estructura matemática a través de sus obras. No seré yo el que pueda explicar estas aspiraciones metafísicas; para ser sinceros, más allá de su misterioso y atractivo equilibrio, cuando veo sus obras me quedo literalmente "a cuadros". Pero lo que si resulta curioso es hasta el punto en el que defendía cada uno de los artistas sus postulados. Entre las discusiones que mantuvieron Mondrian y Doesburg resulta llamativa la que acabó con el primero fuera del grupo. Doesburg mantenía que había que incluir la lineal diagonal en las obras pues les otorgaban más dinamismo. Mondrian se mantuvo en sus trece y se enrocó en la estricta perpendicularidad y paralelismo de sus líneas. Curiosamente no pocas obras de Doesburg y Mondrian son prácticamente iguales, solo diferenciables porque el primero incluía esas perversas diagonales que al parecer lo estropeaban todo. Algo tendrían las diagonales en contra de la armonía cuando ahora el nombre de Doesburg es muchísimo menos conocido que el de Mondrian. Supongo que si alguien le hubiese propuesto a nuestro cuadriculado Mondrian una línea curva o una esfera para sus obras podría haber llegado al asesinato.
La obra de cabecera se titula "Composición con rojo, amarillo, azul y negro" (1921) - Kunstmuseum Den Haag de "La Haya". La segunda es "Molino de viento" (1917) - Museo Stedelijk de Ámsterdam
Imágenes. De Wikimedia Commons - Dominio Público (CC0) - Fuentes Originales. Imagen 1 - Imagen 2 - Imagen 3
La batalla de Stalingrado fue un verdadero infierno. Más allá de los avatares de la propia guerra y sus horrores, en este encontronazo entre el ejército alemán y el ruso, durante 200 interminables días a caballo entre 1942 y 1943, se dieron muchas circunstancias que solo se pueden calificar como dantescas.
Dos millones de personas, entre soldados y civiles perdieron su vida en Stalingrado, casi 1.250.000 en el bando ruso y 750.000 en el bando alemán. Pero no todos murieron por las balas o los explosivos del enemigo, muchos no pudieron resistir las penosas condiciones de vida a las que les abocó una lucha tan prolongada en un ambiente tan hostil.
Prácticamente no había agua, la poca de la que se disponía era dedicada a beber y cocinar lo poco que podían llevarse a la boca. Las raciones eran ínfimas en ambos bandos y los alemanes desesperados ante la falta de avituallamientos terminaron comiéndose los caballos, de los solo dejaban las pezuñas con sus relucientes herraduras. El aseo era todo un lujo. No había ropa limpia y las tropas pasaban semanas sin poderse cambiar. El frio era inmisericorde especialmente con el bando alemán que no disponía de ropas adecuadas para combatirlo. En sus últimos momentos, el ejército alemán era una sombra de lo que fue, envuelto en harapos y famélicos solo intentaban resistir aquel infierno. El agotamiento, la sensación de poder morir en cualquier momento, el hambre y la sed hacían que solo vivir fuera insoportable. Con la falta de higiene y agua potable terminó por aparecer la disentería, las dermatitis, la sarna y los insectos se cebaban con los soldados.
Como cuenta Anthony Beevor en su libro "Stalingrado" y se cita en la revista Historia y Vida nº 594, cuando finalizaba la batalla y el ejército alemán vivía sus peores momentos, era fácil saber cuándo uno de sus soldados, acurrucado para intentar mantener el calor, pasaba del sueño a la muerte. En el momento en que su corazón dejaba de latir una procesión de piojos salía de las mangas de sus sucias guerreras y de las perneras de sus gastados pantalones en busca de otro compañero vivo al que poder parasitar.
Por supuesto, en el bando ruso, se sufrieron también penurias igual de cruentas. Los horrores de la guerra son así.
Imagen: De Wikimedia Commons - Bundesarchiv (obra de Friedrich Gehrmann) - (CC BY-SA 4.0). Enlace a la Fuente Original
El busto de Voltaire que acompaña la anécdota es obra del escultor Jean-Antoine Houdon (1741-1828). Se expone en la Galería Nacional de Arte de Washington.
