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miércoles, 4 de noviembre de 2020

El testamento de Auguste Rodin

 

Jóvenes que quieren ser oficiantes de la belleza, quizá les guste encontrar aquí el resumen de una larga experiencia. Amen devotamente a los maestros que les precedieron. Inclínense delante de Fidias y de Michelangelo. Admiren la divina serenidad de uno, la brutal angustia del otro. La admiración es un vino generoso para los espíritus nobles. Cuídense, sin embargo, de imitar a sus mayores.

Respetuosos de la tradición, sepan discernir lo que ella encierra de eternamente fecundo: el amor a la Naturaleza y la sinceridad. Éstas son las dos fuertes pasiones de los genios. Todos han adorado a la Naturaleza y jamás han mentido. Así la tradición les tenderá la llave gracias a la cual ustedes se evadirán de la rutina. Es la tradición misma quien les recomienda interrogar sin cesar la realidad y quien los preserva de someterse ciegamente a algún maestro. Que la Naturaleza sea su única diosa. Tengan en ella una fe absoluta. Estén ciertos de que jamás es fea y limiten su ambición a serle fiel. Todo es bello para el artista, pues en todo ser y en cada cosa, su mirada penetrante descubre el carácter, es decir, la verdad interior que se transparenta bajo la forma. Y esta verdad es la belleza misma. Estudien religiosamente: no podrán dejar de encontrar la belleza, porque se encontrarán con la verdad. 

Trabajen con empeño.

Fortalezcan en ustedes, escultores, el sentido de la profundidad. EI espíritu se familiariza difícilmente con esta noción; que no se representa de manera distinta más que con superficies. Imaginar formas con volumen le es molesto. Ése es, no obstante, su oficio. Antes que todo, establezcan nítidamente grandes planos de las figuras que esculpan. Acentúen vigorosamente la orientación que darán a cada parte del cuerpo, a la cabeza, a los hombros, a la pelvis, a las piernas. EI arte reclama decisión. Es por la salida bien acusada de las líneas por la que se adentran en el espacio y se apoderan de la profundidad. Cuando sus planos se detengan, todo se ha encontrado. Su estatua vive ya. Los detalles nacen y enseguida se disponen por sí mismos.

Al modelar, jamás piensen en superficie, sino en relieve.

Que su espíritu conciba toda superficie como la extremidad de un volumen que lo empuja por detrás. Imaginen las formas como levantándose hacia ustedes. Toda vida surge de un centro, luego germina y se expande de adentro hacia afuera. De la misma manera, en la escultura bella se adivina siempre un poderoso impulso interior. Ése es el secreto del arte antiguo.

Ustedes, pintores, observen también la realidad en profundidad. Miren, por ejemplo, un retrato pintado por Rafael. Cuando este maestro representa un personaje de frente, hace salir oblicuamente el pecho y así queda la ilusión de tercera dimensión. Todos los grandes pintores sondean el espacio. Es en la noción de espesor donde reside la fuerza. Recuerden esto: no hay trazos, sólo hay volúmenes. Cuando dibujen, no se preocupen jamás del contorno, sino del relieve. Es el relieve lo que rige el contorno Ejercítense sin reposo. Es necesario que se entreguen al oficio.

EI arte no es más que sentimiento. Pero sin la ciencia de los volúmenes, de las proporciones de los colores, sin la dirección de la mano, el sentimiento más vivo se paraliza. ¿Qué llegará a ser el gran poeta en un país extranjero del que ignora la lengua? En la nueva generación de artistas, hay un número de poetas que, desgraciadamente, rechazan aprender a hablarla. Por eso no hacen más que balbucear.

¡Paciencia! No cuenten con la inspiración. No existe. Las únicas cualidades del artista son sensatez, atención, sinceridad, voluntad. Realicen su tarea como obreros honestos.

Sean verdaderos, jóvenes. Pero eso no significa que sean meramente exactos. Hay una exactitud de base: la de la fotografía y la del vaciado. EI arte no comienza más que con la verdad interior. Que todas sus formas, todos sus colores, traduzcan sentimientos. 

EI artista que se contenta con la apariencia y quien reproduce servilmente los detalles sin valor no serájamás un maestro. Si han visitado algún camposanto de Italia, sin duda habrán notado con que puerilidad los artistas encargados de decorar las tumbas se dan a la tarea de copiar, en sus estatuas, adornos, dinteles, trenzas de caballo. Son quizá exactas. No son verdaderas, porque no se dirigen al alma.

