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miércoles, 17 de febrero de 2021

Belcebú y "El señor de las moscas"



El temible Belcebú de la tradición hebrea era representado como un ser colosal, cornudo, de rostro hinchado coronado de una cinta de fuego y con alas de murciélago, muy parecido a la visión ofrecida arriba por el pintor William Blake en su obra "El número de la bestia es 666". Pero Belcebú, o Beelzebub como se le nombra en los textos bíblicos, no era una creación hebrea, este se basaba en Baal Zebub, una deidad cananea, que los hebreos según su costumbre de representar dioses ajenos en forma maligna, le privaron de todos sus elementos positivos para convertirlo en el Príncipe de los Demonios.

Sobre la etimología de Baal Zebub hay muchas teorías. Solo decir que Baal (El amo, el señor), era el dios de la lluvia, el trueno y la fertilidad, una deidad venerada ampliamente en la zona de Asia Menor y que a veces se representaba con un yelmo con cuernos como representación de su estrecha relación con el toro, símbolo de la fertilidad (así se observa en la estela de la derecha, encontrada en Ugarit y expuesta en el Louvre). Unos cuernos que en la iconografía cristiana tendrían una significación algo más retorcida.

Entre los cananeos existía la costumbre de que, aun adorando al mismo Dios, Baal, cada localidad intentaba hacerlo suyo añadiéndole el nombre de la ciudad. Así, hay quien dice que cerca de la ciudad de Ecrón se encontraba la ciudad de Zebul, de dónde derivaría el nombre de Baal-Zebul (y más tarde Baal Zebub). Hay muchas otras interpretaciones, incluso la que traduce este nombre literalmente como "El señor de las moscas", una etimología sobre la que no me extenderé, pero que si tiene un basamento real en el culto que se le ofrecía a Baal Zebul en sus templos y que hizo que se le conociera de ese modo.

Al parecer, era en los mismos templos dedicados a su dios Baal, donde los cananeos realizaban sus ofrendas y sacrificios de animales, con la curiosa costumbre de no limpiar la sangre vertida en los mismos, provocando que el templo estuviera siempre repleto de moscas. De hecho existía la creencia de que Baal se comunicaba y daba respuestas por medio de la interpretación del vuelo o el zumbido de aquella legión de insectos. 

En este mito es en el que se basó el escritor inglés William Golding para titular su libro "El señor de las moscas". Esta obra nos habla de como un grupo de niños, perdidos en una isla tras sobrevivir a un accidente aéreo, solos y sin la compañía de ningún adulto, se van paulatinamente desnaturalizando en sus comportamientos, en un viaje hacía la cara más salvaje del ser humano. En el relato, Baal Zebub, el señor de las moscas, queda representado por una cabeza de jabalí clavada sobre una estaca en un claro del bosque, ofrenda que los niños hacen a la supuesta  y temida bestia que habita aquella isla. Sobre la pútrida ofrenda vuelan centenares de moscas mientras esta se consume poco a poco, al igual que se corrompe la inocencia de los niños. 

El momento de la ofrenda queda recogido en el libro de la siguiente forma:

"Jack levantó la cabeza del animal y clavó la blanda garganta en la punta afilada del palo, que surgió por la boca del jabalí. Se apartó un poco y contempló la cabeza, allí clavada, con un hilo de sangre que se deslizaba por el palo.
Instintivamente se apartaron también los muchachos; el silencio del bosque era casi total. Escucharon con atención, pero el único sonido perceptible era el zumbido de las moscas sobre el montón de tripas. 
(...) Jack les habló en voz muy alta.
—Esta cabeza es para la fiera. Es un regalo.
El silencio aceptó la ofrenda y ellos se sintieron sobrecogidos de temor y respeto. Allí quedó la cabeza, con una mirada sombría, una leve sonrisa, oscureciéndose la sangre entre los dientes. De improviso, todos a la vez, salieron corriendo a través del bosque, hacia la playa abierta.
Simón, como una pequeña imagen bronceada, oculto por las hojas, permaneció donde estaba. Incluso al cerrar los ojos se le aparecía la cabeza del jabalí como una reimpresión en su retina. Aquellos ojos entreabiertos estaban ensombrecidos por el infinito escepticismo del mundo de los adultos. Le aseguraban a Simón que todas las cosas acababan mal."

Hay al menos dos películas sobre "El señor de las moscas", una de 1963, dirigida por Peter Brook y otra de 1990 que corre a cargo de Harry Hook. La primera se valora generalmente mejor que la segunda.

Imágenes: De Wikimedia Commons - Dominio Público (CC0) - Imagen 1 - Imagen 2

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