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sábado, 16 de enero de 2021

Las verdades de Cyrano de Bergerac - Edmond de Rostand



- CYRANO. ¡Mi elegancia va por dentro y no me acicalo como un ganapán cualquiera! Aunque parezca lo contrario, me compongo cuidadosamente, más que por fuera. No saldría a la calle sin haber lavado, por negligencia, una afrenta; sin haber despertado bien la conciencia, o con el honor arrugado y los escrúpulos en duelo. Camino limpio y adornado con mi libertad y mi franqueza. Encorseto, no mi cuerpo, sino mi alma, y en vez de cintas uso hazañas como adorno externo. Retorciendo mi espíritu como si fuese un mostacho, al atravesar los grupos y las plazas hago sonar las verdades como espuelas.

- LE BRET. Si olvidases tu alma mosquetera, podrías conseguir gloria y fortuna... 
- CYRANO. ¿Y qué tendría que hacer? Buscar un protector, tomar un amo, y como una hiedra oscura que rodea un tronco lamiéndole la corteza, subir con astucia en vez de elevarme por la fuerza. ¡No, gracias! ¿Dedicar, como todos hacen, versos a los financieros? ¿Convertirme en bufón con la vil esperanza de ver nacer una sonrisa amable en los labios de un ministro? ¡No, gracias! ¿Desayunar todos los días con un sapo? ¿Tener el vientre desgastado de arrastrarme y la piel de las rodillas sucias de tanto arrodillarme? ¿Hacer genuflexiones de agilidad dorsal? ¡No, gracias! ¿Tirar piedras con una mano y adular con la otra? ¿Procurarme ganancias a cambio de tener siempre preparado el incensario? ¡No, gracias! ¿Subir de amo en amo, convertirme en un hombrecillo y navegar por la vida con madrigales por remos y por velas, suspiros de amores viejos? ¡No, gracias! ¿Conseguir que Servy edite mis versos, pagando? ¡No, gracias! ¿Trabajar por hacerme un nombre con un soneto, y no hacer otros? ¡No, gracias! ¿Hacerme nombrar papa por los cónclaves de imbéciles de los mesones? ¡No, gracias! ¿No descubrir el talento más que a los torpes, ser vapuleado por las gacetas y repetir sin cesar: « ¡Oh!, ¡a mí, a mí, que he sido elogiado por el Mercurio de Francia!»? ¡No, gracias! ¿Calcular, tener miedo, estar pálido, preferir hacer una visita antes que un poema, releer memoriales, hacerse presentar? ¡No, gracias! ¡No, gracias! ¡No, gracias! 
Cantar, soñar, reír, caminar, estar solo, ser libre, saber que mis ojos ven bien, que mi voz vibra, ponerme al revés el sombrero cuando me plazca, batirme por sí o por un no, hacer versos... trabajar sin inquietarme la fortuna o la gloria, pensar en un viaje a la Luna, no escribir nunca nada que no nazca de mí mismo y contentarme, modestamente, con lo que salga; decirme: «Amigo mío, conténtate con flores, con frutos, o incluso con hojas, si en tu propio jardín las siembras y las recoges.» Y si, por casualidad llegara al triunfo, no verme obligado a devolver nada al César; guardar el mérito para mí mismo, y desdeñar la parásita hiedra... O incluso, siendo encina o tilo, subir, subir... subir siempre solo, ¡aunque no alcance mucha altura!

CYRANO. — ¿Qué decís?… ¿Qué es inútil?… ¡Ya sé que en este combate no debo esperar el triunfo! ¡No!… ¿Para qué?… ¡Es más bello cuando se lucha inútilmente! ¿Cuántos sois?… ¿Mil?… ¡Os reconozco, mis viejos enemigos!… ¡La Mentira!… (Golpeando con su espada en el vacío.) ¡Toma! ¡Toma!… ¡Ah, los Compromisos… los Prejuicios… las Cobardías!… (Sigue golpeando.) ¿Que pacte?… ¡Eso nunca!… ¿me oís bien? ¡Nunca! ¡Ah, por fin te veo, estupidez!… De sobra sé que al final me tumbaréis, mas no me importa: ¡lucho, lucho, lucho! (Hace molinetes inmensos y se detiene jadeando.) ¡Sí, vosotros me arrancáis todo, el laurel y la rosa! ¡Arrancadlos! ¡Hay una cosa que no me quitaréis!… ¡Esta noche, cuando entre en el cielo, mi saludo barrerá el suelo azul, y, mal que os pese, conmigo irá una cosa sin manchas ni arrugas!… (Arroja la espada a lo alto.) y esa cosa es… (La espada escapa de sus manos; vacila y cae en brazos de Le Bret y Ragueneau.) 
- ROXANA. — (Inclinándose sobre él y besándole en la frente.) ¿Y es…?
- CYRANO. — (Vuelve a abrir los ojos, la reconoce y añade sonriendo:) ¡Mi pluma!

Estos tres fragmentos pertenecen a la obra original de Cyrano de Bergerac, escrita por Edmond de Rostand en 1897 y son cada uno a ellos de momentos diferentes de la misma. La obra y sus monólogos fueron adaptados magistralmente en las películas que se dedicaron al maravilloso Cyrano, y aunque las palabras son algo distintas resulta imposible resistirse a escuchar a Gerard Depardieu en la versión de 1990 (Jean Paul Rappeneau). Esta noche toca volver a verla, placenteramente, por enésima vez.



Imagen: De Wikimedia Commons - (CC BY-SA 4.0) - Fuente Original

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