Imagen: De Wikimedia Commons - (CC POR 2.5) - Se enlaza la Fuente Original
"Todos estamos atados a nuestro destino y no hay manera de liberarnos"
Tras el desbordante éxito de "Gilda" la fama de Rita Hayworth estaba fuera de toda medida, y desde ese mismo momento, tal y como decía la actriz, quedó atada a un destino que en realidad no deseaba. Se había convertido en un mito sexual de la noche a la mañana. La prensa la presentaba como "La diosa del amor" y la actriz lo sufría en sus propias carnes; era evidente que "Gilda" la había devorado y en alguna ocasión llegó a decir: "Todos los hombres que conocía se fueron a la cama con Gilda … y se despertaron conmigo". Ya no era solo una mujer, representaba algo más, los hombres querían poseer al mito y después se olvidaban de la mujer. Ella se lamentaba: "Todo lo que quería era lo que todo el mundo quiere, ya sabes, ser amada". Su atracción para el público era tal que la "Columbia Pictures", los estudios para los que trabajaba, se acabarían colocando entre las primeras compañías cinematográficas de Hollywood, gracias a los millonarios ingresos que le reportaba la actriz con sus películas. De hecho Frank Sinatra afirmaba "Rita Hayworth es la Columbia".
Y es que el terremoto que causó esta actriz con Gilda y ese striptease tan explosivo como breve y pacato -en realidad solo llega a quitarse un guante- tomó dimensiones inimaginables. No cabe duda de que la chica era "la bomba", por lo que no es extraño que a alguien se le ocurriera la idea de pegar una imagen suya en la bomba atómica que Estados Unidos arrojó sobre el atolón de las Islas Bikini. Rita Hayworth era una declarada pacifista y el "homenaje" parece que no le sentó nada bien. Otros admiradores mas precavidos, pensaron por contra en los devastadores efectos que una bomba atómica podría causar, no solo en el peligro para sus vidas, si no también para sus pertenencias más queridas. Así, en plena efervescencia atómica, se organizó una histérica expedición a la Cordillera de los Andes con el único fin de enterrar en sus cumbres una copia de "Gilda" y asegurar su conservación en caso de que estallase un desastre nuclear. Y es que como decía la película:
"Nunca hubo una mujer como Gilda"
“Creo haber roto las barreras entre la danza clásica y la danza moderna”
Rudolf Nuréyev, tenía muy claro el papel estelar que había desempeñado en el mundo del ballet. Su fuerza y su personalidad crearon una nueva forma de entender el baile y le auparon a la categoría de mito, siempre expuesto a la comparación con Nijinsky, un bailarín con el que, más allá de sus orígenes tártaros y su inigualable talento para la danza, guardaba no pocas coincidencias. Nuréyev evitaba las comparaciones y pronunciarse con claridad sobre Nijinsky y sin embargo en una ocasión le dedicó estas palabras:
“Nijinski y yo no tenemos nada que ver. La imaginación de la gente de 1900 forjó un ideal, fue el primer montaje publicitario en el mundo de la danza. Realmente bailó muy poco, pero captó la imaginación de la gente de 1900, mientras que yo tengo que captar la imaginación de la gente de los años sesenta a los ochenta”
Nuréyev, podía ser encantador o sumamente endiablado. Los responsables del Covent Garden, expertos en divismo, declararon en cierta ocasión al diario Times: "Mejor cien Callas que un Nuréyev". No era fácil el bailarín. Poseedor de un talento incontestable para la danza era también apasionado y generoso a la vez que impulsivo, temperamental, ingobernable y a veces hasta grosero con sus compañeros.
