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viernes, 27 de agosto de 2021

Las tribulaciones del joven Schubert y la Sinfonía Inacabada


"Hace tiempo que quería escribirte, pero nunca sabía desde dónde, adónde. Ahora se me ofrece la oportunidad y por fin puedo abrir mi corazón a alguien. Tú eres bueno, y seguro que me vas a perdonar lo que otros se habrían tomado a mal. En una palabra, creo que soy el ser más infeliz y miserable del mundo. Imagínate a un hombre cuya salud nunca volverá a ser lo que era y que, sumido en la desesperación por ello, empeora cada vez más las cosas en lugar de mejorarlas; imagínate a un hombre, te digo, cuyas más luminosas esperanzas se han desvanecido, a quien la felicidad del amor y la amistad no tienen nada que ofrecer sino dolor, como mucho, cuyo entusiasmo (por lo menos estimulante) por todas las cosas bellas amenaza con desaparecer, y te pregunto, ¿no es un ser infeliz y miserable? Mi tranquilidad ha desaparecido, mi corazón está oprimido, no lo encuentro nunca; así ahora puedo cantar todos los días, pues todas las noches, cuando me voy a dormir, confío en no despertar ya nunca, y cada mañana me anuncia sólo la misma pena del día anterior. De esta manera, sin alegría ni amigos, paso los días, a excepción de cuando me visitó Schwind y me trajo un rayo de aquellos dulces días pasados."

Eso escribía el atribulado Franz Schubert (arriba en un retrato de juventud) a su amigo Leopold Kupelwieser en 1824, cuando, con solo 27 años, la enfermedad empezaba a cebarse en él. El compositor, perteneciente a una familia muy humilde, en la que era el doceavo de trece hermanos, nunca tuvo mucho éxito en vida, ni en el amor ni en la música. Aparte de los aplausos de su círculo de amigos y de la camaradería vivida en sus celebradas schubertiadas, no logró en vida el suficiente reconocimiento a sus méritos para descollar luminosamente en la exigente Viena de su tiempo. Fue un genio por descubrir (Beethoven empezó a vislumbrar su valía poco antes de morir) que cuando iba a despegar, cuando empezaba a tomar fuerza para expresar su propia personalidad musical, se topó con el infortunio. Dos años antes de esa dolorosa carta, cuando contaba solamente con 25 años le fue diagnosticada una sífilis que motivaría su aflicción y padecimientos, una enfermedad tenebrosa para la que no existía cura en su tiempo. El impacto de la noticia fue tan grande para el compositor, que la sinfonía en la que estaba trabajando en ese momento y de la que ya tenía los dos movimientos iniciales totalmente orquestados y finalizados, quedó abruptamente paralizada y más allá de un ligero bosquejo del tercer movimiento, su continuación se quedó para siempre en el tintero. Esos dos movimientos maravillosos son los que forman la conocida como Sinfonía Inacabada (D 759 - Unvollendete), una de las cumbres del talento creador de Schubert. Posteriormente volvió a componer, pero curiosamente nunca retomó esa obra. Schubert murió con tan solo 31 años, con aproximadamente seiscientas composiciones en su haber, cuando todavía tenía toda una vida por delante para llenarla con maravillosas páginas de música que nunca llegaron a nuestros oídos, una triste incógnita, como la de saber cómo habría terminado esta sinfonía. 

Una famosa marca de telefonía móvil, buscando promoción, ha intentado convencer al mundo no hace mucho, de que su tecnología es tan avanzada como para haber finalizado la sinfonía en cuestión mediante algoritmos musicales, como si eso fuera posible y mucho menos necesario. La sinfonía nº 8 de Schubert (es la séptima en realidad) esta inconclusa, inacabada, pero ni mucho menos es imperfecta. Solo hace falta oír esos dos movimientos, el 1º, allegro moderato y  el 2º, andante con moto, para entender que es como una escultura griega que a pesar de no tener brazos aparece totalmente perfecta ante nuestros ojos, con el añadido de ese punto de misterio y romanticismo que logra por esa falta. Dirige Claudio Abbado:


Imagen: De Wikimedia Commons - Dominio Público - (CC0) - Imagen 1 - Imagen 2

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