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lunes, 26 de octubre de 2020

El agudo "zasca" de Cristina de Dinamarca a Enrique VIII

 

Hoy en día el photoshop y hasta algunas funciones de las cámaras de los móviles hacen virguerías a la hora de embellecer y realzar el aspecto de las personas retratadas. En el pasado, en las bodas reales o de personas principales, no era extraño que, para salvar las distancias que los separaban, los contrayentes se conocieran a través de pequeños retratos. Grandes alianzas entre familias quedaban así en manos de una pequeña imagen que evidentemente se procuraba fuera lo más hermosa posible. A falta de programas informáticos, ese milagro embellecedor se conseguía de la mano de un buen pintor que con su maestría con el pincel y unas buenas monedas en el bolsillo lograba crear una ilusión acerca de una persona que en realidad no era nada ilusionante. 

Los chascos sucedidos en la antigüedad por estas triquiñuelas fueron incontables, por lo que no es de extrañar que algunas personas tomaran todas las precauciones posibles para no recibir gato por liebre. La retratada es Cristina de Dinamarca, duquesa de Milán y la imagen iba destinada a Enrique VIII, quien tras enviudar de su tercera mujer Jane Seymour (fallecida por complicaciones en un parto), buscaba una nueva esposa que le diera el ansiado varón que asegurara su linaje. Precavido como él solo y para que no embellecieran indebidamente a la posible esposa, mandó a su propio pintor, Hans Holbein el joven, para retratar a la adolescente Cristina, que aunque en aquel momento era ya viuda del Duque de Sforza, solo tenía 17 años. 

El pintor era de toda la confianza del rey inglés, quien aparece a la derecha retratado por el propio Holbein, y cuando este vio el retrato y a la bella joven hizo que la música sonara durante todo el día prometiéndoselas muy felices con la damisela danesa, que además de su ya comprobada belleza era sobradamente rica y poseía una educación exquisita. Pero no todo estaba hecho. Cristina conocía lo arriesgado que podía ser un matrimonio con el inglés. Sabía bien la suerte que corrió Catalina de Aragón, la primera esposa de Enrique VIII, que tras ser repudiada fue encerrada en el castillo de Kimbolton. El motivo del calenturiento arrebato fue Ana Bolena, una dama de la corte con la que había de casarse fuera como fuese, aún a fuerza de crear un cisma en la Iglesia. También sabía Cristina que después de tan irrefrenable amor la condenó a muerte haciendo que le cortaran la cabeza. Ese pequeño detalle, le hizo sentir a la prudente Cristina, serias dudas al respecto de una posible boda. Además, la madre de Cristina era la infanta de España, Isabel de Austria, hermana de Carlos I y pariente a su vez de Catalina de Aragón, por lo que supongo que le aconsejaron a la joven que si quería mantenerse de una pieza, no uniera su destino al del rey inglés. Así lo hizo Cristina, dándole calabazas con una perfecta dosis de ironía al decirle al emisario de Enrique VIII:  "Decid a su Majestad que si tuviera una cabeza más en mi cuerpo, con todo gusto la pondría a su servicio"

Tiempo después, Cristina se casó con el Duque Francisco I de Lorena, al que por cierto, le dio en poco tiempo un varón que aseguró su descendencia. Por contra Enrique VIII tras casarse fugazmente con Ana de Cleves, tomó por esposa a la adolescente Catalina Howard a la que poco después de un año, ordenó cortarle la cabeza por un supuesto adulterio. Todavía una sexta mujer tuvo el extraordinario valor de unirse al rey inglés, Catalina Parr, que por suerte logró sobrevivir a su marido a pesar de no haberle dado el ansiado heredero para su corona. 

El óleo de "Cristina de Dinamarca, duquesa de Milán" se expone en la National Gallery de Londres y el de Enrique VIII en el Museo Thyssen Bornemisza de Madrid.

Imágenes: Tomadas de Wikimedia Commons - Dominio Publico (CC0).- Fuentes originales: Imagen 1 - Imagen 2

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