Casi todos nuestros escultores recuerdan aquellos cementerios italianos. En los monumentos de nuestras plazas públicas, no distinguimos más que levitas, mesas, veladores, sillas, máquinas, globos, telégrafos. Punto de verdad interior, luego punto de arte. Horrorícense ante esta ropavejería. Sean profunda y tenazmente veraces. No duden jamás en expresar lo que sienten, aun cuando se encuentren en oposición a las ideas establecidas. Puede ser que no sean comprendidos al principio. Pero su aislamiento no durará mucho. Los amigos pronto llegarán a ustedes, porque aquello que es profundamente verdadero para un hombre lo es para todos.

Y con todo, sin muecas, sin contorsiones para atraer al público. ¡Simplicidad, inocencia! Los sujetos más bellos se encuentran delante de ustedes: son los que los conocen mejor...

Mi muy querido y muy grande Eugène Carrière, quien nos dejó tan pronto, mostró genio al pintar a su mujer y a sus hijos. No le basta celebrar el amor maternal para ser sublime. Los maestros son aquellos que miran con sus propios ojos lo que todo el mundo vio y que saben percibir la belleza de lo que es demasiado común para los otros espíritus. Los malos artistas siempre ven a través de los anteojos de otros. 

EI gran punto es conmoverse, amar, esperar, estremecerse, vivir. ¡Ser hombre antes que ser artista! La verdadera elocuencia se burla de la elocuencia, decía Pascal. EI verdadero arte se burla del arte. Retomo aquí el ejemplo de Eugène Carrière. En las exposiciones, la mayor parte de los cuadros no son más que pintura: ¡las suyas parecen, en medio de las otras, dos ventanas abiertas a la vida! Acojan las críticas justas. Las reconocerán fácilmente. Son las que confirmará la duda, que los asediará. No se dejen envolver por las que su conciencia no admita. No teman a las críticas injustas. Indignarán a sus amigos. Les obligarán a reflexionar sobre la simpatía que les tienen y la pregonarán más resueltamente cuando se disciernan mejor los motivos. Si su talento es nuevo, no contarán al principio más que con pocos partidarios y tendrán una multitud de enemigos. No se desanimen. Los primeros triunfarán, pues saben por qué los aman; los otros ignoran por qué les son odiosos. Los primeros están apasionados por la verdad y ganan sin cesar nuevos adeptos; los otros no testimonian ningún celo durable por su opinión falsa. Los primeros son tenaces; los otros vuelan a todos los vientos. La victoria de la verdad es cierta. 

No pierdan su tiempo en anudar relaciones mundanas o políticas. Verán a muchos de sus compañeros arribar por la intriga a los honores y a la fortuna: no son verdaderos artistas. Algunos entre ellos son, sin embargo, muy inteligentes y si ustedes emprenden la lucha con ellos sobre el mismo terreno, consumirán tanto tiempo como ellos mismos, es decir, toda su existencia: no les quedará entonces más de un minuto para ser artistas. Amen apasionadamente su misión. No hay en ella más belleza. Es mucho más alta de lo que la gente cree. EI artista da un gran ejemplo. Adora su oficio: su más preciosa recompensa y la alegría de hacerlo bien. Actualmente, ¡lástima!, se persuade a los obreros por su desgracia de odiar el trabajo y de sabotearlo. EI mundo sólo será feliz cuando todos los hombres tengan almas de artistas, es decir cuando todos hagan con placer su tarea. EI arte es más aún una magnífica lección de sinceridad. 

EI verdadero artista expresa siempre lo que piensa a riesgo de atropellar todos los prejuicios establecidos. Enseña así la franqueza a sus semejantes. Ahora bien, ¡imaginemos qué maravillosos progresos se realizarían de pronto si la veracidad absoluta reinara entre los hombres!

¡Ah, qué rápido se libraría la sociedad de los errores y las bajezas que habría confesado y con qué rapidez nuestra tierra se volvería un Paraíso!

Auguste Rodin 

El texto, en el que Auguste Rodin parece querer dar testimonio de la experiencia de toda una vida dedicada a la escultura, como un testamento artístico o bien como guía para jóvenes artistas, fue dictado por el escultor a Paul Gsell en 1911, con la intención de que fuera publicado tras de su muerte, lo que no ocurrió hasta seis años después, en 1917

La fotografía de Rodin es obra de Nadar datada en 1891. La segunda imagen es de la "Venus" de Rodin que se expone en el Art Institute de Chicago. La tercera imagen es de la obra conocida como "La catedral" (Museo Soumaya) . Y finalmente, la cuarta es la obra titulada "Adan" (Art Galery of Western Australia)

Imágenes: De Wikimedia Commons. Imagen 1 (CC0) - Imagen 2 (CC BY 3.0) - Imagen 3 (CC0) - Imagen 4 (CC0)

Texto del testamento: Fuente

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