Él era su propio norte: “Adquirí tenacidad y voluntad, entendiendo muy pronto que debía cuidar de mí mismo. Desde entonces sólo confío en mí mismo y me fío solamente de mi intuición y la experiencia personal”. Puede que por eso, cuando en 1961 (año de la foto de cabecera) Nuréyev se ganó la oportunidad de viajar con su compañía a Paris, donde obtuvo un apabullante éxito, ya estuviera preparado para tomar decisiones cruciales en su vida. En Paris, hacía cincuenta años, desde que en aquella ciudad bailó Nijinsky con los Ballets Rusos de Diaghilev, que los parisinos no veían un bailarín tan prodigioso y formidable como Nuréyev y la ciudad quedó rendida a sus pies. El KGB controlaba de cerca a sus estrellas y cuando las alarmas se encendieron por el tipo de relaciones que estaba frecuentando el bailarín en la noche parisina decidieron retornarlo de inmediato a Rusia. Nuréyev se dio cuenta de que difícilmente le volverían a dejar salir de Rusia, un país inmenso, cuya forma de vida, con todos sus corsés y formalismos, ya se le había quedado pequeño. En el mismo aeropuerto de Paris-Le Bourget, ya camino de Rusia, buscó el momento oportuno y decidido a no volver, pidió asilo político. El escándalo fue monumental, el éxito posterior también. Encontró la libertad en muchos sentidos. En la expresión de su arte, libre ya de ataduras y academicismos pudo volcar más de su propia personalidad. Aquella frase suya que decía "La técnica es aquello de lo que hay que echar mano cuando te quedas sin inspiración" nos da alguna pista de la pasión que volcaba sobre el escenario.
Su inmediata unión a la bailarina Margot Fonteyn (foto de la izquierda) logró la perfección y una pareja que ya es mítica en el mundo de la danza. Cuando Nuréyev solo tenía 23 años ella ya hacía puntas por los 42. Su experiencia y apoyo para entrar en el Royal Ballet londinense, ayudó mucho a calmar al desbocado bailarín que decía de ella: "Cuando se encuentran amigos como Margot desaparecen todas las dificultades, tanto en la vida como en el escenario.... Margot Fonteyn ha sido para mí la mejor partner, mucho más que cualquier otra anterior o posterior a ella: no pensaba nunca en sí misma mientras bailaba, sino sólo en el espectáculo, y podías estar seguro de que en escena no te traicionaría nunca...". Cuando bailaron por última vez ella tenía ya 69 años.
Y si exitosa fue su pareja profesional también tuvo suerte al elegir su pareja en la vida, su relación con el también bailarín Erik Brhun, aunque con altibajos tormentosos, fue determinante para dar cierta estabilidad a los desvaríos y excesos de Nuréyev, que se acentuaron notablemente cuando su declive empezó a hacerse evidente.
En cualquier caso su decisión de abandonar Rusia no fue pacífica. Volvía a ser "la oveja negra" y descarriada. En ausencia fue condenado a siete años de prisión, le retiraron el pasaporte y todos su bienes fueron confiscados por el Estado. De buenas a primeras su nombre desapareció en Rusia, era como si su figura nunca hubiese existido en el mundo de la danza, a pesar de ser el mejor de sus bailarines. Solo 26 años después de su "fuga", en 1987, obtuvo un permiso especial de Gorbachov para poder volver a su país y así abrazar a su madre moribunda a la que no veía desde su marcha. Puede que ya por entonces estuviera enfermo de Sida, enfermedad que causó su muerte en 1993 cuando tan solo tenía 54 años. Todavía hubo de esperarse cinco años después de su muerte para que el Estado Ruso, en 1998, anulara el castigo que pesaba sobre el ya fallecido Nuréyev argumentando que “no había traicionado a la patria ni habría revelado secretos militares o de Estado”. El bailarín, a pesar del dolor que pudiera suponerle la lejanía de su familia tenía muy claras las cosas: “No siento nostalgia, esta es la verdad, aunque parezca difícil de creer. Pero es que mi vida aquí ha sido muy agradable, y mi carrera de bailarín ha funcionado bien. Todo ha sido tan bueno que no ha habido lugar para la añoranza. Todos mis éxitos están en Occidente. En mi vida presente no echo nada en falta”
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